Parece el verano una época
propicia para el crimen atroz, con saña, del que revuelve las tripas,
conmociona a la sociedad y alimenta su morbo. Hace unas semanas un padre
divorciado mataba en Galicia a sus dos hijos, en uno de los periodos en los que
le tocaba la custodia de los mismos, llevamos una racha intensa de crímenes de
género que se han llevado por delante a varias mujeres y, suicidio mediante, a
algunos asesinos, y ayer
se descubrieron en un paraje natural los dos cuerpos, quemados y semienterrados
en cal, de las dos chicas desaparecida en Cuenca desde el pasado fin de semana.
Una historia que empezó mal, que tenía toda la pinta de que iba a acabar mal, y
que, desgraciadamente, es como ha terminado. Ira y llanto.
Un nexo común a todas estas
muertes es el amor, presunto amor, que los asesinos tenían respecto a sus
víctimas. Amor filial del padre, amor pasional de los maridos, parejas y
novios. En todos los casos es ese presunto amor el causante de un asesinato, lo
que no deja de ser completamente absurdo y cruel. Se da en muchos de los
crímenes y actos terroristas que vemos todos los días y nos asustan. El amor a
una persona, a una religión, a una ideología, a lo que sea, impulsa a matar en
nombre de ella, y es algo que, por mucho que lo vea sin cesar, nunca entenderé.
¿Qué provoca que un novio quiera matar a su pareja? No se me ocurre causa
alguna. El maltrato, la vejación a la que miles de mujeres son sometidas día sí
y día también es algo que se me escapa. Vemos en televisión programas en los
que se alienta el papel de un “macho castigador”, un sujeto impresentable,
chulesco y brusco, que tiene a su corte de admiradoras que le miran
embelesadas, y se cree el rey de la manada. En muchos de los casos de violencia
de género, especialmente los de aquellas parejas que tienen menor edad, se ven
patrones de este tipo, repulsivos socialmente, caracterizados por una relación
enfermiza entre él y élla donde lo que desde luego pare que no hay es amor. ¿Por
qué esas parejas surgen y se consolidan? En tiempos en los que la información
circula libre y desatada en la red, en donde llamar al 016 es una vía directa
para encontrar protección policial y profesionales que puedan ayudar a
consolar, muchísimas parejas viven en su día a día situaciones repugnantes que
no pueden ser toleradas, no ya por la sociedad, sino por cada uno de los
miembros de esa presunta, otra vez la palabrita, pareja. A veces las
impresiones pueden ser engañosas, ya me disculparán, pero uno ve las imágenes
de las chicas asesinadas en Cuenca, la del novio de una de ellas, presunto
asesino, y no le cuesta mucho formarse la idea de una relación en la que estaba
claro quién dominaba a quién, quién ejercía ese dominio y cuál era el
sentimiento y cariño que existía en ese mundo. Quizás me equivoque, pero ellas
y él eran candidatos a programa televisivo de mediodía o de noche de cadena
televisiva, y no voy a mencionar programas ni cadena porque ambos me repugnan. ¿Dónde
estaban las amigas de esas pobres chicas, que no pudieron ayudarles a romper
antes esa relación y protegerlas? ¿Dónde las familias que no supieron o
pudieron ver el peligro que se cernía sobre ellas? ¿Por qué ellas mismas, antes,
mucho antes, no percibieron que algo iba mal y buscaron ayuda? No lo se, no tengo
respuestas a ninguna pregunta, sea pertinente o no, pero el patrón de este
atroz crimen se parece tanto a muchos de los que hemos visto en el pasado que a
la pena por la muerte de las chicas se une la rabia y la impotencia de ver que,
nuevamente, no hemos avanzado mucho, que no hemos conseguido evitar que otra
relación enfermiza haya acabado de la peor manera posible, en medio de un
camino polvoriento lleno de zarzas y restos.
No es el calor el causante, el culpable de toda
esta violencia, no. Lo somos nosotros, los humanos, nuestra sociedad. Cada uno
debe, desde su situación personal, tratar de evitar que nuevos asesinatos como
estos se repitan, no siendo un héroe, que no es necesario, sino advirtiendo,
estando atentos y pidiendo ayuda a quien sabe y pueda proporcionarla. Esta
violencia bastarda como pocas, que usa el amor como excusa, es de las más infames
que uno pueda imaginar, y lejos de ver como lógica la imagen, que aún domina en
muchas mentes, de que una pareja implica sumisión, acatamiento y servilismo,
hay que luchar contra esta lacra deteniendo a sus culpables, encerrándolos en
la cárcel muchísimo tiempo pero, sobre todo, repudiando sus actos, condenándolos,
no comprendiéndolos, no excusándolos. Nunca jamás.
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