lunes, julio 18, 2016

Todo el poder para Erdogan

Creo que era Lenin el que decía que hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas. La pasada fue una de esas, especialmente en su tramo final. Tras la matanza de Niza, no esperaron ni veinticuatro horas algunos militares turcos para dar un golpe de estado que mantuvo en vilo a todo el mundo durante la noche del viernes 15. Las imágenes de tanquetas por las calles, puentes cortados, disparos al aire contra algaradas de manifestantes, ataques aéreos contra la sede del parlamento, llenaban nuestras pantallas y hacían temer un enfrentamiento civil en crucial Turquía.

El golpe fracasó, y entre otras cosas lo hizo por el uso de las nuevas tecnologías. Erdogan, el presidente todopoderoso, que ha visto en internet a uno de sus mayores enemigos, y lo ha tratado de censurar todo lo posible, utilizó las redes y sus posibilidades para hacerse ver esa noche convulsa, a través de una videollamada en una de las televisiones privadas, dado que la pública estaba tomada por los golpistas, y llamar a las masas a que salieran a la calle en defensa de la democracia, es decir, de él, que la encarna por encima de todos los demás. Dicho y hecho, miles, millones de personas tomaron las calles y plazas de Estambul, Ankara, Esmirna y otras ciudades del país, y los golpistas se vieron incapaces de hacer frente a esa marea de protestas. No sólo, desde luego, pero esa fue la principal arma de Erdogan en su noche más difícil desde que accedió al poder en Turquía. La mañana del sábado, con el golpe ya fracasado, dejaba en las calles turcas un aroma de violencia, escombros, chamusquina y purga. El sueño ansiado por Erdogan durante todos estos años se hacía realidad ante sus ojos. Su deseo de control absoluto de las estructuras del estado había topado, hasta ahora, con limitaciones constitucionales, sociales y, también, militares. Desde la mañana del sábado 16, con las masas entregadas, y la democracia salvada en su nombre, Erdogan se encontró libre de convertir su estado autoritario en algo mucho más cerrado y poderoso. Al arresto de militares implicados, o no, en el golpe, ha seguido la detención de miles de jueces y de otros muchos profesionales que, estuvieran implicados o no en la asonada, eran potenciales enemigos del régimen. La velocidad y dimensión de esta purga ha dejado asombrada a mucha gente. Es como si Erdogan y los suyos tuvieran hecha, desde hace tiempo, una detallada lista de enemigos a retirar y que ahora, sin freno alguno, hubieran empezado a ir a por ellos sin contemplaciones. Esto ha hecho lanzar a algunos expertos la hipótesis, demasiado aventurada me parece, de que lo que hemos vivido no es sino un autogolpe, una obra de teatro escenificada delante de la sociedad turca, y mundial, en la que algunos de los fieles a Erdogan se han “sacrificado” para que el régimen pueda tener aún más fuerza y ya nada le detenga. Y digo que me parece aventurado porque una vez que se ponen en marcha dinámicas de este tipo resulta realmente difícil saber hasta qué punto pueden ser controladas o no. No faltan enemigos de Erdogan dentro y fuera de su país (el clérigo Fetulá Gül es uno de ellos, pero no el único) y la tradición golpista del ejército turco es tan sólida como la de los encierros sanfermineros, pero como aún queda mucho por saber sobre las causas y el modo en el que se produjo el golpe, mejor no especular. Ya es compleja y, en parte, oculta, la situación turca como para añadirle teorías conspirativas que todo lo complican.


Turquía ha sido, durante muchos años, un ejemplo de cómo un país musulmán podía compatibilizar un uso moderado de la religión, un régimen democrático y un crecimiento económico que permitiese generar riqueza a las clases medias del país. Era un ejemplo para otras naciones, musulmanas, que fracasaban en su desarrollo. Desde que Erdogan empezó a acumular poder y volverse islamista el caso turco se ha ido inclinando por la peligrosa pendiente del autoritarismo. Desde este fin de semana Turquía ha dejado de ser el país que conocíamos, y se encamina a un régimen de poder absoluto, un sultanato, con Erdogan controlando todos los resortes del poder. Su democracia va camino de ser historia.

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