Aprovechen la oportunidad. Hoy
los periódicos y medios en general hablan de Marte. A ver si mañana les puedo
comentar algo de esa
noticia, importante, que constata que hay agua bajo la superficie, pero
como la semana pasada no pude escribir nada, no me resisto a darles hoy algunas
opiniones sobre el llamado caso Volkswagen, el trucaje de los motores diésel,
la estafa asociada y el desastre que para esa marca, la imagen de Alemania y
las implicaciones para la regulación económica tiene el asunto, que es de una
trascendencia tan grande como parece, e incluso más.
Alemania lo hace todo a lo
grande. Cuando crece, como ninguna, cuando batalla, genera guerras mundiales, y
cuando estafa, deja las trampas de los países del sur de Europa convertidas en
inocentes timos del tocomocho. Lo de Volkswagen es una estafa en toda regla,
porque no deja de ser un acto premeditado para falsear uno de los valores en
alza de los vehículos, su carácter poco contaminante, por el que se reciben
subvenciones, descuentos fiscales y otra serie de ventajas, además de un aura
de marca que es bien vista por el consumidor. Ese engaño, multiplicado por los
millones de coches sobre los que se ha practicado, ha inflado las cuentas de la
compañía de una manera fabulosa, y lo más triste de todo es que ni siquiera
hubiera hecho falta que Volkswagen hiciera trampas para forrarse. Ya el año
pasado se convirtió en el primer fabricante mundial de vehículos, superando a
Toyota, estando ambas marcas por encima de los cinco millones de unidades
vendidas. Una barbaridad. La fiabilidad de la empresa estaba, como las de todas
las de ingeniería alemana, en lo más alto, y solamente citar las marcas
comerciales de Volkswagen y del resto de automovilísticas germanas supone, para
muchos, recitar un mantra de ensueño que evoca distinción, poder, calidad,
clase y estatus. Pues bien, parte de esa nube de irrealidad, que posee un valor
inmenso, se ha evaporado al conocerse la dimensión y detalles de la estafa, que
puede suponer una enorme herida en las cuentas del imperio de Wolfsburg no sólo
en lo que hace a indemnizaciones, reparaciones y pleitos judiciales, que los
habrá y en cantidades industriales, sino sobre todo el daño se lo va a llevar
ese intangible tan difícil de crear y de mantener, que es la marca, ahora
herida y dañada. Como aspecto positivo, y frente a la velocidad de reacción a
la que estamos acostumbrados en España ante la aparición de los escándalos
(nula) en una semana ha dimitido el presidente de la empresa y la entidad ha
admitido que realizó prácticas incorrectas. La frase “la hemos cagado”
pronunciada por el jefe de la empresa en EEUU, y que no hemos escuchado nunca a
empresas o partidos políticos en España (y no faltan motivos para declamarla
casi a diario) es una mínima, pero válida, prueba de que se quieren hacer las
cosas mejor, y desde luego es el mejor primer paso para poder abordar una
crisis de este tipo. Pero está claro que el caso Volkswagen va para largo,
tendrá enormes costes en la industria automovilística de todo el mundo y, en lo
que nos toca, ensombrece el futuro de las plantas de Landaben (W) y SEAT en
Martorell, que pese a lo que se anuncia en público de garantías de inversión,
hacen bien en temer futuros recortes ya que el impacto en la cuenta de
resultados de la empresa promete ser, realmente, bestial.
Y más allá de la empresa, hay una lección que,
otra vez, este caso nos revela, y que ya vimos cuando la banca se desmadró en
la crisis de 2008. El mito de la autorregulación no funciona. Las empresas y
todos los demás agentes, en un mundo de información imperfecta, el mundo real
en el que vivimos, están tentadas a engañar y hacer trampas, y el regulador
debe evitarlas. En este caso, otra vez, ha sido la investigación llevada a cabo
en EEUU, y no en Europa, la que ha permitido descubrir la trampa. Nunca me
cansaré de repetirlo. La economía debe ser lo más abierta y libre posible, y el
regulador lo más eficiente, preparado y severo, para evitar que un jardín se
convierta en una selva. Como a Volkswagen lo han cazado, sabemos de su trampa.
Sino no. Y ese mensaje debiera calar muy hondo en todos los agentes del mercado.
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