martes, septiembre 08, 2015

Ruiz-Mateos, la muerte de un personaje

En todos los pueblos hay un bufón, un chalado que pasea por las calles con mirada perdida, pintas cochambrosas, y que es objeto de burla y chanza por parte de los lugareños. Inofensivo casi siempre, suele montar a veces espectáculos que concitan a espectadores improvisados, que ríen las gracias, no previstas, del personaje. Si falta se le echa de menos, pero cuando aparece se recuerdan sus comedias y salidas de tono. En general se suele tener una buena opinión de él, aunque todo el mundo coincide en que está loco. Y esa es la disculpa para que, haga lo que haga, se le disculpe.

¿Estaba loco Ruiz-Mateos? No lo se, aunque su comportamiento extravagante pudiera indicar que así era. Ayer, a los 84 años, en un estado de semiabandono, usado por sus muchos hijos como chivo expiatorio de sus estafas, falleció el que en una época fue uno de los hombre más ricos y poderosos de España, que lo perdió todo, que lo volvió a reconstruir y perder, y que entre medias estafó a todo aquel que se cruzó en su camino. “Ruizma” es indistinguible de Rumasa, su empresa, la abeja que se posaba en todo tipo de negocios. En los años setenta su logotipo era omnipresente en industrias de consumo, ocio y todo lo que usted quiera imaginar. Los rumores sobre su mal estado de cuentas eran constantes, dado que la familia propietaria, Ruiz-Mateos, no era lo que se puede decir amante de la transparencia. La llegada del PSOE al gobierno en 1982 ofreció la posibilidad de reconvertir la economía española, y Rumasa se convirtió en una excusa para mostrar al resto de grandes empresas de que no iba a temblarle la mano al Ministro de Economía, Miguel Boyer, a la hora de tomar las decisiones que se considerasen oportunas. Vamos, igualito que ahora. En 1983 Boyer expropia Rumasa, y se descubre que la entidad está quebrada, posee contabilidad doble y que su agujero financiero es demoledor. De la noche a la mañana Ruiz Mateos pasa de héroe a villano, de prohombre a sujeto arruinado, y entonces empieza la construcción de su personaje mediático. Un payaso vestido de superhéroe que persigue al malvado Boyer allá donde vaya para reclamar sus empresas y dinero, que lo pega delante de las cámaras, que se convierte en la persona más popular, imitada y cachonda del país, que es un hazmerreír para todo aquel que le conozca, y que levanta un partido político, logra ser eurodiputado y lleva a todos los tribunales del mundo el caso de Rumasa para luchar por lo que, creía, era suyo. Con los años, y sus múltiples hijos, muchos de ellos clones del padre, vuelve a levantar un conglomerado llamado Nueva Rumasa (lo que tú tienes, se llama obsesión….) y aparece en televisión con su muy opusiana familia vendiendo pagarés al espectador para que se haga justicia. Aquí encaja muy bien el dicho de “a Dios rogando y con el mazo dando”, porque mientras los Ruiz-Mateos rezaban piadosamente por la mañana, por la tarde organizaban una nueva estafa piramidal a aquellos incautos inversores que les prestaban el dinero. La explosión de la burbuja inmobiliaria arrasó a Nueva Rumasa, y demostró que, como la originaria, era un inmenso castillo de naipes en el que los Ruiz-Mateos y allegados se forraban engañando a pardillos inversores y a empleados de las empresas del grupo, a los que pedían sacrificios y confianza, pero cada vez adeudaban más nóminas y atrasos. La quiebra, esta vez sin intervención del gobierno, acabó con el nuevo negociete de “Ruizma” y llevó su estafa a los juzgados, donde sigue dando vueltas, dada su dimensión y complejidad.

En los últimos años la imagen de Ruiz-Mateos mostraba ya los síntomas de un envejecimiento imparable. En silla de ruedas era llevado de juzgado en juzgado, y sus piadosos hijos corrían a relevarse para empujar de la silla a la vez que acusaban al padre de ser el único organizador de todas las estafas en las que ellos, como no, se habían forrado de manera tan productiva como el cabeza de familia. Entre pillos de familia andaba el juego, se diría. Su muerte descabeza un clan de ladronzuelos y pillos más propios de una época de sainete, y que de haberse dado en EEUU sería materia suficiente para que la HBO o cualquier otra cadena creasen una fantástica serie con todos los ingredientes posibles. En España, aparte de patetismo, su recuerdo permanecerá por mucho tiempo entre los estafados por la vieja y nueva Rumasa que, sospecho, nunca volverán a ver su dinero.

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