Llevábamos unos días sin hablar
de Grecia, pero como los autores de tragedias clásicas no son nada sin su
público, una nueva escena en el drama se nos presenta ante nosotros. La
estabilidad de la política griega se parece mucho a la de una ruina descuidada,
o a esas ánforas que se exhiben en los museos, agrietadas y frágiles, que
parece que usan los pedestales para apoyarse y evitar su ruptura total. Nada
dura mucho en Grecia, y menos en sus partidos políticos, que se fragmentan,
dividen y recomponen a la velocidad a la que el país se funde el dinero de los
rescates.
Tras la aprobación del tercero de
ellos, hace pocos días, y su puesta en marcha, todo apuntaba a que Tsipras
adelantaría elecciones. El pacto firmado con la troika y el resto del mundo es
una absoluta enmienda a la totalidad al programa electoral con el que ganó las
elecciones en Enero de este mismo año, hace sólo ocho meses. Desde entonces el
ímpetu izquierdista abanderado por una soñadora Syriza se ha enfrentado a la
angustiosa realidad de una economía completamente quebrada y dependiente de la
asistencia financiera exterior hasta un grado que nos es muy difícil de
imaginar. El gobierno, encabezado por el ministro Varoufakys, que pasará a los
anales de la incompetencia y la palabra gratuita, ha desarrollado durante meses
una política de negociación completamente suicida, que ha destrozado lo poco
que quedaba en pie de la economía helena. Cada día era más evidente el error
que suponía para la pobre Grecia, pobre en todos los sentidos del término,
enfrentarse a todos, insinuar alianzas con enemigos estratégicos de la UE como
Rusia, y hacer día sí y día también declaraciones a la prensa en la que se
acusaba a todos los demás de conspiradores, gánsteres, terroristas, y lindezas
por el estilo. La caída de Varoufakys fue el primer paso de Tsipras hacia el
realismo, la victoria del no en el referéndum un aval a su mandato personal y
la aceptación del tercer rescate, con unas condiciones mucho más duras que las
rechazadas en la votación popular, una claudicación en toda regla. Desde
entonces, con el voto de algunos de los suyos y de los ajenos, el parlamento griego
ha ido aprobando todas las medidas contenidas en el acuerdo de rescate, y con
cada votación la fragmentación en Syriza ha ido a más. Tsipras remodeló su
gobierno hace un par de semanas, si no recuerdo mal, a sabiendas de que su base
parlamentaria cada vez era más una fiel imagen del ruinoso Partenón, nada que
ver con la sólida roca de la Acrópolis donde asentaba su gobierno en Enero. Se
rumoreaba desde hace días o la convocatoria de un congreso extraordinario de
Syriza para ver qué pasa en el partido o unas nuevas elecciones o ambas cosas. Finalmente
ayer Tsipras, que está en la cresta de la ola de su popularidad personal, dimitía
y sin aún convocarlas, espera que el 20 de septiembre los griegos voten,
por encima de todo, su figura personal, quitándose de encima el lastre de los
críticos, los Varoufakys, que han estado a punto de hundirle, y que sigue
estando por ver si concurrirán a las elecciones o no. Puede darse el caso de
que, como ayer lo comentaba Antonio Delgado, corresponsal de RNE en Bruselas,
Tsipras gane tres elecciones en nueve meses, cada una de ellas con un programa
distinto, y de todas extraiga conclusiones diferentes respecto a lo realmente
votado. Es asombroso, a la par que apasionante.
Lo de Grecia de ayer ha sido una piedra más en
el camino de los mercados financieros de este complejo mes de agosto, que muestra
peor cada a medida que avanza hacia su final. El desacelerón chino, su efecto
en el precio del petróleo, resto de materias primas y países emergentes, las
dudas sobre si la FED subirá los tipos en septiembre o a final de año, los
datos mixtos que salen de EEUU que no dejan de ser contradictorios y datos de
coyuntura europea peores de lo previsto están haciendo que el sentimiento económico
global se esté tornando mucho más gris de lo que se preveía apenas hace unos
meses. El marasmo griego, y sus efectos en la política española ante un
trimestre de dos elecciones no ayudarán a recuperar a un alicaído IBEX.
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