Amanece en Niza tras su noche más
oscura. Aún hay bastante confusión sobre lo que ha sucedido, faltan por conocer
muchos detalles, pero la
mera idea de un conductor terrorista que lanza un camión contra la multitud con
la idea de matar y extender el pánico resulta perversa hasta el extremo. El
paseo marítimo, repleto de gente que había presenciado el lanzamiento de fuegos
artificiales, conmemorando la festividad nacional del 14 de Julio, convertido
en una ratonera en la que el asesino iba cazando víctimas como si de un
videojuego se tratase, y la estampida ocasionada por la acción creaba sus propios
fallecidos, aplastados por la histeria.
A más de ochenta muertos se eleva
el balance provisional de una noche de caos y angustia que ha teñido la capital
de la costa azul de rojo sanguíneo. Parece que el autor de la matanza,
acribillado por la policía tras perpetrarla, se comenta que tras un intercambio
de disparos, era un francés de origen tunecino, que no necesitó un plan de una
complejidad extrema, ni disponer de un elevado presupuesto ni de una logística
detallada. Le bastó alquilar un tráiler, un camión de gran tonelaje, y ofrecer
su vida en un último acto de infamia y sadismo, en una jornada en la que las
calles estaban repletas de víctimas potenciales. El atentado, terrorista, es difícil
de analizar, porque su absoluta simplicidad estremece y deja bien a las claras
hasta qué punto resulta fácil matar, qué sencillo es hacerlo, si no te importa
dejarte la vida en el intento. El terrorista suicida no necesita bombas
siquiera, ni armamento pesado, ni nada por el estilo. Se basta con algo tan
inocente como un camión. Es una acción completamente imprevisible, se me antoja
imposible de contener por parte de un sistema de seguridad lógico y que no
caiga en la paranoia, y muestra que el terror no deja de innovar en sus formas
de acción, respondiendo a cada paso que la seguridad es capaz de crear. Si los
controles aeroportuarios se fortalecen e intensifican, el terrorista actúa a
las puertas del aeródromo, de acceso libre y restringido, como se vio en
Bruselas y Estambul. Si el acceso a las armas es complejo, o no se dispone de
ellas, el terrorista utiliza como arma un vehículo y la aglomeración que genera
una fiesta nacional y una localidad atestada de turistas en una zona paradisíaca.
Como una especie de carrera de armamentos sin fin, la seguridad avanza y el
terrorismo con ella, y a cada paso que los malvados dan muestran hasta qué
punto resulta imposible impedir sus acciones. Llega un momento, hace bastante
tiempo que lo superamos, en el que todos debemos admitir que la seguridad
absoluta no existe y que las medidas de protección diseñadas para garantizar
nuestra integridad tienen fallas y agujeros que son imposibles de tapar. Pero
lo son por definición, porque sólo la ausencia de personas, el vacío, se
convierte en el sitio seguro. Y eso es el absurdo. La intención terrorista, la
de hacer sentir la vulnerabilidad de la víctima en todo momento, la de hacernos
pensar que todos podemos ser víctimas en cualquier instante, logra su culmen
con una espiral de atentados como estos, ante los que poco, muy poco, se puede
hacer para lograr evitarlos. Acciones como las de Niza rasgan por completo el
velo de seguridad que, pensamos, nos protege, y nos confrontan ante la dura realidad
del riesgo en el que los terroristas nos quieren hacer vivir.
Hoy va a ser un día muy duro para Niza, Francia
y todos nosotros. Llegará un punto en el que se frene el recuento de víctimas y
empecemos a conocer detalles sobre sus vidas, el por qué se encontraban allí y a
quienes dejan en este mundo. Las cifras de muertos y heridos se irán convirtiendo
en rostros, en personas, en vidas, hasta ayer plenas, hoy perdidas. Y tocará
con ellas llorar, y con las de sus allegados sentir la pena y rabia provocada
por un asesino al volante. Y pasar duelos, y contemplar banderas a media asta,
y repetir rituales que no sirven para nada, salvo para darnos fuerzas a los supervivientes
para seguir afrontando la vida ante un terror que, ante nada ni nadie, pretende
detenerse.
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