martes, septiembre 01, 2015

Eso del síndrome postvacacional

Ayer, hoy, miles de personas se reincorporan a su puesto de trabajo tras haber disfrutado de unos días de vacaciones, no se si lejos de su lugar de residencia, pero a buen seguro que alejados del trabajo, tanto física como mentalmente. Con amigos, solos o en familia, estos días, puede que los más deseados del año, ya han pasado, y la vuelta a la rutina laboral, el reencuentro con los compañeros y jefes y ponerse a hacer las actividades del resto del año son el síntoma de que los días oficiales de playa y asueto quedaron atrás. Es lo que toca.

Se ha puesto de moda en estos últimos años hablar del síndrome postvacacional para definir ese periodo de tristeza que nos embarga al terminar las vacaciones y la pataleta que entra cuando no queremos volver al trabajo. En los años más duros de la crisis, por vergüenza y decoro, se evitaba hablar de esto, pero veo que la recuperación económica permite que nuevamente en los informativos aparezcan serios médicos hablando del tema y comentando que puede ser una patología leve, y que no es necesario el consumo de medicamentos, salvo casos puntuales, y todos los tópicos asociados a los reportajes clínicos de sociedad. Si quieren que les diga la verdad, esto me parece una solemne estupidez. Todos hemos tenido una tarde triste cuando se acaban las vacaciones, y ni les cuento en la época del colegio, en las que el verano era infinito y las vacaciones duraban tanto que el final del curso pasado parecía otra época. Decir que uno está deprimido porque vuelve al trabajo es, la verdad, una forma de tomarse a recochineo la situación de desempleo de los muchísimos, demasiados, que siguen en el paro, y no ser consciente de que, en el fondo, el concepto de vacaciones se deriva de que tenemos un lugar al que volver. Si uno está impedido, jubilado o desempleado, vive en una especie de vacaciones perpetuas, que vistas desde cierto punto de vista no tienen por qué ser, ni muchos menos, envidiables. Lo ideal es el contraste, y al igual que sería insoportable pasarse todo el año trabajando, la perspectiva de estar todo él de vacaciones puede resultar, hasta cierto punto, sombría. Quien lea esto seguro que se indigna y piensa que qué puede haber de malo en unas infinitas vacaciones, pagadas, por su puesto, sin preguntarse quiñen pagaría ese ocio sin fin, y quizás sin admitir que pasadas las semanas, los meses en los que uno hace muchas de esas cosas que tiene pendientes, lo de ir a la playa todas las mañanas puede convertirse en una rutina tan soporífera y esclavizante como otras que asociamos al trabajo. Cuando llega la jubilación, que se festeja por todo el mundo, no son pocas las personas que echan de menos su época laboral, siendo cierto que muchas no lo hacen en absoluto, y sienten que algo les falta. Puede que hayan disfrutado de su trabajo, hayan hecho amistades profundas en él, aunque no sea ese el objetivo de tener un empleo, y noten que falta algo en sus vidas y en su tiempo. Se abre ante ellos un inmenso, eterno verano adolescente, en el que hay muchas horas que cubrir. Algunos lo logran, otros no, y no son pocos los que desearían pasar ese “síndrome” como si fuera el gusanillo que les da aliciente a sus vidas. Serán pocos los que lo reconozcan en público, porque está mal visto, pero muchos lo sentirán en su interior.

Otro factor que me revienta de este “síndrome” es la tendencia que tenemos, en esta sociedad cada vez más infantil, a “medicalizar” las cosas. Lo que no es sino un proceso normal de cambio y adaptación lo etiquetamos como enfermedad, lo que viene muy bien a los que venden pastillas y remedios para superarlo, haciendo negocio con una necesidad creada donde no la había. Y con ese aire de experto médico que aparece en televisión a ver quién es el valiente que se atreve a rebatirlo y decir que la medicina y las pastillas son para las enfermedades de verdad, y para las tardes de final de agosto basta con el recuerdo de lo vivido y las ganas de, en el trabajo y fuera de él, llevar una vida plena y satisfactoria. Tan simple, y difícil, como eso

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