Nos lo meten por los ojos y, sin
protesta alguna, nos lanzamos como posesos a por ello, tenga sentido o no. Hace
unas semanas ya se vivió en Madrid una situación digna de estudio con la
inauguración de la tienda de Primark, que revolucionó la Gran Vía durante
semanas, todo por acceder y comprar en una tienda de ropa, algo que a mi se me
escapa por completo. No se si hoy las colas serán muy grandes o no, pero
como se celebra el Black Friday muchos se lanzarán a comprar atraídos por
grandes descuentos que, en muchos casos, esconden mayores engaños.
No saben la mezcla de pena y risa
que me produce todo esto. Resulta que en EEUU esta festividad consumista, una
especie de extraño postre de la cena de acción de gracias, empieza a perder
fuelle porque la compra por internet y el cambio en las costumbres hacen que
las ofertas sean continuas, por lo que la significatividad de este día, allí,
ya no es la de antaño. Pero da igual, aquí no tiene sentido alguno ni
conceptual ni festivo ni lingüístico, pero la cartelería de un montón de
tiendas de todo tipo exhibe enormes anuncios negros en los que las palabras
“black Friday” incomprensibles para muchos ciudadanos, gritan desde ellos
llamando a un consumo desaforado. Y lo más sorprendente es que, a lo mejor,
funciona. Oí ayer que se estima en 200 euros de media lo que cada español se va
a gastar este día, especialmente en ropa y productos tecnológicos, y al
escucharlo pensaba que alguien va a tener que arruinarse un poco porque mi
aportación a este día va a ser completamente nula. ¿Cómo funciona esto? ¿Por
qué en apenas un par de años hemos importado esta extraña costumbre, carente de
sentido tanto allí como aquí? No lo se, no me lo explico, y no salgo de mi
asombro. Hay algunos que relacionan este fenómeno con lo que ha pasado con
Halloween, fiesta anglosajona que, sospecho, ya es propia del todo, y cuyo
éxito se extiende cada vez más por todo el mundo. Nos gustan las fiestas y,
como tenemos pocas, importamos más para no descansar ningún día. Están también
los que hablan del poder de los medios de comunicación, de lo que te enseñan
las películas y series, de la vida que te venden y uno compra en un pack
conjunto que incluye casa en el extrarradio, coche elefantiásico y estilo de
vida, fiestas incluidas. ¿Acabaremos celebrando la cena de acción de gracias
por estos lares? Quizás sí, porque nuestra capacidad de imitación, aborregamiento
y seguidismo sólo es comparable a nuestra incultura. Ya saben los que me
conocen que no soy un gran amante de las celebraciones tradicionales, ni las
propias ni las ajenas, me parecen en general una muestra de folclore propio de
otras épocas en las que la representación social, el figurar ante los demás y
al cohesión de las comunidades rurales frente al extraño eran básicas para
defenderse. No procesiono en Semana Santa, ni me acerco a la pradera en San
Isidro, ni me visto de arrantzale para hacer unos bailes ni nada por el estilo.
Son tradiciones curiosas, cierto, pero las veo con una cierta sensación de extrañeza.
Y si eso me pasa con cosas que, año tras año desde que estoy vivo, se repiten
sin cesar, qué no les diré con tradiciones de apenas un par de ejercicios, que son
vividas con pasión por parte de un montón de personas, que bailan sardanas y chotis
agarrados, o no, pero que se lanzan como posesas a las puertas de los grandes
almacenes para comprar, cosa que me asombra hasta un punto que no son capaces
de imaginar. No le encuentro sentido alguno.
Sea porque nos lo han metido o
porque de buena gana lo hemos aceptado, hemos convertido el consumo en la
religión del momento, a los centros comerciales en sus catedrales, a los
dependientes en sacerdotes y al bien, a la ropa, al objeto de compra, en la
hostia consagrada con la que comulgamos. Guardamos cola ante las puertas de la
tienda como fieles creyentes ente el templo, con una devoción equivalente, y al
abrirse la barrera corremos gritando Aleluya!!! Y compramos, y gastamos, y nos
dejamos el dinero sin control alguno. Y los sacerdotes de esta religión y sus
congregaciones no dejan de enriquecerse. Que venga el Dios mercado y lo vea.
Subo a Elorrio este fin de
semana, lunes incluido. Si no pasa nada raro, hasta el Martes 1 de Diciembre
de, este que ya se acaba, 2015