La pasada ha sido la segunda
noche consecutiva en la que el cielo de Madrid ha tornado del negro esperable
al luminoso espectáculo, producto de unas tormentas con aparato eléctrico
desatado y chubascos intensos que han hecho de cada noche un motivo para la
lujuria visual. Días de calor intenso, bochornoso, de sol radiante y nubes
convectivas que, como hongos de explosiones nucleares, crecen sin límite
aparente en el horizonte y acaban formando una masa informe que no tiene otro
destino que el de desplomarse sobre el suelo, y pobre de aquel que le caiga
encima. El primer rayo es el anuncio de una descarga continuada.
En Londres las tormentas, que yo
sepa, son sobre todo metafóricas. Después de la elección del Brexit por parte
de la población del desunido Reino, todo ha ido a peor fuera y, sobre todo,
dentro del país. Los partidos políticos que se presentaron a ese referéndum
andan descabezados, como pollos decapitados, poblados de zombies que aspiran a
hacerse con un poder que ya no se sostiene. La sociedad, convulsionada y
dividida, se enfrenta a un reto para el que no se si está preparada, y surgen
por doquier temores, recelos, actos de racismo, situaciones de miedo y escenas
que nunca asociaríamos a la civilizada Gran Bretaña. Y la economía, que todo el
mundo anunció que sería la gran sufridora de una decisión como esa, empieza a
mostrar hasta qué punto se puede amargar algo si uno se empeña en ello. El
índice de la bolsa londinense ha sido, curiosamente, de los que menos ha bajado
en estos días de montaña rusa financiera, pero si trasladamos el valor de las
libras cotizadas a los euros o dólares, el resultado es un desplome tan severo
como el del resto de mercados. La libra languidece, en cotizaciones no vistas
desde los años ochenta, y el proceso de devaluación de los activos del país
respecto al resto del mundo se acelera, hasta el punto que ayer
se supo que el PIB de Francia, en euros, ya ha superado al de Reino Unido, en
libras. Es sólo una ganancia contable, no es real, derivada del desplome de
la moneda, pero quiere decir muchas cosas. Reino Unido es hoy mucho más pobre
que hace un par de semanas. Eso es lo sustancial. En la city cunde el
nerviosismo, sabedora de que esta perturbación puede hacerle mucho daño a su
estructura de trabajo, poder y generación de riqueza. Varios fondos financieros
asociados a activos inmobiliarios han decretado una especie de corralito para
evitar reembolsos a sus participantes, dada la avalancha de peticiones por
parte de estos y la caída del valor de los activos que respaldan esas
inversiones. La burbuja inmobiliaria que vive la capital británica, expresada
en tantas y tan altas torres que no dejan de crecer a lo largo de su gigantesca
extensión, puede estar en proceso de pinchazo y, como todas las burbujas que se
precien, reventón, y esto aceleraría notablemente la depreciación de inmuebles
y todo tipo de activos, ligados a ellos y no. En España tenemos una buena
experiencia de qué es lo que sucede con toda la economía cuando pincha el ladrillo
expandido en forma de burbuja. La banca italiana, que estaba en estado
comatoso, y lleva años arrastrándose en el limbo, sufre, de rebote, las
consecuencias de la tormenta desatada en Londres, y sus cotizaciones se
desploman a mayor velocidad que los granizos sobre los campos de Castilla. El
gobierno de Roma ya habla de la necesidad de crear un rescate similar al que
asistió a España tras la explosión de Bankia, y a Bruselas le crecen los
frentes, monetarios y políticos, generados por una decisión británica cuyas
consecuencias y costes empezamos a sentir, pero, sinceramente, somos incapaces
de saber hasta dónde pueden llegar.
Miro por la ventana de la oficina
y luce Madrid bastante cubierto y sombrío, con tormenta en la sierra, que no se
puede ver, completamente cubierta, y gordas y amenazadoras nubes sobre el
llano, preludio de futuros chubascos que darán emoción meteorológica al día en
la capital y, por lo que parece, gran parte del país. Como metáfora de las
sombras que se han instalado en la economía global tras la aparición del Brexit
no es mala. Dice la previsión del tiempo que para el fin de semana la situación
se relaja y volverán los días despejados y muy cálidos. Para los mercados
financieros nadie se atreve a decir para cuándo escampará la tormenta. Doscientos
años después de aquel verano que no tuvo lugar, la economía parece querer
repetir un estío otoñal, quizás un invierno anticipado.
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