No tenemos buena suerte en lo que
hace a las visitas de mandatarios norteamericanos. Ya en una ocasión el viaje
previsto del Secretario de Estado John Kerry tuvo que ser suspendido porque se
estrelló con la bici horas antes de comenzar la visita. En esta ocasión Obama
ha llegado a España, sí, pero su visita, de una duración prevista de un par de
días, se ha tornado tan fugaz como volante. Apenas un día, con agenda intensiva
en Madrid, suspensión de la estancia en Sevilla y despedida
en la base naval de Rota ante sus tropas allí desplegadas. En un domingo de
calor abrasador Obama no ha estado quieto.
La causa de esta brevedad, y
motivo de entidad suficiente para que se hubiera llegado incluso a pensar en
suspender toda la visita, ha sido el ataque de Dallas, ciudad que ya
anteriormente asociábamos a un tiroteo, “el tiroteo” si me lo permiten. A
estas alturas todos sabemos qué es lo que ha sucedido allí, pero aún
ignoramos las consecuencias de un ataque de semejante magnitud. La acción, de
un precisión militar devastadora, ha metido el miedo en el cuerpo a todo el
mundo, empezando por los propios policías, que se vieron cazados como pajaritos
por parte de un tirador experto que les puso en el punto de mira. Los
movimientos a favor de los derechos de los negros, reunidos en torno a ese lema
que corean sin cesar “Black lives matter” Las vidas negras importan, también
salen muy perjudicados por lo sucedido, ya que aunque han sido rápidos y
tajantes a la hora de condenar este crimen, la mera idea de que se haya dado un
episodio de reacción violenta asusta a un colectivo que, ya de por sí, tiene
que soportar una presión social que le hace sentirse prejuzgado. Es lo peor que
podía sucederles. Y para el conjunto de los EEUU, lo sucedido en Dallas es
perturbador, muy grave. Supone el mayor ataque contra las fuerzas de seguridad
de la nación desde el 11S, y pone en guardia a todos ante unos sucesos no
previstos, ni imaginados, que quién sabe si volverán a repetirse a lo largo de
tantas y tantas manifestaciones que estos días se suceden por aquel país en
defensa de los derechos de los negros y denunciando los casos de abuso. Resulta
hasta cierto punto paradójico que estos rebrotes de violencia racial se den
precisamente cuando acaba el mandato de Obama, el primer presidente negro del país,
pero no creo que este repunte del problema racial tenga que ver con el hecho de
que ahora se produzcan más casos que antes, sino con la posibilidad que ahora
disponemos para poder verlos. Cada uno de nosotros lleva una o varias cámaras
encima, y los dos últimos casos de violencia policial han sido grabados en
buenas condiciones y colgados en la red al instante, de tal manera que hemos
pasado de una denuncia local que tenía poco recorrido mediático a la exhibición
en las televisiones de todo el mundo de unas escenas de violencia
descontrolada, lo que más desean los programadores de las cadenas, que le dan
relevancia global a lo sucedido y enardecen los ánimos de todo un país. Antes
se hablaba de los casos de violencia. Ahora se ven. Y esto provoca que su
impacto sea mucho mayor. Y los efectos de ese impacto han llegado hasta un
punto en el que un exmilitar ha decidido vengarse de los policías blancos
acribillándoles como si de una escena de su guerra pasada se tratase.
El problema racial, expresión políticamente
correcta y, obviamente, muy blanca, es uno de los que anidan en el seno de la
sociedad norteamericana, y que ella misma debe tratar y eliminar. Eso unido a
la tendencia de la policía de allí a disparar primero y preguntar después (si
van al país de visita ninguna broma con los policías, ninguna!!!). Si a eso
sumamos el descontrol de las armas que las hacen más comunes en las casas que
los jarrones florales, tenemos los ingredientes necesarios para que sucesos
como el de la semana pasada en Dallas puedan repetirse. Ojalá que no. Obama ha
estado de visita en Madrid, sí, pero creo que en todo momento su cabeza estaba
en Dallas
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