Esta
noche se ha producido un tiroteo en el MIT, la prestigiosa universidad
tecnológica sita en las proximidades de Boston. Aún no están muy claras las
causas ni las consecuencias, aunque parece confirmarse que ha fallecido un
policía. Podemos estar ante un caso de terrorismo o ante el típico, qué pena
tener usar este adjetivo, asalto de un descerebrado a su campus en venganza por
vaya usted a saber qué. Es precisamente el hecho de que consideremos como
típicos actos de este tipo lo que nos debiera alertar de la gravedad de los
mismos, de su reiteración y del porqué en EEUU el asesinato es algo tan
extendido. Visto desde este lado del mundo resulta incomprensible.
Obama, que ha conseguido en estos
últimos meses del mandato tres enormes éxitos que darán lustre a su legado
(aval del Tribunal Supremo a su reforma sanitaria y a la ley del matrimonio
homosexual, y el acuerdo nuclear con Irán) se ha encontrado en el control de
armas un obstáculo al que no ha podido hacer frente de ninguna manera, lo que
demuestra entre otras cosas que el poder de un presidente norteamericano no es,
ni mucho menos, tan inmenso como parece, y eso que, en comparación a los
primeros ministros europeos, se encuentra a una distancia sideral respecto a lo
que es capaz de hacer en su país (sólo el presidente francés es comparable). El
lobby del armamento en EEUU, encabezado por la muy visible Asociación Nacional
del Rifle, pero secundado por muchísimas agrupaciones locales dispersas a lo
largo de toda la nación, se ha mostrado inflexible, y ni las numerosas y, cada
vez, más horrendas matanzas a las que hemos asistido en estos años han
permitido que se organice una mayoría en el Congreso de Washington que se
atreva a restringir la venta, uso y posesión de armas. El recurso a la
constitución norteamericana, que las ampara, y la defensa a ultranza de la
libertad han generado en este asunto un problema de enorme dimensión, que ha
convertido a EEUU en el país del mundo con mayor número de armas en manos de
civiles, y por ello, susceptibles de ser utilizadas en cualquier caso. La
confusa regulación al respecto, dependiente en muchos casos de los estados
federados, ha contribuido a liarlo todo, y como pasa con la pena de muerte, hay
lugares donde se ejerce un cierto control en la venta y posesión frente a otros
en los que es más común y fácil hacerse con una manzana que con una bolsa de
ensalada (incluso puede que sea más barato). Dice el dicho que cuando uno tiene
un martillo en la mano todos los problemas se asemejan a clavos, y algo de esto
pasa allí. Las disputas familiares, enfrentamientos laborales traumas y demás
desgracias personales que en EEUU acaban en un tiroteo suceden también en el
resto de sociedades, por supuesto, sólo que en el resto, por ejemplo las
nuestras, no puedes disponer de un arma que te permita disparar sobre,
pongamos, tus compañeros de trabajo, y por eso, pese a que se dan casos, su
frecuencia e intensidad es mucho menor. El nivel de violencia subterránea será probablemente
el mismo, pero no aflora en forma de disparos. Pongamos
el caso del empelado de la televisión local que, hace un par de semanas, asesinó
en directo a sus compañeros. Seguro que, sin salirse de esa profesión,
muchos empleados desearían acabar en España con sus compañeros, jefes y técnicos
de sonido, por decir algo. Pruebe a repartir pistolas por las redacciones y, a
buen seguro que no pasará mucho tiempo hasta que una de ellas sea utilizada y
tengamos una desgracia. Es esa accesibilidad sin límite lo que facilita la
desgracia.
¿Qué tiene que pasar en la sociedad
norteamericana para que cambie de actitud? No lo se. Es un asunto complejo en
el que, en lo más profundo, late el individualismo de una sociedad formada por
personas que recelan del estado y tienen grabado en su ADN la necesidad de
autoprotegerse. Este es uno de esos casos en los que la libertad, en la compra
y venta de armas, posee inconvenientes muy graves que obligan a que haya una
regulación que la restringa. El liberalismo armamentístico tiene externalidades
muy negativas, por decirlo en plan técnico y pedante. Y me temo que hasta que
la sociedad norteamericana cambie de actitud da igual la dimensión o crudeza de
la matanza a la que asistamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario