A principios de año asistimos
horrorizados al atentado islamista en la sede del semanario satírico parisino
Charlie Hebdo, en el que un comando terrorista asesinó a varios de los
integrantes de la redacción. Nos manifestamos públicamente, aquí y en el resto
del mundo, en solidaridad con los familiares de los asesinados y con el
semanario. Gritamos a favor de la libertad de expresión, que se veía amenazada,
y exhibimos en nuestra presencia en las redes sociales un infantil JesuiCharlie
en el que, anónimamente o no, nos pretendía hermanar con la revista y su
capacidad para expresarse, estuviéramos de acuerdo con ella o no.
Y es que el atentado de Charlie
Hebdo fue, sobre todo, y ante todo, un atentado contra la libertad de
expresión, una acto de censura, ejercido de una manera terrorista y sádica, que
buscaba acallar a quienes expresaban una opinión, en este caso humorística y
con viñetas, que no era del agrado de los islamistas. Decía Voltaire a sus
oponentes que no compartía sus ideas, pero que daría la vida para que pudieran
expresarlas. Ese es el espíritu ilustrado que, en un momento dado, logró
convertir a Europa en un faro de libertad en un mundo oprimido por el poder,
que siempre está en contra de cualquier opinión que se exprese en su contra.
Podrían gustarnos más o menos las caricaturas y el estilo humorístico de
Charlie Hebdo, pero debe poder publicarlas, y si a alguien no le gusta, es
libre de demandarle. Pero debe poder publicarlas. Aquello sucedió fuera de
nuestras fronteras, y era sumamente cómodo sumarse a la corriente pro Charlie,
etiquetarnos el “jesui” con un grado de infantilismo muy típico de nuestra
actual sociedad, y seguir como si tal cosa, con la conciencia tranquila por haber
hecho lo políticamente correcto en ese caso. Esta semana, muy cerca, en nuestro
entorno, sin que afortunadamente se haya llegado a grado alguno de violencia,
se ha producido otro caso de censura, en este caso por parte de la organización
de un festival de música veraniega, el Rototom, un evento centrado en el reggae.
Uno de los artistas invitados, un músico norteamericano de origen judío llamado
Matisyahu, ha sido excluido de la programación del festival ante las presiones
de un grupo de plataformas solidarias con la causa palestina, que
exigían que el artista se pronunciara inequívocamente en contra de la actitud
del gobierno de Israel en el conflicto palestino. El artista, que tendrá su
opinión propia al respecto de este asunto, y que no importa cuál sea, se negó a
optar públicamente al respecto, y finalmente fue eliminado de la programación
del evento. La
embajada de Israel y varias asociaciones judías han protestado vehemente en
contra de lo que consideran, con razón, un acto de censura impropio de una
sociedad democrática, y el cantante, a quien yo no conocía de nada, se ha visto
inmerso en medio de una polémica en la que el festival, autoridades locales y
regionales, que pagan parte de los costes del festival, y opinadores de todo tipo
se enzarzan en un debate sobre si lo que ha sucedido es censura o no. El hecho
ha pasado en nuestro entorno, en el supuesto contexto de un conflicto, el palestino
israelí, en el que la mayor parte de la opinión pública española tiene una
posición muy clara al respecto, y ha resultado políticamente correcto expulsar
al artista sin que se hayan oído voces críticas ni por parte de compañeros
suyos de profesión ni de fuentes presuntamente progresistas, que más bien han
actuado de la manera más rancia posible. Las redes sociales no han actuado, no
se ha creado la etiqueta JesuiMatisyahu ni YosoyMatisyahu ni nada por el
estilo, y supongo que el cantante no volverá a España en mucho tiempo, escarmentado
por la actitud cobarde y sectaria de una parte de la sociedad que, volviendo a
tiempos pasados, requiere un carnet de pureza ideológica para convalidar la
presencia de una persona en su entorno.
Repito, no se qué opinión tiene el artista sobre
el conflicto que nos ocupa, como no la se de muchas otras personas, pero eso es
independiente de su calidad musical y del hecho de que pueda actuar o no en un
acto, financiado además con dinero público. La censura, se practique donde se
practique y contra quien sea, debe ser combatida, aunque sea mucho más cómodo hacerlo
contra lo que sucede allá donde nos molesta que en nuestro entorno cercano,
donde opinar sí puede tener un coste, y más según quien gobierne y reparta
subvenciones. Todo
este asunto, como lo expresa perfectamente Antonio Muñoz Molina sólo me genera
un sentimiento. El de la vergüenza.
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