Les confieso, aunque debiera
darme pudor dado el mundo en el que vivimos, que no me he emborrachado nunca,
por lo que no se lo que es la presunta sensación de euforia que se vive en
pleno éxtasis alcohólico ni, obviamente, la resaca posterior. Pese a ello creo
que hoy muchos catalanes se levantan con la sensación de una inmensa resaca, de
un agotamiento absoluto, y más en el caso de los partidarios del proceso
independentista, que convocan elecciones con una frecuencia que ni en Grecia,
para ir perdiendo posiciones en cada una de ellas. Los resultados de ayer
fueron muy interesantes y, en gran parte, inesperados.
Me
gusta cómo titula hoy El País, Los independentistas ganan las elecciones pero
pierden su plebiscito. Ellos fueron los que trataron de convertir estas
elecciones en un plebiscito, en la consulta que no pudieron efectuar el 9N, y
ellos son los que han destrozado una campaña electoral, en la que los partidos
deben exponer a los ciudadanos sus ideas para solucionar su problemas, en un
soniquete continuado sobre la independencia sí o también, sobre la desconexión
y la huida. Esa irresponsable campaña ha hecho que el desempleo, el primer
problema de los catalanes, como el del resto de los españoles, ni haya
aparecido en los debates, y mucho menos la corrupción, de la que mucho debieran
explicar algunos de los independentistas, empezando por Mas, su jefe en la
sombra. Con 62 escaños, la lista de Junts per Sí gana las elecciones, pero
comparados con la suma de que disponían anteriormente CiU y Esquerra, pierden
bastantes. Nuevamente, Mas obtiene menos escaños a cada elección a la que se
presenta. La suma de los partidos independentistas, (Junts y la CUP) alcanza la
mayoría absoluta, situada en 68, con 72 escaños, pero no olvidemos que en esa
suma se encuentran grupos de la derecha de toda la vida (como Artur Mas y sus
huestes) y extremistas anarquistas que conforman gran parte de la CUP, y en
medio un revuelto de izquierdas que se lleva mal consigo mismo. Lo que quiero
decir es que si esa presunta mayoría quiere encabezar un gobierno es muy
probable que acabe dividida y enfrentada entre sí. Esa victoria en escaños NO
es en votos porque la ley electoral catalana, como casi todas, prima el voto
rural a la hora de la representación. Así, la suma independentista obtiene
1.952.482 votos, un montón, frente a 1.964.350 de los no independentistas, a
los que hay que sumar los algo más de 200.000 votos obtenidos por Unió, que no
ha logrado representación parlamentaria. Por tanto, si Mas quiere ver lo de
ayer como un plebiscito, no tiene más remedio que darlo por perdido, pese a las
soflamas que soltó por la noche, un conjunto de falsedades en las que se
otorgaba una mayoría social que no posee y que le hace subir muchos puestos en
el ranking de los demagogos, en donde ya ocupaba un lugar de privilegio. Mas
tendría que estar ahora en el rincón de pensar, junto a los otros dos grandes
derrotados de la noche, el PP de Rajoy y Pablo Iglesias. Los antagonistas de la
P, si quieren llamarlos así, cosecharon un resultado desastroso. La unión de
Esquerra con Podemos obtuvo dos diputados menos que lo que sacó Esquerra en la
pasadas elecciones y el PP perdió 8 diputados, pasando de 19 a 11. Es el
penúltimo partido en votos y sale, de cara a las generales, muy tocado. En
Cataluña, segunda comunidad por población de España, es un partido al borde de
lo residual.
Los ganadores de la noche son tres. La CUP, que
triplica representación, y vuelve a mostrar que cuando el panorama se
radicaliza son los más radicales los que sacan más tajada, el PSC, que se
consuela con una bajada de cuatro escaños que, vistas las encuestas que le
daban una pérdida mucho mayor, saben a victoria (l baile de iceta ha sido
rentable) y Ciudadano, el gran vencedor de la noche, segunda fuerza política,
veinticinco escaños y ganadora en numerosas ciudades del área metropolitana de
Barcelona. Rivera y Arrimadas han dado un golpe sobre la mesa, han logrado parar
el independentismo y, de cara a las generales, se presentan con todo el terreno
por delante. Una sorpresa, a media, tras unas elecciones que dejan claro que la
independencia puede ser un juego de exaltados y señoritos ricos, pero no la
desea la ciudadanía.
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