jueves, agosto 27, 2015

Alemania, ante el reto de la inmigración

Ayer Ángela Merkel sufrió un aluvión de abucheos e insultos en su propio país, en una escena que no habíamos visto nunca. Sucedió mientras visitaba un albergue de refugiados que había sido atacado por extremistas hace unos días, incendiado y casi destrozado mientras acogía a cerca de veinte inmigrantes recién llegados al país. Los que le abucheaban no eran ni miembros de Syriza ni griegos desaforados ni opositores a sus políticas, no. Eran simpatizantes de los salvajes que días antes habían atacado ese centro para refugiados. Merkel vio ayer con sus propios ojos como el fantasma de la xenofobia coge fuerza en Europa.

Ayer comentaba que la inmigración proveniente de los países en guerra va a acabar generando un enorme problema social en una Europa que no sabe cómo acogerles y que se limita a levantar vallas, que de una manera o de otra serán franqueadas, y cuando esas vallas se superan se llega a la tierra prometida de Alemania, un país de ochenta millones de habitantes, en paz, con una economía pujante y líder en valoración mundial en aspecto como la ética profesional, la responsabilidad y el rigor. Se estima que ochocientas mil personas pedirán asilo en Alemania a lo largo de este año, muchas veces más, he llegado a leer que hasta cuatro, de las que lo hicieron el año pasado. Eso supone un 1% de la población del país, más o menos como si España acogiera a cuatrocientas cuarenta mil personas, en un año. ¿Cómo lo haríamos? ¿Cómo lo veríamos desde aquí? Nuestro país pasó, en pocos años, y al calor de la burbuja, a ver cómo se disparaban las tasas de inmigración sin que, afortunadamente, se produjeran rebrotes racistas de importancia, en ningún caso violentos, si no recuerdo mal. El desplome económico y el paro disparado eran el caldo de cultivo para que hubiéramos visto episodios racistas, pero milagrosamente no se han dado, y creo que es algo de lo que debemos estar muy orgullosos. Cierto es que gran parte de nuestra inmigración es hispanohablante y católica. ¿Hubiera pasado lo mismo con un elevado porcentaje de población musulmana proveniente de oriente medio? Porque ese es el perfil mayoritario de los refugiados de las guerras del Daesh que huyen despavoridos y llegan a nuestro continente. Tras décadas en las que las pulsiones étnicas han estado dormidas, pese a conflictos siempre abiertos como lo ha sido el terrorista etarra, de fuerte componente racista, o las atroces guerras yugoslavas de los noventa, habíamos pasado unos años tranquilos que tornan a su fin. La crisis económica y el temor a que “el de fuera” me quite el trabajo ha hecho que partidos cuya ideología dominante es el racismo, de una manera más o menos encubierta, dominen las encuestas. El discurso separatista de Convergencia en Cataluña, las soflamas xenófobas de la Liga Norte en Italia o el UKIP en reino Unido, el inteligente y perverso mensaje que día tras día lanza Marine LePen hacia el éxito en Francia… y muchas otras formaciones que se basan, esencialmente, en lo mismo. Nosotros frente a ellos, lo de aquí frente a lo de fuera. Esta política no sólo es injusta y carente de sentido, sino que evidentemente resulta muy peligrosa, al tocar la fibra sensible de muchos ciudadanos que, machacados por ese discurso, acaben sintiéndose amenazados por el de fuera, y reaccionan violentamente. Los racistas alemanes de Pegida han cogido bastante fuerza a lo largo del año, sino en los votos al menos sí en algunas calles de ciudades del país, y en su nombre se producen esos constantes asaltos a centros de refugiados, instalaciones de acogida y cualesquiera que puedan verse como lugares en los que el gobierno destina el dinero “de los nuestros” a ayudar a “los de fuera”. Ataques que no cesan y que tarde o temprano acabarán produciendo, por pura probabilidad, una desgracia.

Hay que ser muy firmes ante estos hechos. No debemos dudar nunca en condenarlos, jamás justificarlos, y perseguir con saña legal y policial a la zafia chusma que los perpetra, pero también debemos crear un discurso que permita acoger a aquellos que lo necesitan y que, por economía y demografía europea, nos pueden ayudar a salvar nuestras envejecidas naciones. Este no va a ser un reto fácil, ni mucho menos. Quizás sea de los más complejos, largos en el tiempo y peligrosos de los que abordamos en nuestra baqueteada Europa, pero debemos hacerlo con firmeza, convicción democrática, unidad, sentido común y visión interesada de largo plazo. No podemos consentir que los que abuchearon ayer a Merkel se hagan con el discurso y la iniciativa. Eso nos llevaría al desastre seguro.

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