Todos caemos, todos caen. Uno no
se hace a la idea de que las personas que quiere y admira acabarán falleciendo,
dejándonos en este mundo y no pudiendo ofrecernos más su arte, ingenio,
sonrisa, esperanza, o la causa que fuera por la que les admirábamos. A medida
que pasan los años, no solo para mi, obviamente, los decesos crecen y busco
personajes que los suplan. A veces es fácil. Otras, como en el caso del genial
Rabinovich, será casi imposible, porque su grandeza para el humor y la música
eran, son, insuperables. Alguien dotado de un gran genio en ambas facetas
podría suplirlo. ¿Quíen? No lo se.
Hablar
de Daniel Rabinovich, fallecido este viernes a los 71 años, es hacerlo de
Les Luthiers. Conocí a este grupo tarde, teniendo en cuenta que llevan muchas
décadas sobre los escenarios. Fue a finales de los noventa, gracias a MLP,
amigo del alma que los adoraba, y que un día, hablando de música y demás, me
comentó que había un grupo argentino que se hacía sus propios instrumentos y
cantaban canciones de risa, en una especie de espectáculo que mezclaba teatro,
variedades y humor, todo ello con la mejor de las músicas posibles. Me sonó
interesante, y me pasó algunas cintas con espectáculos de ese grupo, Les
Luthiers, grabadas en algunos casos en vivo y en otros en formato original.
Eran buenísimos!!! Sonaban muy bien, se notaba que tenían una destreza inmensa
en lo que a interpretar la música, pero es que sus letras y gags eran muy
buenos. Todos los integrantes de la banda aportaban mucho, pero en especial era
el papel de Marcos Mundstock, el serio narrador, y el de Daniel Rabinovich, el
desatado humorista, los que sostenían la mayor parte de los espectáculos.
Rabinovich, en algunos aspectos, me recordaba a Tip. Alto, locuaz,
desenfrenado, incontrolable, era imposible saber por dónde iba a salir en cada
caso, pero su capacidad para la risa, el humor chocante e inteligente era
total. Cuando empezaba a hablar sabías que tarde o temprano iba a soltar una de
las suyas que te dejaba asombrado, y te hacía reír de manera descontrolada. Con
un gesto serio, un bigote recortado y pinta de ejecutivo bancario de cajas de
ahorros, su gesto se tornaba en mueca a la velocidad a la que asía uno de sus
imposibles instrumentos, y lo hacía sonar con una candidez y excelencia difíciles
de imaginar. El grupo en su conjunto creaba unos espectáculos geniales. Pocos
años después de haberlos conocido en cinta, los vi en directo, en la primera de
varias oportunidades que he tenido para ello, y sobre el escenario eran
mejores, mucho mejores que en las grabaciones. Les veías tocar aquellas cosas que,
no se muy bien cómo, sonaban de manera casi milagrosa, y sus guiones, basados
en episodios viejos o nuevos, seguían siendo muy divertidos. Parodiaban todos
los estilos musicales, no sólo los propios del folclore latinoamericano, sino
también el jazz, rock, swing, música de publicidad y, sobre todo, clásica. Todos
los miembros del grupo son músicos profesionales de altísimo nivel, y para
ellos las cantatas barrocas, las chaconas medievales y los pizzicato del
romanticismo no tenían secreto. Junto a Johann Sebastian Mastropiero, el eterno
compositor cuyas andanzas describían en muchos de sus números, Les Luthiers
ofrecían un compendio de música y humor que, en castellano, nadie ha logrado
igualar. Su calidad en ambos aspectos era enorme, y el público acababa siempre
entregado a una función muy distinta a cualquier otra que se pueda ver en los
teatros hoy en día. Eran, son, unos genios.
Sin la figura de Rabinovich el grupo sufrirá una
pérdida que tratará de paliar como pueda, pero la imagen de ese señor alto,
bigotudo y genial siempre estará ahí. Quizás ahora pasee por el cielo, laúd en
ristre, tocando pavanas y gigas mientras ve a un señor de peluca blanca, también
llamado Johann Sebastian, en este caso apellidado Bach, que camina a su
encuentro, para darle un abrazo, en nombre de un Mastropiero ficticio que, sin
duda, habría hecho mucha ilusión de conocerlo al cantor de Leipzig. Y los dos
se abrazarán en el cielo, y los cánones, fugas y corales sonarán para festejar que
dos grandes se han vuelto a reunir… hasta que Rabinovich logre que todos los
angelitos dejen de tocar, muertos de risa con una de sus bromas.
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