viernes, julio 15, 2016

Niza, y la voluntad del terror

Amanece en Niza tras su noche más oscura. Aún hay bastante confusión sobre lo que ha sucedido, faltan por conocer muchos detalles, pero la mera idea de un conductor terrorista que lanza un camión contra la multitud con la idea de matar y extender el pánico resulta perversa hasta el extremo. El paseo marítimo, repleto de gente que había presenciado el lanzamiento de fuegos artificiales, conmemorando la festividad nacional del 14 de Julio, convertido en una ratonera en la que el asesino iba cazando víctimas como si de un videojuego se tratase, y la estampida ocasionada por la acción creaba sus propios fallecidos, aplastados por la histeria.

A más de ochenta muertos se eleva el balance provisional de una noche de caos y angustia que ha teñido la capital de la costa azul de rojo sanguíneo. Parece que el autor de la matanza, acribillado por la policía tras perpetrarla, se comenta que tras un intercambio de disparos, era un francés de origen tunecino, que no necesitó un plan de una complejidad extrema, ni disponer de un elevado presupuesto ni de una logística detallada. Le bastó alquilar un tráiler, un camión de gran tonelaje, y ofrecer su vida en un último acto de infamia y sadismo, en una jornada en la que las calles estaban repletas de víctimas potenciales. El atentado, terrorista, es difícil de analizar, porque su absoluta simplicidad estremece y deja bien a las claras hasta qué punto resulta fácil matar, qué sencillo es hacerlo, si no te importa dejarte la vida en el intento. El terrorista suicida no necesita bombas siquiera, ni armamento pesado, ni nada por el estilo. Se basta con algo tan inocente como un camión. Es una acción completamente imprevisible, se me antoja imposible de contener por parte de un sistema de seguridad lógico y que no caiga en la paranoia, y muestra que el terror no deja de innovar en sus formas de acción, respondiendo a cada paso que la seguridad es capaz de crear. Si los controles aeroportuarios se fortalecen e intensifican, el terrorista actúa a las puertas del aeródromo, de acceso libre y restringido, como se vio en Bruselas y Estambul. Si el acceso a las armas es complejo, o no se dispone de ellas, el terrorista utiliza como arma un vehículo y la aglomeración que genera una fiesta nacional y una localidad atestada de turistas en una zona paradisíaca. Como una especie de carrera de armamentos sin fin, la seguridad avanza y el terrorismo con ella, y a cada paso que los malvados dan muestran hasta qué punto resulta imposible impedir sus acciones. Llega un momento, hace bastante tiempo que lo superamos, en el que todos debemos admitir que la seguridad absoluta no existe y que las medidas de protección diseñadas para garantizar nuestra integridad tienen fallas y agujeros que son imposibles de tapar. Pero lo son por definición, porque sólo la ausencia de personas, el vacío, se convierte en el sitio seguro. Y eso es el absurdo. La intención terrorista, la de hacer sentir la vulnerabilidad de la víctima en todo momento, la de hacernos pensar que todos podemos ser víctimas en cualquier instante, logra su culmen con una espiral de atentados como estos, ante los que poco, muy poco, se puede hacer para lograr evitarlos. Acciones como las de Niza rasgan por completo el velo de seguridad que, pensamos, nos protege, y nos confrontan ante la dura realidad del riesgo en el que los terroristas nos quieren hacer vivir.

Hoy va a ser un día muy duro para Niza, Francia y todos nosotros. Llegará un punto en el que se frene el recuento de víctimas y empecemos a conocer detalles sobre sus vidas, el por qué se encontraban allí y a quienes dejan en este mundo. Las cifras de muertos y heridos se irán convirtiendo en rostros, en personas, en vidas, hasta ayer plenas, hoy perdidas. Y tocará con ellas llorar, y con las de sus allegados sentir la pena y rabia provocada por un asesino al volante. Y pasar duelos, y contemplar banderas a media asta, y repetir rituales que no sirven para nada, salvo para darnos fuerzas a los supervivientes para seguir afrontando la vida ante un terror que, ante nada ni nadie, pretende detenerse.

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