martes, septiembre 29, 2015

La locura del caso Volkswagen

Aprovechen la oportunidad. Hoy los periódicos y medios en general hablan de Marte. A ver si mañana les puedo comentar algo de esa noticia, importante, que constata que hay agua bajo la superficie, pero como la semana pasada no pude escribir nada, no me resisto a darles hoy algunas opiniones sobre el llamado caso Volkswagen, el trucaje de los motores diésel, la estafa asociada y el desastre que para esa marca, la imagen de Alemania y las implicaciones para la regulación económica tiene el asunto, que es de una trascendencia tan grande como parece, e incluso más.

Alemania lo hace todo a lo grande. Cuando crece, como ninguna, cuando batalla, genera guerras mundiales, y cuando estafa, deja las trampas de los países del sur de Europa convertidas en inocentes timos del tocomocho. Lo de Volkswagen es una estafa en toda regla, porque no deja de ser un acto premeditado para falsear uno de los valores en alza de los vehículos, su carácter poco contaminante, por el que se reciben subvenciones, descuentos fiscales y otra serie de ventajas, además de un aura de marca que es bien vista por el consumidor. Ese engaño, multiplicado por los millones de coches sobre los que se ha practicado, ha inflado las cuentas de la compañía de una manera fabulosa, y lo más triste de todo es que ni siquiera hubiera hecho falta que Volkswagen hiciera trampas para forrarse. Ya el año pasado se convirtió en el primer fabricante mundial de vehículos, superando a Toyota, estando ambas marcas por encima de los cinco millones de unidades vendidas. Una barbaridad. La fiabilidad de la empresa estaba, como las de todas las de ingeniería alemana, en lo más alto, y solamente citar las marcas comerciales de Volkswagen y del resto de automovilísticas germanas supone, para muchos, recitar un mantra de ensueño que evoca distinción, poder, calidad, clase y estatus. Pues bien, parte de esa nube de irrealidad, que posee un valor inmenso, se ha evaporado al conocerse la dimensión y detalles de la estafa, que puede suponer una enorme herida en las cuentas del imperio de Wolfsburg no sólo en lo que hace a indemnizaciones, reparaciones y pleitos judiciales, que los habrá y en cantidades industriales, sino sobre todo el daño se lo va a llevar ese intangible tan difícil de crear y de mantener, que es la marca, ahora herida y dañada. Como aspecto positivo, y frente a la velocidad de reacción a la que estamos acostumbrados en España ante la aparición de los escándalos (nula) en una semana ha dimitido el presidente de la empresa y la entidad ha admitido que realizó prácticas incorrectas. La frase “la hemos cagado” pronunciada por el jefe de la empresa en EEUU, y que no hemos escuchado nunca a empresas o partidos políticos en España (y no faltan motivos para declamarla casi a diario) es una mínima, pero válida, prueba de que se quieren hacer las cosas mejor, y desde luego es el mejor primer paso para poder abordar una crisis de este tipo. Pero está claro que el caso Volkswagen va para largo, tendrá enormes costes en la industria automovilística de todo el mundo y, en lo que nos toca, ensombrece el futuro de las plantas de Landaben (W) y SEAT en Martorell, que pese a lo que se anuncia en público de garantías de inversión, hacen bien en temer futuros recortes ya que el impacto en la cuenta de resultados de la empresa promete ser, realmente, bestial.

Y más allá de la empresa, hay una lección que, otra vez, este caso nos revela, y que ya vimos cuando la banca se desmadró en la crisis de 2008. El mito de la autorregulación no funciona. Las empresas y todos los demás agentes, en un mundo de información imperfecta, el mundo real en el que vivimos, están tentadas a engañar y hacer trampas, y el regulador debe evitarlas. En este caso, otra vez, ha sido la investigación llevada a cabo en EEUU, y no en Europa, la que ha permitido descubrir la trampa. Nunca me cansaré de repetirlo. La economía debe ser lo más abierta y libre posible, y el regulador lo más eficiente, preparado y severo, para evitar que un jardín se convierta en una selva. Como a Volkswagen lo han cazado, sabemos de su trampa. Sino no. Y ese mensaje debiera calar muy hondo en todos los agentes del mercado.

No hay comentarios: