La crisis griega sigue, y es el
centro de atención de Europa, con la firma del preacuerdo del tercer rescate,
producida ayer, pero ya en su momento les comenté que hacia donde mira todo el
mundo, cada vez con más preocupación, es hacia China. Desde hace meses resulta
evidente que su ritmo de crecimiento está bajando, no tanto por las
estadísticas oficiales de Beijing, que cada vez son menos creíbles, sino por
otros indicadores, como los PMI que miden la actividad empresarial o los flujos
de la balanza de pagos, que indican una señal clara y llena de consecuencias:
Frenazo.
El derrumbe que vivió la bolsa de
Shanghái hace unas semanas fue, para muchos, el pistoletazo de salida del
pinchazo de la burbuja china, pero todo puede ser un poco más complicado, y más
en aquel enorme y, realmente desconocido, país. Sin embargo, la
decisión tomada ayer por sorpresa por las autoridades chinas de devaluar su
moneda, el yuan, en un 1,86% es una admisión ante todo el mundo que la
pujanza de la economía china no es la que oficialmente se proclama, sino la que
oficiosamente se anuncia. Años de exportaciones e inversión disparada han
contribuido a aumentar los costes de producción en China, a hacerlas menos
competitiva frente a otros países de su entorno. Su modelo de crecimiento,
intensivo en inversión, no puede sostenerse a medio plazo y el consumo, que es
la base del crecimiento, con mayor o menor intensidad, en las economías
capitalistas, no acaba de despegar. Todo el mundo tiene en la cabeza la
asombrosa cifra del 7% como el nivel de crecimiento que China requiere para
absorber de manera “ordenada” el flujo de ciudadanos que salen del campo
buscando oportunidades rumbo a las cada vez más mastodónticas ciudades, y que
permite mantener la paz social que, en caso de descontrolarse, obligaría a la
dictadura reinante a mostrar nuevamente el poderío de sus tanques en las ahora
atascadas autovías de esas urbes pseudofuturistas. Este parón chino, dada la
dimensión global que ha adquirido su economía, tiene efectos por todo el mundo
de enormes consecuencias. El resto de países emergentes, muchos ellos
exportadores de materias primas destinadas a abastecer a la maquinaria china,
ven como su principal cliente ya no compra como antes, y lo notan en sus
cuentas. América Latina y África empiezan a sufrir enormes daños en sus
balanzas por cuenta corriente, y sus divisas se desploman al ser tan
dependientes de los vaivenes chinos. Brasil es, a estos efectos, el ejemplo
perfecto de crisis, con orígenes propios, que se desata por completo tras el
frenazo de las exportaciones chinas. La demanda de petróleo, que China consume
como si fuera agua refrescante en el verano madrileño, es cada vez menor, y los
precios del barril, que habían iniciado una suave remontada en los últimos
meses tras el desplome del pasado año, vuelven a caer y a situarse por debajo
de la barrera de los 50$, con las consecuencias tremendas que eso tiene para economías
completamente dependientes de la exportación de crudo como la de las dictaduras
de oriente medio o la autocracia rusa, por poner sólo dos de ellas. Los efectos
geoestratégicos de esta bajada también pueden ser intensos, y habría que
seguirlos. También se duda de si el movimiento de devaluación de ayer será el
primero de una carrera competitiva entre naciones, una “guerra de divisas” que de
desatarse, como todas las habidas en el pasado, sólo contribuiría a empobrecer
a los contendientes. Tampoco se puede descartar el efecto de esta medida en la
prevista política de aumento de tipos de la FED, con la revaluación automática
del dólar que supone este movimiento.
Y podría seguir párrafos y párrafos desgranándoles
posibles efectos de este movimiento, pero todos ellos se pueden resumir en un
concepto. Incertidumbre. China es la segunda economía mundial y lo que a ella
le pase, para bien o para mal, nos afecta ya a todos. Hay análisis para todos
los gustos, desde los que pasan porque el futuro chino es similar al japonés
tras el reventón de su burbuja en los noventa, con varias décadas perdidas por
delante, a los que afirman que esto son los dolores de crecimiento de una
economía que se transforma para aumentar su competitividad y ser más “sana”.
Quién sabe. El futuro es complejo pero lo que parece seguro es que China va a
ser uno de los principales focos de atención económica global, y si hasta ahora
lo era por su éxito, va a empezar a serlo también por sus sombras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario