viernes, agosto 28, 2015

Ángela Merkel muestra talla de líder

El llamado Mar Muerto es un lago muy salado sito en una depresión en el oriente europeo, en Israel. Se llama así porque su salinidad impide que los peces puedan vivir en él. Es objeto de atracción turística por ser uno de los puntos sobre la tierra sitos a menor nivel, está por debajo de las aguas marinas que le corresponderían, y porque la salinidad incrementa la flotabilidad, haciendo que sin esfuerzo alguno todos los que en él se meten floten. Es un lugar curioso y, por lo que parece, de recomendable visita. Sin embargo, al paso que vamos, el término “Mar muerto” va a hacer referencia al Mediterráneo, convertido en una fosa común para miles de inmigrantes que, huyendo de su desgracia, se hunden en su fondo.

Ayer se supone que fueron varios cientos, aunque no está claro el número exacto ni, probablemente, cabe sabiéndose nunca. Lo más asombroso de este drama, inasumible, es que ocurre a nuestras puertas, en la acera que da acceso a Europa. No pasa en un lugar remoto del que apenas podemos enterarnos y donde las montañas o los regímenes dictatoriales impiden saber lo que sucede. No, no, pasa aquí, delante de nosotros, todos los días. Nos enteramos de ello… y no hacemos nada. No hay manifestaciones ni muestras cívicas de condena. No hay convocatorias de minutos de silencio, declaraciones institucionales, concentraciones a las puertas de los ayuntamientos o instituciones. Las redes sociales no hierven con el tema, y por no haber ni existe un estúpido “hastag” para que los internautas nos sumemos y mostremos así nuestra condena de pacotilla sin compromiso alguno. Ni si quiera hay postureo. Anda. Una absoluta indiferencia, un abandono decidido, consciente y meditado. Los gobernantes europeos no actúan, no se reúnen, no acuerdan nada, pero en esto apenas hay voces que les critiquen. ¿Por qué? ¿por qué sucede este sinsentido? Porque el europeo, sentado en su sofá a la hora de las noticias, sabe en su fuero interno que esos inmigrantes, ahogados, asfixiados, rescatados, concentrados, como toque ese día la noticia, son competencia. Competencia para su puesto de trabajo, para la plaza de su hijo en el colegio, para el turno de asistencia médica en el ambulatorio, para la guardería del niño, para el asiento del transporte público, para el cobro de ayudas sociales, para la cola del desempleo, para las pruebas de acceso a la universidad… son competencia, y si no llegan, mejor. Nadie lo dice así, pero el silencio de la sociedad ante este drama esconde este pensamiento tan comprensible, a la vez que mísero y cobarde. Y los políticos lo saben, perfectamente, y por eso actúan como lo hacen, sin hacer nada, a sabiendas de que todo lo que hagan, gasten o se esfuercen a favor de los inmigrantes les supondrá, de manera callada pero continua, menos votos. Por eso las autoridades no actúan, porque representan a una sociedad que no quiere actuar, nos representan a nosotros, a usted y a mi, a los que si nos pregunta una encuesta por la calle nos mostraremos compungidos e indignados por lo que sucede, pero que tras salir del foco de la cámara cambiaremos de opinión, y muchos de los indignados se mostrarán, si no satisfechos, aliviados porque un barco hundido es menos competencia. Los votos de los partidos xenófobos crecen en toda Europa, y me temo que más que lo harán, y esa corriente populista que tan fácil es de detectar es la que permitirá a unos acceder o mantenerse en el poder. Y en política luchar contra la corriente es, casi siempre, perder. Y un político no quiere perder el poder. Vive para lograrlo y mantenerlo, no para perderlo.

Por eso oír las declaraciones de ayer de Ángela Merkel en las que instaba a la “rica Europa a actuar de manera solidaria” resultaba realmente asombroso, porque cada una de esas palabras que pronunciaba le suponían cientos, miles de votos perdidos. Cada letra era para ella un pataleo por parte de los ciudadanos no sólo de Alemania, sino del resto de la “rica Europa” que no quiere cambios ni saber nada ni sacrificarse. Ayer Ángela Merkel hizo un discurso de estadista, no de populista, se atrevió a decir lo que nadie quiere oír. Gustará más o menos, pero es la única que ha mostrado la valentía para decir en público lo que nadie quiere admitir en privado. Ayer Ángela Merkel actuó, por primera vez, y de manera notable, como la presidenta coherente de Europa.

Subo a Elorrio y me cojo el Lunes festivo. Pásenlo muy bien y feliz final de agosto

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