Me asombra hasta qué punto
internet y las aplicaciones móviles han transformado el mundo del ligue y la
búsqueda de pareja. En un principio surgieron webs que hacían las albores de
las antiguas agencias matrimoniales, con un cierto aire de seriedad en sus
propósitos para emparejar, pero a medida que los Smart se han hecho con el
mundo el número de aplicaciones destinadas a “jugar” ha crecido de una manera
exponencial. Hoy en día tiene una al alcance de su mano no sólo el objeto de
placer, sino infinitas formas de ponerlo en contacto con quien puede
suministrárselo, si se me permite la broma subida de tono. Todo ha cambiado en
ese mundo, quizás para siempre.
La web de Ashley Madison es una
de las veteranas en esto, y surgió como portal de búsqueda de relaciones
infieles, una vez que ya existían otras webs que permitían buscar pareja a
solteros. La idea es obvia. Una vez casado, la infidelidad existe en
abundancia, así que por qué no hacer negocio con ella. Con un compromiso de
confidencialidad absoluto, y en este caso mucho más comprensible que en otros,
personas con parejas estables se apuntaban a la web de Ashley para buscar
rollos, flirteos y aventuras, con la garantía de profesionalidad y discreción
puesta en manos de la empresa a la que uno pagaba por ello. El negocio es
curioso, sí, pero floreciente. En el campo de la infidelidad esta web consiguió
convertirse en la número uno de su mercado, realizando campañas en medios de
comunicación convencionales, demostrando hasta qué punto podemos estar viviendo
en una sociedad de doble moral, que mantiene puticlubs a la salida de cada
pueblo, que nunca cierran ni quiebran, y negocia servicios de infidelidad en
medio de eternas y sólidas declaraciones de fidelidad. Algunas de esas campañas
fueron muy sonadas, como una en la que se usaba la imagen de la Reina Sofía,
rodeada por entonces de rumores sobre las presuntas andanzas del aún rey Juan
Carlos I con Corinna. ¿Cuál es el punto débil del negocio del Ashley?
Obviamente, la ruptura de la confidencialidad, que puede venir del
comportamiento equivocado del usuario respecto a su pareja conocida (vamos, lo que
siempre ha sido lo habitual, que te pille la parienta) o por parte de la propia
web. No se cuáles eran los sistemas de Ashley ni la tarifa que cobraba, pero
puedo suponer que, por su bien, serían buenos y alto su precio. Sino el negocio
entero correría el riesgo de derrumbarse. Por eso, cuando hace unos días se
supo que unos hackers habían conseguido robar datos de la empresa y listados de
los “usuarios” y datos personales de los mismos (incluyendo teléfonos, tarjetas
de crédito y cargos) un viento frío empezó a recorrer habitaciones y despachos
de medio mundo, en los que miles de hombres y mujeres empezaban a temer que lo
que formaba parte de su reverso tenebroso, de su lado oscuro, saliera a la luz
y destrozase su reputación ante sus parejas, amigos y demás familia. Imagino
que durante algunos días el consumo de tranquilizantes se habrá disparado en
algunos hogares y habría sido muy curioso poder ver conversaciones en las que él,
o ella, como prefieran, comenta a su pareja la noticia del robo de los datos de
la web mientras que el respectivo, comentándola con el aire más frío posible,
comienza a sudar sin control alguno y desea que el mundo le trague, o al menos
devore a los malnacidos que han robado sus datos, y lamenta por encima de todo
el maldito día en el que se creyó que la confidencialidad en la web era total. “Bueno,
al menos toda esa información nunca saldrá a la luz” pensará el secreto usuario
mientras apura la cena y confía en que su pareja cambie de tema de conversación.
Y entonces llega esa mañana en la que el usuario
mira a la pantalla de su ordenador y descubre, aterrado, que los ladrones de la
información de Ashley no han decidido sobornar ni encubrir a nadie, sino que directamente
la han colgado en abierto para que todo el mundo pueda consultarla. Datos
correspondientes a 32 millones de personas, sí, 32 millones, que en todo el
mundo usaban esa web para jugársela a su respectiva y darle “alicientes” a su
vida. Un 95% de los usuarios son hombres, que ahora deben estar sudando la gota
gorda para que nadie rastree su presencia en esa web. Quien sabe, si usted ve a
alguien esta mañana en el metro o en el autobús con cara preocupada, sudoroso
pese al viento fresco de la mañana y con cara de no haber pegado ojo, quizás
esté en presencia de un “Ashley”….. o ¿es usted mismo el que padece esos síntomas?
¿tiene algo que contarnos, pillín????
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