La semana pasada ya les comenté
algo sobre el efecto que podía tener la devaluación del yuan decretada por el
gobierno chino, efecto en dos vías fundamentalmente. Una era lo que implicaba
respecto al resto de competidores y otra, más jugosa, lo que revelaba sobre la
salud de la propia China, cuyas cifras económicas son siempre misteriosas, como
mínimo. A lo largo de estos días se ha ido imponiendo la percepción de que
China está peor de lo que se cuenta, de que se está frenando mucho más de lo
que se esperaba, y el riesgo de que el aterrizaje suave se convierta en brusco
se ha disparado. Y la sensación se extiende.
Ayer, fruto de esa sensación que
ha transformado la perspectiva del clima económico mundial de un bonancible
verano a un amargo otoño, las bolsas de todo el mundo se dieron un castañazo monumental,
empezando por las asiáticas, con un índice de Shanghái a la cabeza de las
pérdidas con un 8% tan redondo como explosivo. Las
europeas tuvieron una jornada de mal a mucho peor para acabar en peor, con un
Ibex que, perdiendo el 5%, resultó representativo, y la jornada la cerró
Wall Street con un inicio desolador, cayendo entorno a los 1.000 puntos, cerca
del 6%, de tal manera que su cierre en pérdidas del entorno del 3,5% casi sabe
a victoria. Para rematar la jornada, el petróleo, que llevaba flojo durante los
días pasados, se dejó en torno al 6% y el barril americano perdió claramente la
cota de los 40$. Ayer fue un día en el que el cerdo agridulce chino no tenía
nada de dulce. Más allá del desplome de un día, y las consecuencias para las
carteras financieras, que sufrieron de lo lindo, lo cierto es que el panorama económico
se ha enturbiado mucho. El posible reventón de la triple burbuja china (de inversión,
inmobiliaria y financiera) puede ser devastador para el país asiático,
necesitado de altas tasas de crecimiento para mantener una paz social y el
flujo de trabajadores que huyen del campo rumbo a las cada vez más masivas y
descontroladas ciudades (en España sabemos bastante bien las consecuencias que
tiene la explosión de una burbuja, ¿verdad?) Los datos de comercio mundial
muestran, desde hace meses, un frenazo en las transacciones que es compatible
con un enfriamiento tanto de las economías desarrolladas como las emergentes.
Esta caída comercial ya indicaba un frenazo en la economía china, y esto ha generado
enormes turbulencias en las divisas y economías emergentes, especialmente
latinoamericanas y asiáticas, aunque no sólo ellas, que ven como el principal
cliente de sus exportaciones ya no les va a comprar tanto como antaño. Si China
se para, y es uno de los principales motores económicos del mundo, su efecto es
global. Las exportaciones de empresas industriales europeas y norteamericanas a
Beijing se frenarán, y con ello sus ventas y ganancias, y eso dañará las economías
industrializadas. Eso aumenta la presión para que la FED norteamericana no suba
tan deprisa los tipos de interés, medida que se esperaba para mediados del mes
de septiembre, y pone a Janet Yellen, la gobernadora, ante un dilema endiablado,
ya que si sube tipos en medio de un frenazo global contribuirá a aumentar la
fuerza de la frenada, y si no lo hace se quedará sin herramientas para actuar
en caso de necesitarlo, dando además una señal peligrosa de que la FED no
controla el rumbo de la economía norteamericana tanto como muchos desearían. El
derrumbe del petróleo, glorioso para países importadores como nosotros,
destroza las economías de los países productores y arruina a las empresas
petroleras de todo el mundo, que con el barril a 100$, como estaba hace un año
más o menos, se embarcaban en cuantiosas inversiones en todo el mundo,
financiadas a crédito como es natural. Ahora, a 40 dólares el barril, esas
inversiones no valen nada, o casi, y los créditos pasados se van a convertir en
su mayoría en deudas impagables, lo que arrastrará a varias financieras en todo
el mundo.
Y así podemos seguir durante bastantes párrafos
desglosando los efectos imparables que tiene una convulsión en una de las
piezas de las economías que, cada vez, para bien y para mal, están más
interconectadas. El desmadre bursátil, financiero y monetario (se habla de
nuevas devaluaciones del yuan, más devaluaciones emergentes, el euro sube como
refugio, etc) va a durar todavía un tiempo, pero como en años pasados, quizás
no sea sino la señal de que la coyuntura, apacible durante los últimos dos
años, se vuelve a torcer. Esperemos que no, pero el riesgo de que así sea crece
con fuerza. Y España, pequeño barco que navega en este mar global, se verá
afectado por este temporal, tanto para lo bueno como para lo malo. Aún es
pronto para saber cómo, pero indemne no vamos a salir del zarpazo del panda
chino.
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