lunes, agosto 17, 2015

Amargura por la muerte de Rafael Chirbes

El sábado por la tarde, sin avisar, de improviso, cuando nadie lo esperaba, Rafael Chirbes murió. La noticia me pilló de improviso en un lugar muy turístico de Madrid, consultando en el teléfono la actualidad, y me ensombreció el día. Esas no son formas de irse, comentaban muchos de los que sigo, apenados por la sorpresiva pérdida de una de las voces más propias y serias de nuestra literatura, que sólo desde hacía unos pocos años había sido reconocida con la grandeza debida, sólo desde que la actualidad, con sus noticias, decidió imitar a Chirbes.

Escritor no conocido por muchos, Chirbes no es fácil de leer, o al menos no me lo parece. No deja resquicio al descanso del lector, ni física ni emocionalmente. Sus obras, algunas breves de poco más de cien páginas, otras largas de entorno a las quinientas, son hoscas, duras, sin contemplación alguna con sus personajes y su entorno. No son violentas en el sentido sanguíneo del término, sino en el moral. Alcanzó la fama para el gran público con Crematorio, una crónica precisa del boom inmobiliario en el levante, donde vivía. En ella los personajes, complejos y poliédricos, no son caricaturas de buenos y malos, sino que presentan todos los enveses posibles, destinados en su totalidad al lucro, a la usurpación, al negocio para forrarse sea como sea. La novela fue adaptada como miniserie por Canal Plus y eso hizo que muchos se fijasen en el autor de semejante trama, más propia de una recia y dura novela negra norteamericana que de un escritor español. Pero antes de esta, hubo muchas otras, como “Mimoun”, “la larga marcha”, o “la caída de Madrid”, que las tengo leídas, y otras más, que cimentaron una carrera lúcida, comprometida y, a la vez, tan propia como ajena a todos los demás. Su última novela, “en la orilla” premio nacional de narrativa 2014, describe el mundo después del estallido de la burbuja, el desastre que ha quedado tras aquellas falsas luces, y es precisamente la coincidencia de la actualidad económica y social de esta crisis lo que llevó a la relevancia a Chirbes. Algunos lo bautizaron como el escritor de la crisis, como el narrador de lo que le estaba pasando al país, y él siempre lo negaba. Decía que sus novelas siempre, antes del estallido, han retratado la realidad social de su entorno, de su mundo, que como hacía Galdos, su maestro, un genio al que siempre hay que volver, narraba en ficción la realidad que existía en todo momento a su alrededor, y que no tenía la culpa de que justo ahora los telediarios abrieran con las historias que él había retratado. Justo este espíritu galdosiano le fue echado en cara en no pocas ocasiones, acusándole de reaccionario, de antiguo, de vivir en un mundo pasado de moda y alejado de las corrientes del momento. Él, que era muy suyo, llevaba a gala el no estar en el mundo de las estrellas literarias. Vivía sólo, junto con dos perros, en una pequeña casa de campo en un municipio valenciano, alejado de los focos, las galas y los premios. Ajeno al círculo mediático en el que viven muchos creadores, se resistía a conceder entrevistas, y cultivaba una fama de ermitaño gruñón que hacía difícil su conocimiento para el gran público. Muchos no reconocerán su imagen en los reportajes que se han publicado estos días, pero sus escritos, que son inconfundibles, lo delatan. Vayan a ellos, acudan a su obra, toda ella editada por Anagrama, y dejen que su crudeza les golpee y zarandee como un árbol sometido al vendaval.

Le vi alguna vez, en la feria del libro, y en la edición de este año traté de coincidir para que me pudiera firmar algunas de sus obras, pero no hubo suerte. Apenas había otra opción para coincidir con él, dada su alergia ya mencionada a actos y promociones. Ahora, con sólo sesenta y seis años, y víctima de un fulminante cáncer de pulmón, se ha marchado, sin hacer ruido, tal y como vivió. Ya sólo nos van a quedar sus escritos, sus textos, su pensamiento puesto en letra, porque su voz y futura escritura ya sólo será un recuerdo de lo que pudo ser y no fue.

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