Fue en la tarde del miércoles de
la semana pasada, hora española, muy de noche en China, cuando todos pudimos
empezar a ver los vídeos que mostraban unas enormes explosiones en el puerto de
la ciudad de Tianjin, una urbe gigantesca de más de siete millones de
habitantes, desconocida para casi todos, que deja a las ciudades europeas
convertidas en modestas barriadas residenciales, y que está sita a unos 170
kilómetros al sureste de Pekín. Las imágenes mostraban unas enormes bolas de
fuego que, en medio de la oscuridad, parecían aún más impactantes. A lo largo
del día siguiente se fueron viendo imágenes de la devastación producida en el
puerto. Total.
No está nada claro ni que es lo
que ha pasado en Tianjin ni la dimensión que ha tenido ni el porqué, y dada la
actitud clásica de las autoridades chinas, probablemente nunca lo sepamos por
completo. Tianjin y su puerto son, la verdad, una perfecta metáfora de lo que
durante todos estos años ha sido China, de sus fortalezas y miserias. Un
puerto convertido en una gigantesca industria exportadora, en la que los
controles de seguridad y calidad ambiental no existen, en la que el único
fin es el lucro a costa de lo que sea y donde los trabajadores y ciudadanos
locales no son sino piezas de una maquinaria al servicio del negocio,
prescindibles y sustituibles tanto si protestan como si fallecen. Un puerto
regido por un conglomerado industrial dotado de amplios contactos con las
élites dirigentes en la ciudad y en el gobierno de Pekín, entre los cuales se
habrán cruzado, es más que seguro, jugosos sobornos y contraprestaciones a
cambio de que los responsables de la autoridad no hicieran ejercicio alguno de
la misma y que los encargados del puerto pudieran seguir con su negocio a toda
vela. Como China es una dictadura, nada de todo esto, que es sabido y conocido
por casi todos puede ser denunciado, y sólo en ocasiones como esta, en la que
un accidente descontrolado supera a las fuerzas empresariales y políticas,
surgen los problemas. Y como en toda dictadura, lo más importante ante una
catástrofe de este tipo no es el auxilio a la población y el arreglo del
desperfecto surgido, no, sino el control de la información, el ocultamiento y
la presión policial sobre los ciudadanos residentes en el entorno del desastre,
para que no protesten y se mantengan callados. A medida que vamos conociendo
detalles de lo sucedido van a florando las noticias típicas en estos casos.
Esas corruptelas antes señaladas, falta de permisos oficiales para el
desarrollo de muchas de las actividades, subcontratas irregulares, falta de
planificación, la acumulación de sustancias tóxicas donde no debieran estar, el
manejo descontrolado de las mismas, el engaño a la población que, a millares,
vivía pegada a las instalaciones portuarias, la falta de medios técnicos y
humanos, y su escasa cualificación, para atender un posible accidente en unas
instalaciones tan complejas y peligrosas, errores en la gestión de la crisis y
en la forma de abordarla… en fin, todas las que ustedes puedan imaginarse. Y la
actuación del gobierno chino, más allá de ir soltando con cuentagotas datos
sobre la alarmante situación que se vive en Tianjin y su entorno (agua y aire),
se basa en el ocultamiento, la suspensión de sitios web en los que se denuncian
todas estas cosas, la persecución de los portavoces vecinales que reclaman
saber qué es lo que realmente sucede más allá de sus portales, y el
ocultamiento de unas víctimas, cuyo número sospecho que nunca sabremos
realmente ni las causas finales de su muerte, dado que al gobierno de Pekín lo
que menos le importa, en este y todos los demás asuntos, es la propia población
china, que puede ser sacrificada en cualquier momento en aras al logro económico
o político que se considere necesario en cada momento.
En cierto modo, y guardando las distancias
respecto al tipo de accidente acontecido, la sucedido recuerda mucho al
Chernobil de los ochenta, donde el mundo se iba enterando de lo que había
pasado en la central por los registros de radioactividad que llegaban a Europa
occidental, mientras que el gobierno de Moscú lo negaba todo y trataba, mandando
a la muerte de manera indirecta a un montón de personas, de controlar y
extinguir el reactor de la central, con unos medios que, años después, se
mostraron infames y completamente inadecuados. Aterra pensar que, hoy en día,
la segunda potencia económica del mundo y el país más poblado adolece de los
mismos vicios, la misma dictadura, que esconde “tianjines” por todas partes y
que no sabemos cuándo estallará el siguiente ni el daño que puede hacernos.
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