La guerra de Irak, como si fuera
un espectro, va a estar apareciéndose de manera continua a sus protagonistas
hasta el final de sus días. Resulta asombroso pensar que han pasado ya trece
años desde aquel acontecimiento, pero todos lo recordamos como algo tan próximo
como si hubiera sucedido ayer. Para sus tres promotores, la sensación de vivir
en un bucle inacabable va a seguir existiendo para siempre.
En esta ocasión el fantasma reaparece a cuenta de un informe oficial elaborado
en el Reino Unido, país amante del suicidio, por lo visto, pero que aún nos
da muchas vueltas en casi todo. Y desde luego, en la evaluación y valoración de
las políticas, varios miles de ellas.
El informa llamado Chilcot, por
el nombre del principal responsable del mismo, es tajante y pone negro sobre
blanco algunas cosas que ya sabíamos todos, centradas especialmente en la
inconsistencia, cuando no falacia, de los argumentos que llevaron a aquella
guerra. Ni las armas de destrucción masiva existían ni las pruebas presentadas
por la entonces administración norteamericana eran sólidas ni veraces. Ni los
argumentos esgrimidos por los cooperantes de la guerra, encarnados en los tres
dirigentes políticos de EEUU, Reino Unido y España. Personalmente no me
interesa el hecho de que la guerra se hiciera con o sin el mandato de Naciones
Unidas y la supuesta violación o no de la legalidad internacional, expresión
difusa que esconden siempre un juego de intereses y de poder. Lo sustancioso es
que la guerra se desencadenó por motivos que no eran ciertos, y respondía sobre
todo a un plan trazado por unos dirigentes del Pentágono que soñaban con un
mundo moldeable a su antojo, en el que Irak sería la primera pieza de un
renovado y, deseado democrático, oriente medio. La guerra se ganó en pocas semanas
y, desde entonces, llevamos perdiendo la postguerra. El informe británico
examina con especial detalle, obviamente, el papel de Tony Blair, el entonces
primer ministro del entonces Unido Reino, y le deja en muy mal lugar. Seguidismo,
falta de valoración crítica de los hechos, simplificaciones, errores de
inteligencia… Blair y su equipo son demolidos por un texto que deja bien a las
claras lo que se pudo hacer para evitar la guerra y lo que, principalmente, no
se quiso. Blair ha comparecido diciendo que, con la información que tenía
entonces, hubiera actuado igualmente, y que a posteriori es obvio que se
equivocó, y ha pedido disculpas ante los medios y su sociedad, de una manera un
poco taimada, pero lo ha hecho. En España este asunto generó una polémica
bestial. No fuimos militarmente a la guerra porque no teníamos medios para ello
(ahora aún menos) pero Aznar le dio cobertura y apoyo político. Resulta
evidente que se equivocó, y lo es para todo el mundo menos para él mismo,
empeñado en salvar una parte de su legado que es, quizás, la más tóxica e
indefendible. Tras una primera legislatura grandiosa, Aznar cometió enormes e
infantiles errores en una segunda en la que no había día en el que se creyera
en la total posesión de una verdad que, algunas desde entonces, otras desde
hoy, no estaba en su mano. Su incapacidad para admitir errores, fruto quizá de
los acontecimientos del 11M y de cómo su nefasta gestión de los mismos hundió
su carrera política y personal, le ha llevado a seguir defendiendo en solitario
su papel en aquella guerra cuando el resto de protagonistas de la misma han
renegado de ella, de una manera más o menos clara. Y a cada noticia nueva sobre
Irak las preguntas vuelven a colgar en el tablero de un Aznar que se niega
siquiera a leerlas.
Trece años después Oriente Medio es un lugar
convulso, sumido en una asquerosa y cruel guerra, cuyo epicentro es Siria, pero
que se extiende por todas partes. En Irak la dictadura de Sadam está ya casi
olvidada por todo el mundo, pero el país, por así llamarlo, vive sumido en el
caos. Es muy difícil saber hasta qué punto aquella guerra determinó la situación
actual, dado que otros factores muy importantes (la crisis y las primaveras árabes
por citar sólo dos) han influido muchísimo en la zona. Pero una de las
lecciones amargas de aquello es que fuimos a la guerra equivocada por motivos
equivocados y, en el caso de Siria y DAESH, no vamos a la guerra correcta con
motivos correctos. Pura amargura.
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