viernes, julio 08, 2016

El informe sobre la guerra de Irak

La guerra de Irak, como si fuera un espectro, va a estar apareciéndose de manera continua a sus protagonistas hasta el final de sus días. Resulta asombroso pensar que han pasado ya trece años desde aquel acontecimiento, pero todos lo recordamos como algo tan próximo como si hubiera sucedido ayer. Para sus tres promotores, la sensación de vivir en un bucle inacabable va a seguir existiendo para siempre. En esta ocasión el fantasma reaparece a cuenta de un informe oficial elaborado en el Reino Unido, país amante del suicidio, por lo visto, pero que aún nos da muchas vueltas en casi todo. Y desde luego, en la evaluación y valoración de las políticas, varios miles de ellas.

El informa llamado Chilcot, por el nombre del principal responsable del mismo, es tajante y pone negro sobre blanco algunas cosas que ya sabíamos todos, centradas especialmente en la inconsistencia, cuando no falacia, de los argumentos que llevaron a aquella guerra. Ni las armas de destrucción masiva existían ni las pruebas presentadas por la entonces administración norteamericana eran sólidas ni veraces. Ni los argumentos esgrimidos por los cooperantes de la guerra, encarnados en los tres dirigentes políticos de EEUU, Reino Unido y España. Personalmente no me interesa el hecho de que la guerra se hiciera con o sin el mandato de Naciones Unidas y la supuesta violación o no de la legalidad internacional, expresión difusa que esconden siempre un juego de intereses y de poder. Lo sustancioso es que la guerra se desencadenó por motivos que no eran ciertos, y respondía sobre todo a un plan trazado por unos dirigentes del Pentágono que soñaban con un mundo moldeable a su antojo, en el que Irak sería la primera pieza de un renovado y, deseado democrático, oriente medio. La guerra se ganó en pocas semanas y, desde entonces, llevamos perdiendo la postguerra. El informe británico examina con especial detalle, obviamente, el papel de Tony Blair, el entonces primer ministro del entonces Unido Reino, y le deja en muy mal lugar. Seguidismo, falta de valoración crítica de los hechos, simplificaciones, errores de inteligencia… Blair y su equipo son demolidos por un texto que deja bien a las claras lo que se pudo hacer para evitar la guerra y lo que, principalmente, no se quiso. Blair ha comparecido diciendo que, con la información que tenía entonces, hubiera actuado igualmente, y que a posteriori es obvio que se equivocó, y ha pedido disculpas ante los medios y su sociedad, de una manera un poco taimada, pero lo ha hecho. En España este asunto generó una polémica bestial. No fuimos militarmente a la guerra porque no teníamos medios para ello (ahora aún menos) pero Aznar le dio cobertura y apoyo político. Resulta evidente que se equivocó, y lo es para todo el mundo menos para él mismo, empeñado en salvar una parte de su legado que es, quizás, la más tóxica e indefendible. Tras una primera legislatura grandiosa, Aznar cometió enormes e infantiles errores en una segunda en la que no había día en el que se creyera en la total posesión de una verdad que, algunas desde entonces, otras desde hoy, no estaba en su mano. Su incapacidad para admitir errores, fruto quizá de los acontecimientos del 11M y de cómo su nefasta gestión de los mismos hundió su carrera política y personal, le ha llevado a seguir defendiendo en solitario su papel en aquella guerra cuando el resto de protagonistas de la misma han renegado de ella, de una manera más o menos clara. Y a cada noticia nueva sobre Irak las preguntas vuelven a colgar en el tablero de un Aznar que se niega siquiera a leerlas.

Trece años después Oriente Medio es un lugar convulso, sumido en una asquerosa y cruel guerra, cuyo epicentro es Siria, pero que se extiende por todas partes. En Irak la dictadura de Sadam está ya casi olvidada por todo el mundo, pero el país, por así llamarlo, vive sumido en el caos. Es muy difícil saber hasta qué punto aquella guerra determinó la situación actual, dado que otros factores muy importantes (la crisis y las primaveras árabes por citar sólo dos) han influido muchísimo en la zona. Pero una de las lecciones amargas de aquello es que fuimos a la guerra equivocada por motivos equivocados y, en el caso de Siria y DAESH, no vamos a la guerra correcta con motivos correctos. Pura amargura.

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