miércoles, agosto 26, 2015

La inmigración que huye del caos desarbola a Europa

Hace unas semanas tuvo lugar un episodio que demuestra, a las claras, que en Europa no todos somos iguales y que no afrontamos en serio nuestros problemas comunes. Varios intentos de avalancha de inmigrantes que trataban de acceder al túnel del canal de la Mancha para pasar de Francia  Reino Unido motivaron reuniones intergubernamentales, puesta a disposición de ambas naciones de fondos de la UE para aumentar la seguridad y el acuerdo para reforzar las vallas existentes y construir nuevas que impidan la entrada de nadie al túnel. Si España fortifica sus vallas en Ceuta y Melilla todos le critican. Si lo hace Francia o Reino Unido, todos les entienden.

Sin embargo, miles de muertos en el Mediterráneo o el colapso de refugiados que se agolpan en Grecia o Macedonia no es capaz de generar ni siquiera una reunión de segundo nivel en Bruselas, o menos la puesta en marcha de instrumentos financieros que ayuden a paliar el desastre que ahora se vive en la zona este del sur de Europa. Ya no es noticia que rescatemos a un alto número de inmigrantes en las aguas comunes y que otro número, desconocido y nada menor, forme parte de los fondos de ese mar en forma de cadáveres. Decenas de miles de personas huyen de guerras infinitas, como las de Siria o Libia, de la brutalidad del islamismo de Daesh que tanto vuela templos milenarios como asesina sin piedad, y por mar o por tierra, se encaminan hacia una Europa que, dado que no combate a sus enemigos, al menos puede ser lugar de acogimiento. Grecia, país pobre e intervenido, soporta en su suelo a cientos de miles de refugiados que lo han convertido en la primera etapa de un largo viaje rumbo al norte de Europa. El sueño se llama Bélgica, Holanda, Dinamarca y, sobre todo, Alemania, esa rica tierra de promisión en la que el paro no existe, nacen los Mercedes, llueve y la hierba acolcha los pies descalzos que no pueden caminar más. Si muchos jóvenes españoles han salido de nuestro país rumbo a esos destinos buscando empleo ante nuestra crisis, cómo no entender que personas que lo único que buscan es conservar su vida hagan lo mismo. Ese tráfico de refugiados pasa por Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría y Austria, antes de llegar a la misma Alemania. En cada una de estas naciones, ante la oleada de miles de individuos y familias que huyen con lo puesto, se trata de controlar la situación de una manera bastante común. Bloqueándola, impidiendo el paso, creando campos de refugiados, muros y vallas. El castillo europeo, en el que vivimos algunos de los más ricos del mundo, se parapeta ante un mundo exterior en el que guerras y conflictos rebrotan y generan un escenario de pesadilla. Cada noticia que veamos en los telediarios referida a un bombardeo en Siria, en el que hayan muerto varias decenas de personas, implica que varios miles saldrán huyendo hacia donde sea para salvar su vida. ¿Qué haría usted en su caso? ¿Qué hicieron muchos españoles cuando la guerra civil llegó a sus pueblos? ¿Y muchos europeos al verse hostigados por el avance nazi en la II Guerra Mundial? Lo mismo, huir. Buscar refugio allá donde lo hubiera, o creyeran que se encontrase. En este siglo XXI hipercomunicado en el que el egoísmo personal alcanza cotas inauditas, el contraste entre nuestra riqueza y la de la miseria de la que huyen esos refugiados es la máxima posible, y a mayor distancia económica y vital, más presión migratoria nos vamos a encontrar. Si alguno de los países “importantes” sufre este problema, como he comentado al principio, no se escatiman medios ni recursos para intervenir, aunque sea para hacer muros, pero si los países que no importamos, y somos frontera exterior de la UE, lo sufrimos día tras día, no hay auxilio comunitario ni sensación de alarma. Y esto tarde o temprano va a acabar creando una situación violenta en un país de acogida que lamentaremos mucho.

No se cuál es la solución a este complejo problema, incluso tengo dudas de que realmente la haya, pero sí tengo claras dos cosas. Que es un problema común que afecta a toda la Unión y que debemos solucionarlo, o afrontarlo, de manera igualmente común. El circo de pequeñas naciones que, carentes de recursos, apenas pueden ni organizar campos de refugiados para que miles de personas puedan al menos dormir a cubierto es desolador, y ver cómo los egoísmos nacionales y las xenofobias se alimentan a costa de la miseria de esas pobres personas resulta, como mínimo, angustioso. Esto va a ir a más, cada vez vendrá más gente hacia nosotros buscando la salvación. No podemos mirar hacia otro lado. No podemos.

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