El
sábado murió el torero Víctor Barrio en la plaza de toros de Teruel, uno de
esos lugares que no existen y donde nada sucede, en la España vacía. Torero de
escaso renombre y fama, fue empitonado por Lorenzo, que así se llamaba el
animal, y de una certera herida la punta del cuerno del astado le partió el corazón,
de manera literal, y lo desgarró, de forma metafórica, a todos los que
presenciaban el espectáculo. Víctor fue llevado en volandas a una enfermería
que, en minutos, se convirtió en tanatorio. Nada se podía hacer ya por su vida.
Hacía décadas que no moría un torero en la plaza. Hasta que Víctor, el Sábado,
falleció.
A su muerte, que ha deshecho a
todos sus allegados, se ha sumado el pitón de la infamia, que como otro morlaco
desabrido, se ha colado por las redes sociales, y en forma de escarnio, burla y
chulería, se ha reído de Víctor y de sus seres queridos. No han sido pocos los
que, teclado en mano, han seguido insertando el pitón en el corazón del ya
fallecido, y en el de su viuda, alegando una presunta defensa de los animales
que, sobre todo, es desprecio a los que no piensan como ellos. La sangre de
Víctor en la arena se ha visto sepultada por la bilis de la infamia en forma de
comentario escrito, anónimo la mayor parte de las veces, orgullosamente firmado
en contadas ocasiones, de personas, muchas, que muestran su absoluto desprecio
a las ideas de los demás, y que sobre todo exhiben un dogmatismo y fanatismo
que les puede llevar, tranquilamente, no ya a aplaudir lo que Lorenzo hizo
dentro de su irracional comportamiento animal, sino a emularlo, usando para
ello la más perversa lógica humana. En estos días hemos visto otra vez como lo
peor de una sociedad, lo más enfermo, que no tiene nada que ver ni con la
defensa de los animales ni con cualquier otra causa, se lanza a usar el altavoz
de la tecnología para pregonar su estulticia, para que quede claro hasta qué
punto son los más gritones, a los que más caso se les debe hacer, ensuciando
herramientas tan valiosas como son esas redes sociales, fuente de conocimiento
compartido sin fin, para convertirlas en arma arrojadiza, en instrumento de
propagación del mal, en tribunal inquisitorial en el que juzgar, condenar y
ajusticiar a quienes ellos decidan, sin juicio, testigo ni alegaciones. Basta
que alguien exprese alguna palabra de conmoción y pena por Víctor y los suyos
para que esos inquisidores vean a un nuevo sujeto que puede ser alimento de sus
hogueras, pasto de las llamas que prenden allá donde van. Da igual quien sea,
periodista, bloguero, ciudadano anónimo, persona cultivada o no, leída o
ausente del mundo cultural. Cada uno que no piensa como ellos es indigno de
existir, merece ser exterminado, y su recuerdo, pisoteado. Esos poseedores de
la verdad absoluta, esos lunáticos que antaño propagaban su infamia por esquinas
de bares y callejuelas privadas, o que sembraban aceras de escritos infamantes,
ahora poseen el altavoz global y pueden llegar hasta el último rincón del mundo
con sólo escribir unos caracteres, crear una frase humillante, y darle a un botón
para que todos sean conscientes de su poder y magnificencia. Y no es este un
debate sobre los toros, que a mi no me hacen especial gracia, sino una reflexión
sobre animales de dos patas que usan su inteligencia para el mal, para la
persecución y la destrucción de sus semejantes.
Dedico el texto a Rubén Amón porque, como
periodista y seguidor del arte taurino, ha sido el último de los asaetados por
esta horda de salvajes, pero mi recuerdo es para la familia de Víctor, que ha
sido la última en este país en ver cómo el dolor por la muerte de un ser
querido es amplificado por el odio de tantos hacia él. Ya se vivieron escenas
similares en la época del terrorismo etarra, sin que apenas alguno hiciese
gestos de misericordia hacia víctimas y familiares. Hoy en día se repite esta
infamia sin fin, gracias a una tecnología maravillosa, pero igualmente poderosa
a la hora de amplificar el odio y la sed de venganza de unos cuantos, no pocos,
hacia todos los que no piensan como ellos. El totalitarismo sigue muy vivo en
el sigo XXI
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