La imagen es dura y revela que el
terror, como una efectiva cuña, ha logrado que una fractura se instale en la
sociedad francesa. Niza, sol radiante, miles de personas homenajean en silencio
a los más de ochenta asesinados por el conductor del camión que los arrolló. El
Primer Ministro Manuel Valls se cuadra en el homenaje a las víctimas. Y
entonces, en medio del silencio, se empiezan a oír pitos, abucheos y gritos
contra su persona. No parece que, ni mucho menos, sea la mayoría de los
asistentes los que así actúen, pero en medio del vacío cualquier sonido
retumba. Y en un acto solemne como ese, aún más.
La sucesión de atentados
islamistas en suelo francés, que ya se llevan cobrados más de doscientas
víctimas en año y medio, empiezan a ser demasiado para una sociedad que ya no
recuerda el fenómeno terrorista. París lo vivió con intensidad durante los años
argelinos, que empiezan a ser poco más de un recuerdo para muchas generaciones.
ETA era, para los franceses, un nombre asociado a su pobre vecino del sur y,
durante años, un grupo al que se le tenía la suficiente estima como para
proteger, aunque sus actos fuesen puro terrorismo. El islamismo, por su
compleja estructura y, sobre todo, por la dimensión devastadora de sus
acciones, ha logrado en un muy corto periodo de tiempo soliviantar a los
franceses y meterles el miedo en el cuerpo de una manera que muchos no
recuerdan. La sensación de que es imposible parar la ola de atentados crece en
amplias capas de la población, que no dejan de reclamar una solución a su
gobierno. Y el gobierno francés sabe, como cualquier otro, que es imposible
garantizar la seguridad absoluta ante una amenaza tan difusa, compleja y
difícil de abordar. Hace bien Valls en recalcar a su sociedad que la seguridad
absoluta no existe, que los cuerpos de seguridad del estado trabajan sin
descanso para evitar amenazas y que son muchos los complots frustrados y los
terroristas detenidos. Pero él sabe muy bien que de nada sirven diez, o cien
tramas terroristas frustradas si la ciento uno logra éxito. En esta materia, usando
un símil deportivo (de los que no me gustan) puedes evitar que te metan muchos
goles, pero basta que entre uno para que pierdas el partido. A este factor, que
está presente en todas las naciones que se enfrentan a este terrorismo (la
nuestra también, no duden de que aquí lo volverán a intentar) Francia suma un
problema político interno. De aquí a final de año la derecha gala debe escoger
su candidato a las elecciones presidenciales, que tendrán lugar en mayo de
2017, dentro de muy poco tiempo. Con un Hollande sumido en el fondo del pozo de
la popularidad, con un apoyo que las últimas encuestas no llevan más allá del
12%, Sarkozy aspira a volver a liderar a la derecha conservadora, enmarcada ahora
en una formación denominada “los republicanos” que ha sido acusada de
instrumentalizar el concepto de república para apropiárselo. Pero en esa
carrera para la elección de la derecha no estará sólo el marido de Carla Bruny,
otros aspirantes como Alain Juppe, actual alcalde de Burdeos, le disputarán la
nominación. Y más a la derecha aún, con la mayor expectativa de voto actual en las
encuestas, se encuentra Marine Le Pen. Niza es, de hecho, un municipio cuyo
alcalde pertenece al Frente Nacional. En este enrarecido y competitivo clima
político la tan necesaria unidad frente al terror se resiente, y desde ayer, se
puede dar por rota. Cada candidato promete a su electorado más mano dura y
seguridad, y que bajo su gobierno no se volverán a repetir ataques de este
tipo. Y en el fondo cada candidato sabe muy bien que miente al prometer algo
que, como en este caso, es completamente imposible de cumplir, por mucho que
uno se esfuerce.
Francia debiera aprender de España en este
sentido. Durante muchos años el terrorismo etarra fue baza política que enfrentó
a izquierda y derecha, y en ese caldo de cultivo se fortaleció la serpiente
terrorista. Sólo la unidad de los demócratas permitió empezar a recortar
espacios y, finalmente, acabar con esa lacra. Frente al terrorismo islamista el
11M fue un ejemplo ante el mundo de cómo no gestionar una tragedia y del riesgo
de su instrumentalización política. Creo que todos hemos aprendido de aquellos
malditos días, los más infames que recuerdo. Eso espero, sobre todo porque,
como en Francia, por muchas intentonas que frustremos, los islamistas seguirán
intentando y, es lo más seguro, volverán a atentar contra nosotros. Ojalá Francia
recupere su unidad. Sin ella es mucho más débil y vulnerable.
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