Ayer
Ángela Merkel sufrió un aluvión de abucheos e insultos en su propio país, en
una escena que no habíamos visto nunca. Sucedió mientras visitaba un albergue
de refugiados que había sido atacado por extremistas hace unos días, incendiado
y casi destrozado mientras acogía a cerca de veinte inmigrantes recién llegados
al país. Los que le abucheaban no eran ni miembros de Syriza ni griegos
desaforados ni opositores a sus políticas, no. Eran simpatizantes de los
salvajes que días antes habían atacado ese centro para refugiados. Merkel vio
ayer con sus propios ojos como el fantasma de la xenofobia coge fuerza en
Europa.
Ayer comentaba que la inmigración
proveniente de los países en guerra va a acabar generando un enorme problema
social en una Europa que no sabe cómo acogerles y que se limita a levantar
vallas, que de una manera o de otra serán franqueadas, y cuando esas vallas se
superan se llega a la tierra prometida de Alemania, un país de ochenta millones
de habitantes, en paz, con una economía pujante y líder en valoración mundial
en aspecto como la ética profesional, la responsabilidad y el rigor. Se estima que
ochocientas mil personas pedirán asilo en Alemania a lo largo de este año,
muchas veces más, he llegado a leer que hasta cuatro, de las que lo hicieron el
año pasado. Eso supone un 1% de la población del país, más o menos como si España
acogiera a cuatrocientas cuarenta mil personas, en un año. ¿Cómo lo haríamos?
¿Cómo lo veríamos desde aquí? Nuestro país pasó, en pocos años, y al calor de
la burbuja, a ver cómo se disparaban las tasas de inmigración sin que,
afortunadamente, se produjeran rebrotes racistas de importancia, en ningún caso
violentos, si no recuerdo mal. El desplome económico y el paro disparado eran
el caldo de cultivo para que hubiéramos visto episodios racistas, pero
milagrosamente no se han dado, y creo que es algo de lo que debemos estar muy
orgullosos. Cierto es que gran parte de nuestra inmigración es hispanohablante
y católica. ¿Hubiera pasado lo mismo con un elevado porcentaje de población
musulmana proveniente de oriente medio? Porque ese es el perfil mayoritario de
los refugiados de las guerras del Daesh que huyen despavoridos y llegan a
nuestro continente. Tras décadas en las que las pulsiones étnicas han estado dormidas,
pese a conflictos siempre abiertos como lo ha sido el terrorista etarra, de
fuerte componente racista, o las atroces guerras yugoslavas de los noventa, habíamos
pasado unos años tranquilos que tornan a su fin. La crisis económica y el temor
a que “el de fuera” me quite el trabajo ha hecho que partidos cuya ideología
dominante es el racismo, de una manera más o menos encubierta, dominen las encuestas.
El discurso separatista de Convergencia en Cataluña, las soflamas xenófobas de
la Liga Norte en Italia o el UKIP en reino Unido, el inteligente y perverso
mensaje que día tras día lanza Marine LePen hacia el éxito en Francia… y muchas
otras formaciones que se basan, esencialmente, en lo mismo. Nosotros frente a
ellos, lo de aquí frente a lo de fuera. Esta política no sólo es injusta y
carente de sentido, sino que evidentemente resulta muy peligrosa, al tocar la
fibra sensible de muchos ciudadanos que, machacados por ese discurso, acaben
sintiéndose amenazados por el de fuera, y reaccionan violentamente. Los racistas
alemanes de Pegida han cogido bastante fuerza a lo largo del año, sino en los
votos al menos sí en algunas calles de ciudades del país, y en su nombre se
producen esos constantes asaltos a centros de refugiados, instalaciones de
acogida y cualesquiera que puedan verse como lugares en los que el gobierno
destina el dinero “de los nuestros” a ayudar a “los de fuera”. Ataques que no
cesan y que tarde o temprano acabarán produciendo, por pura probabilidad, una
desgracia.
Hay que ser muy firmes ante estos hechos. No
debemos dudar nunca en condenarlos, jamás justificarlos, y perseguir con saña
legal y policial a la zafia chusma que los perpetra, pero también debemos crear
un discurso que permita acoger a aquellos que lo necesitan y que, por economía
y demografía europea, nos pueden ayudar a salvar nuestras envejecidas naciones.
Este no va a ser un reto fácil, ni mucho menos. Quizás sea de los más
complejos, largos en el tiempo y peligrosos de los que abordamos en nuestra
baqueteada Europa, pero debemos hacerlo con firmeza, convicción democrática,
unidad, sentido común y visión interesada de largo plazo. No podemos consentir
que los que abuchearon ayer a Merkel se hagan con el discurso y la iniciativa.
Eso nos llevaría al desastre seguro.
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