martes, septiembre 15, 2015

¿Por qué los países del Este no quieren a los refugiados?

Si recuerdan hace ya unas semanas criticamos con dureza a la UE por, ante la grave crisis de refugiados que se había desatado, convocar una cumbre de urgencia al respecto para un plazo de dos o tres semanas. Era obvio que en ese transcurso de tiempo las cosas iban a complicarse, y así lo han hecho. Llegó el 14 de septiembre, ayer, fecha del encuentro, y el resultado es, simplemente, deprimente. Desacuerdo entre los países sobre la obligatoriedad de las cuotas y las cuantías de las mismas. En una reunión que, sospecho, fue para los burócratas de Bruselas muy similar a las que se realizan sobre materias agrarias, la conclusión fue que, tarde y mal, no hay acuerdo.

Son los países del este de Europa los que, con más fuerza, se oponen a esta distribución de inmigrantes y los que desarrollan un discurso más duro contra ellos. ¿Por qué? No lo se. Y me extraña mucho. De hecho, debiera ser justo al revés. Este año se cumplen veintiséis desde la caída del muro de Berlín y la liberación de la Europa del este del yugo soviético. Durante todos esos años de dictadura férrea eran pocos los inmigrantes que, procedentes de esos países, llegaban a occidente, porque las dictaduras comunistas se han caracterizado, entre otras cosas, por controlas muy bien sus fronteras no para que nadie penetre por ellas, como sería lo habitual, sino para que nadie salga. Eran inmensas cárceles. La liberación supuso un inicial flujo de ciudadanos que huían de la miseria en la que se encontraban sus países, y la progresiva integración de los mismos en la UE ha supuesto que un flujo constante de inmigrantes económicos provenientes del este que han llegado a nuestras naciones. Polacos en el Reino Unido, Rumanos en España, etc. Pero más allá de la necesidad económica, son los nacionales de esos países los europeos que más fresco tienen el recuerdo de lo que es vivir bajo un régimen autoritario, de carecer de libertades, de saber lo que es ser perseguido por tener ideas prohibidas. Su liberación económica es posterior a la pura libertad de subirse a un muro y gritar, a la de enarbolar una pancarta, un lema, una manifestación. En esos países gran parte de la población aún puede contar, en primera persona, experiencias de haber sufrido la represión, historias de condenas injustas, juicios farsa, detenciones arbitrarias, separación de familias, persecución de cultos, torturas... el horror de la dictadura. Y es precisamente en esas naciones donde el discurso receptivo ante los inmigrantes que huyen de la guerra de oriente medio es más duro, expresa un mayor rechazo, de todo tipo. Se usa el argumento económico de que son países más pobres que los occidentales y no pueden hacer frente con sus medios a las peticiones de asilo, pero esa es una razón menor, sobre todo si tenemos en cuenta que la distribución de reparto elaborada por la Comisión hace que las cifras que les correspondan sean bastante inferiores a las de una España que, en economía, aún sigue maltrecha. No, no son las cuentas la fuente de la oposición. No se si es el miedo que todos tenemos a que un extranjero venga y nos quite el empleo, el temor que provoca en sociedades aún no muy acostumbradas a la exposición exterior a verse avasalladas por gente que posee estudios y experiencia, el miedo a la competencia, o cualquier otra razón posible. Lo cierto es que la oposición que han mostrado desde un principio, y que no deja de crecer, resulta muy deprimente vista desde los ojos de la ética y, también, la historia.

Húngaro era Sándor Márai, escritor que tuvo que huir de su país, que malvivió durante la dictadura del almirante Horthy, que se opuso al nazismo en su país y a la dictadura comunista que vino después, y que en 1948 no tuvo otra opción que largarse lo más lejos posible ante el odio que sentía hacia su persona. Márai, les recomiendo que le lean, es el emblema del europeo del este, cosmopolita, letrado, culto y sensible, que como el del oeste, o de cualquier otra parte del mundo, huye cuando la locura se instala en su país, para tratar de salvar su vida. Márai era húngaro, como lo son quienes levantan esas vallas alambradas o arrojan comida a inmigrantes como si fueran perros. Márai, otra vez, de estar vivo, se avergonzaría de su país.

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