Ya es casi una estampa habitual
en nuestros veranos, de viajes incesantes y gregarios. Un aeropuerto, siempre
de primer nivel, cientos de pasajeros desesperados que ven como sus sueños de
vacaciones se transforman en pesadilla, la ansiada arena de la playa se
convierte en dura y fría losa de pasillo y el esperado reencuentro con
familiares y amigos se trona en continuo ir y venir a los mostradores de
facturación y reclamaciones en busca una información que pueda explicarles por
qué su vuelo, sus vuelos, no han despegado. Antaño fue Air Comet, o Air Madrid.
Hoy
es Vueling.
La compañía, operada por IAG, una
de las marcas del consorcio resultado de la fusión de Iberia y British, ha
crecido muchísimo estos años. Con base operativa en el Prat de Barcelona, al
calor de un turismo desbocado que no deja de crecer y unos costes de
combustible que caen y caen, Vueling ha despegado como la espuma, llegando a
concentrar hasta el 40% de las operaciones que se realizan en el aeropuerto
barcelonés. Con imagen moderna y de low cost, ampliaba cada año su número de
rutas y destinos con una progresión admirable. Hasta que este verano se ha
derrumbado, después de algunos meses en los que los retrasos y las
cancelaciones empezaron a ser demasiado frecuentes en los paneles en los que
figuraba su marca de empresa. Ahora mismo Vueling es un caos, y con ella el
propio aeropuerto de El Prat, donde son cientos los viajeros que, acumulados
por retrasos y cancelaciones pasadas que se solapan entre ellas, esperan alguna
respuesta sobre cómo van a poder seguir en tránsito hacia sus destinos o volver
a casa. En unos días en los que las instalaciones de todos los medios de
transporte se enfrentan a las pruebas más duras del año, llegando casi al
límite de la capacidad, una situación de este tipo puede ser el origen de una
crisis que, en forma de bronca y violencia, se ensañe con, en este caso, los
empleados de tierra de la compañía, que son los últimos responsables de lo que
ha sucedido, pero siempre son los primeros en recibir el golpe por ello, a
veces no sólo de manera metafórica. Hay bastantes denuncias de esos
trabajadores sobre usuarios de la compañía que, desesperados, la han emprendido
contra ellos, en una actitud reprobable y que se debe condenar, pero que es
comprensible dado lo que están pasando. Como en crisis pasadas similares a
esta, nada se sabe de los dirigentes y responsables (ironía en el término) de
la aerolínea, que sólo han empezado a dar la cara una vez que Ministerio de
Fomento y Generalitat les han convocado para exigir unas explicaciones que
nadie ofrecía. ¿Qué ha pasado? No lo se, no soy experto en este mundo, pero sí
parece que Vueling es el típico caso de compañía que ha tratado de abarcar más
de lo que podía, que iba muy justa en medios y recursos para dar todos los
servicios que tenía programados y, en una situación tan al límite, cualquier
incidencia, propia o ajena, puede hacer que tu sistema se derrumbe, porque
apenas unos pocos vuelos afectados por esa incidencia son capaces de destrozar
todas las programaciones previstas. Y estando todo tan justo en medios, la
recolocación del pasaje en otros vuelos se complica mucho más y el “tapón”
originado no deja de crecer hasta que todo se colapsa. Y como siempre, los
paganos son los viajeros.
Muchas explicaciones y compensaciones tendrá que
ofrecer Vueling a autoridades y usuarios para poder recuperarse de este verano
negro, aunque es obvio que su imagen de marca ha quedado seriamente dañada. La
mala gestión que han mostrado sus directivos en esta crisis, tanto para que
tuviera lugar como en la parte informativa de la misma, exige una renuncia de
varios de ellos para tratar de enderezar el rumbo de una compañía que, o se
replantea muy bien su actitud, forma y planificación de trabajo o se enfrenta a
un futuro muy negro. Y de momento, otra vez, seguiremos viendo colas de
pasajeros enfurecidos y vacaciones, encuentros, viajes de trabajo y de placer,
suspendidos.
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