jueves, agosto 06, 2015

En el fondo del mar, ¿nos importan los inmigrantes?

La noticia de que puede haber cientos de muertos en el hundimiento de una barcaza repleta de inmigrantes en el canal de Sicilia, hecho sucedido ayer, no logra, ni siendo Agosto, encaramarse a lo más alto de los titulares de la prensa digital. A la hora que escribo esto, 8:02 AM, ni El País ni El Mundo lo colocan arriba del todo. Sin maximizar la ventana del navegador, en el caso del diario de Prisa la noticia aparece tras diez pantallazos, con una cifra de víctimas de en torno a 25, mientras que para el medio de propiedad italiana son siete los pantallazos para llegar a un titular secundario que alude a cientos de víctimas mortales.

Y es que lo segundo que más impacto me produce de toda la tragedia que está teniendo lugar estos meses, años, con la inmigración en Europa, después del shock que supone el problema en sí mismo y sus dramáticas consecuencias, es la absoluta indiferencia con la que se vive por parte de la población del continente. Durante años los países que somos frontera sur con la inmigración, especialmente España e Italia, hemos sido tratados con menosprecio por los del norte, siendo acusados por estos últimos de lesionar los derechos humanos de los inmigrantes por impedirles saltar las vallas, como en el caso de Ceuta y Melilla, pero dejando claro que no podemos permitir que lo hagan. En el caso del Mediterráneo es el mar, ese bello y asesino mar, el que hace de eficaz valla, llevándose al fondo vidas que, para muchos, no son un problema. Los problemas que desde hace semanas se viven en el paso de Calais, boca de entrada francesa al eurotúnel que une al Reino Unido con el continente, han hecho que la inmigración sea noticia de portada en los países de destino de la misma, no en los de tránsito como es nuestro caso. ¿Y cuáles han sido las medidas tomadas para solventarla? Poner más vallas, alambradas y policía, y quizás, también, concertinas. Ha bastado una semana de incidentes en Francia y quejas por parte de París y Londres para que la Comisión Europea destine más dinero a este asunto (para comprar rejas) en esos países que lo que se ha gastado en años para asistir al gobierno de España o, sobre todo, Italia, que acoge a miles de refugiados sin ayuda alguna, lo cual nos vuelve a demostrar que, no sólo en el caso del Euro, Europa es una unión de diferentes con muy distinto poder e influencia. ¿Qué pasaría si Ceuta y Melilla fueran francesas, o inglesas? ¿Cuán altas serían las vallas instaladas, o afiladas sus concertinas? El inmigrante que se ahoga en el Mediterráneo es el favorito para los políticos europeos pero, sobre todo, para la población de los países, sí, para todos nosotros. Nos permite expresar una profunda congoja por su destino, por lo injusto del mundo y por lo mal que va todo, pero ese hombre o mujer que se hunde bajo las aguas no hará cola en “mi” centro de salud, ni será competencia a la hora de encontrar “mi” empleo, ni sus hijos lucharán por las plazas de “mi” guardería, y así una tras otra, las miles de razones que no nos atrevemos a decir en público, porque son políticamente incorrectas, pero que aplaudimos en privado, y que hacen que partidos abiertamente xenófobos alcancen grandes porcentajes de voto, y que obligan a los partidos que no lo son a mantenerse callados en este tema, porque también saben que de opinar de otra manera, perderán votos. Así de cruel es todo esto.


Europa, un continente rico, rodeado de mucha pobreza y guerra en el sur, debiera empezar a plantearse una gestión inteligente y de largo plazo de la inmigración. Somos un continente envejecido, con población menguante y que a largo plazo, por puro interés de supervivencia, necesita mucha población nueva. No sólo por solidaridad, también por egoísmo, podemos acoger a decenas de miles de personas, que seguirán huyendo del infierno de sus países hagamos lo que hagamos. Dejarlos morir, olvidarlos, que un león ocupe más portadas que sus vidas, es una muestra de lo (poco, nada) que nos importan, y servirá de baremo para juzgarnos moralmente en el futuro. Todo este complejo asunto resulta desolador.

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