Hace unas semanas tuvo lugar un
episodio que demuestra, a las claras, que en Europa no todos somos iguales y
que no afrontamos en serio nuestros problemas comunes. Varios intentos de
avalancha de inmigrantes que trataban de acceder al túnel del canal de la
Mancha para pasar de Francia Reino Unido
motivaron reuniones intergubernamentales, puesta a disposición de ambas
naciones de fondos de la UE para aumentar la seguridad y el acuerdo para
reforzar las vallas existentes y construir nuevas que impidan la entrada de
nadie al túnel. Si España fortifica sus vallas en Ceuta y Melilla todos le
critican. Si lo hace Francia o Reino Unido, todos les entienden.
Sin embargo, miles de muertos en
el Mediterráneo o el colapso de refugiados que se agolpan en Grecia o Macedonia
no es capaz de generar ni siquiera una reunión de segundo nivel en Bruselas, o
menos la puesta en marcha de instrumentos financieros que ayuden a paliar el
desastre que ahora se vive en la zona este del sur de Europa. Ya no es noticia
que rescatemos a un alto número de inmigrantes en las aguas comunes y que otro
número, desconocido y nada menor, forme parte de los fondos de ese mar en forma
de cadáveres. Decenas de miles de personas huyen de guerras infinitas, como las
de Siria o Libia, de la brutalidad del islamismo de Daesh que tanto vuela
templos milenarios como asesina sin piedad, y por mar o por tierra, se
encaminan hacia una Europa que, dado que no combate a sus enemigos, al menos
puede ser lugar de acogimiento. Grecia, país pobre e intervenido, soporta en su
suelo a cientos de miles de refugiados que lo han convertido en la primera
etapa de un largo viaje rumbo al norte de Europa. El sueño se llama Bélgica,
Holanda, Dinamarca y, sobre todo, Alemania, esa rica tierra de promisión en la
que el paro no existe, nacen los Mercedes, llueve y la hierba acolcha los pies
descalzos que no pueden caminar más. Si muchos jóvenes españoles han salido de
nuestro país rumbo a esos destinos buscando empleo ante nuestra crisis, cómo no
entender que personas que lo único que buscan es conservar su vida hagan lo
mismo. Ese tráfico de refugiados pasa por Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría y
Austria, antes de llegar a la misma Alemania. En cada una de estas naciones, ante
la oleada de miles de individuos y familias que huyen con lo puesto, se trata
de controlar la situación de una manera bastante común. Bloqueándola,
impidiendo el paso, creando campos de refugiados, muros y vallas. El
castillo europeo, en el que vivimos algunos de los más ricos del mundo, se
parapeta ante un mundo exterior en el que guerras y conflictos rebrotan y
generan un escenario de pesadilla. Cada noticia que veamos en los telediarios
referida a un bombardeo en Siria, en el que hayan muerto varias decenas de
personas, implica que varios miles saldrán huyendo hacia donde sea para salvar
su vida. ¿Qué haría usted en su caso? ¿Qué hicieron muchos españoles cuando la
guerra civil llegó a sus pueblos? ¿Y muchos europeos al verse hostigados por el
avance nazi en la II Guerra Mundial? Lo mismo, huir. Buscar refugio allá donde
lo hubiera, o creyeran que se encontrase. En este siglo XXI hipercomunicado en
el que el egoísmo personal alcanza cotas inauditas, el contraste entre nuestra
riqueza y la de la miseria de la que huyen esos refugiados es la máxima
posible, y a mayor distancia económica y vital, más presión migratoria nos
vamos a encontrar. Si alguno de los países “importantes” sufre este problema,
como he comentado al principio, no se escatiman medios ni recursos para
intervenir, aunque sea para hacer muros, pero si los países que no importamos,
y somos frontera exterior de la UE, lo sufrimos día tras día, no hay auxilio
comunitario ni sensación de alarma. Y esto tarde o temprano va a acabar creando
una situación violenta en un país de acogida que lamentaremos mucho.
No se cuál es la solución a este complejo
problema, incluso tengo dudas de que realmente la haya, pero sí tengo claras
dos cosas. Que es un problema común que afecta a toda la Unión y que debemos
solucionarlo, o afrontarlo, de manera igualmente común. El circo de pequeñas
naciones que, carentes de recursos, apenas pueden ni organizar campos de
refugiados para que miles de personas puedan al menos dormir a cubierto es
desolador, y ver cómo los egoísmos nacionales y las xenofobias se alimentan a
costa de la miseria de esas pobres personas resulta, como mínimo, angustioso.
Esto va a ir a más, cada vez vendrá más gente hacia nosotros buscando la
salvación. No podemos mirar hacia otro lado. No podemos.
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