Ayer
una cadena de atentados en Turquía, en Estambul y otras ciudades, dejó un
balance de nueve muertos entre terroristas y fuerzas de seguridad del estado,
elevando aún más la tensión existente entre el gobierno de Ankara y las
milicias kurdas del PKK, que rompieron el alto el fuego hace poco más de un mes
y, desde entonces, han iniciado una campaña de atentados en el país como
respuesta a los bombardeos que el ejército turco realiza a las posiciones
kurdas en el este del país y en territorio sirio. Años de conversaciones y
distensión entre ambas partes se han volatilizado en apenas semanas.
Turquía, una de las naciones
llamada emergentes, cuya economía creciente y su original capacidad de aunar el
islam como religión privada con un estado laico, ejemplo para muchos de una vía
alternativa de desarrollo para las naciones de oriente medio, lleva unos meses
en una deriva muy peligrosa que lo inestabiliza cada vez más. Desde fuera no
hay buenas noticias. En el plano económico todos los países emergentes están
siendo golpeados por la debilidad china, lo que hunde el valor de sus monedas y
sus exportaciones, generando déficits abultados en la balanza de pagos y una
más que probable recesión. A Turquía también se le junta el que uno de sus
vecinos sea el infierno de Siria, con combates entre las fuerzas leales al
régimen y el islamismo de DAESH en Kobane, justo al borde de la frontera
sureste del país. De hecho fue un atentado en territorio kurdo de los
islamistas lo que inició una campaña de bombardeos del ejército turco, dirigida
inicialmente, por fin, a atacar a DAESH, pero que derivo rápidamente a un asalto
a las posiciones kurdas, paradójicamente las que más están luchando en terreno
enemigo contra los islamistas asesinos. Esto reavivó el secular enfrentamiento
entre Ankara y los kurdos y es la mecha que prendió atentados como los
registrados ayer y, me temo, los que vengan en el futuro. Por si todo esto no
bastase para inestabilizar un país, en el plano interno las cosas no van bien.
Reelegido hace poco sin mayoría absoluta, Erdogan gobierna el país cada vez con
un talante más autoritario, y con un sesgo islamista que no gusta a casi nadie.
La república turca actual, fundada por Ataturk, basa en el laicismo su propia
existencia, confiando al ejército la labor de garantizar que el islamismo no se
haga con el poder. Poco a poco y venciendo muchas resistencias, Erdogan ha ido
dando poder a los grupos conservadores que reclaman una vuelta a la influencia
del islam y ha aumentado la fractura de la sociedad turca entre los integristas
y los laicistas. Su manera de reprimir las protestas urbanas en torno a la
plaza Takshim de Estambul hace un par de años dejó muy claro que el diálogo no
es precisamente la herramienta de trabajo de un Erdogan que, de ser un
interlocutor deseado por los gobiernos occidentales (¿se acuerdan de la alianza
de civilizaciones con ZP?) empieza a ser visto cada vez más como un sujeto al
estilo Putin, revestido de democracia, pero con un carácter autoritario que no
duda en ejercer ante cualquier problema o situación que se le enfrente, aún a
riesgo de incendiar la región o la estabilidad de su propio país, como es el
caso de la ofensiva sorpresa contra los turcos. Así, poco a poco, Turquía entra
en el radar de los países con problemas y todo esto tiene efectos
muy negativos sobre el país, su sociedad y economía, que pueden, sin duda,
acentuar el marasmo político.
No es lo más importante, pero como muestra, el
impacto del atentado de ayer en Estambul sobre el turismo en esa ciudad, una de
las principales fuentes de riqueza, será significativo y negativo, tanto como en
los viajes previstos al resto del país. Es de temer que ante esta escalada de
tensión Erdogan aplique la política que ha seguido manteniendo hasta ahora, de
mano cada vez más dura y golpee con fuerza a los kurdos. Habrá que estar muy
atentos a lo que pase, pero parece que el único país vecino de Siria que no
estaba sufriendo el conflicto en sus propias carnes lo empieza a hacer, aunque a
través de una derivada propia y no prevista. Malas noticias para la región y,
sobre todo, para el pueblo turco.
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