Aún no hemos hablado de las
encuestas, y de su clamoroso fracaso en estas elecciones del 26J. Creo que no
se libra ninguna, todas ellas merecen ser lapidadas virtualmente, y nos
enseñan, en su conjunto, una lección muy poderosa. La realidad es mucho más
compleja de lo que pensamos, y nuestros intentos para medirla siguen siendo
eso, meros intentos, juguetes, aspiraciones que tratan de lograrlo, a veces lo
consiguen, pero otras muchas, no. Urge que expertos demoscópicos y demás
profesionales del ramo se sienten un buen rato y piensen sobre lo que ha
pasado.
Y no será porque no ha habido
encuestas en estas elecciones. Hasta el último día permitido para su
publicación, otro de esos anacronismos que a ver si vamos eliminando de nuestra
legislación, todas señalaban una victoria del PP, pero con menos escaños de los
123 desde donde partía, y la unanimidad del “sorpasso” de Podemos sobre el PSOE
era total, salvo alguna excepción que se amparaba en el margen de error para
suponer que finalmente eso no pasaría. Llegada la semana del embargo de
encuestas, nos fuimos todos a la frutería andorrana, en un ejercicio de coña,
cinismo y buen humor, viendo como el precio de las berenjenas, fresas, agua y
naranjas se movía cada mañana, pero dentro de las tendencias ya apuntadas por
las grandes encuestas de la semana anterior. El Viernes tuvimos el gran susto,
el Brexit, y el consiguiente fracaso de las encuestas británicas, que se habían
dado la vuelta tras el lamentable asesinato de la diputada laborista Jo Cox, y
el fallo garrafal de las casas de apuestas, a las que todo el mundo invocaba
como si fueran Delfos revivido. Ese primer terremoto seguro que alertó a los
demoscópicos patrios, pero dado que el resultado de la victoria de la salida
fue justito casi se podía argumentar que estaba dentro del margen de error de
los sondeos. En todo caso, ese fracaso ya fue serio. Parece evidente que el
terremoto del viernes y al sensación de vértigo que le entró a la población al
ver que unos populistas pueden condicionar el país pudo tener un efecto en las
votaciones del domingo, y eso no pudo ser captado por ninguna encuesta hecha
antes del Brexit. ¿Excusa eso a los demoscópicos que trabajaron antes del
viernes? No del todo, pero es cierto que les da un buen argumento de defensa. Llegamos
al 26J, las urnas se abren, los votos entran poco a poco y RTEVE y la FORTA (televisiones
autonómicas) contrata a Sigma Dos, empresa muy conocida en el mundillo
electoral, una macroencuesta a pie de urna, con 115.000 entrevistas, y un coste
que he visto por ahí que supera el cuarto de millón de euros, cuyos resultados
se publican a las 20:00. La validez de esa encuesta es de una hora, dado que tal
como funcionan estas cosas en España (muy bien) a partir de las 21:00 empiezan
los datos de voto escrutado real, y el porcentaje de recuento crece a tal
velocidad que para las 22:00 horas ya se sabe casi todo. ¿Y qué decía esa
encuesta? Lo mismo que todas las que habíamos visto en la frutería de Andorra y
en los periódicos a lo largo de las anteriores semanas. Victoria escasa y menor
del PP, “sorpasso” podemita a un PSOE agonizante y Ciudadanos casi
estacionario. Durante una hora, en la tarde calurosa de Junio, se abrió champán
en sedes de partidos que luego lo aderezaron con lágrimas y se enjuagaron
lloros que, pasadas las horas, más bien minutos, mutaron en suspiros de alivio
y caras sonrientes. El fracaso de Sigma Dos es de los que hacen historia, y en
este caso no existe justificación alguna. Fue un total y absoluto error en
todas sus previsiones.
Pueden ver en esta web
un análisis del resultado promedio de las encuestas oficiales realizadas a lo
largo de la campaña, y en conjunto el balance es pobre, dado el clamoroso
despiste a la hora de pillar las tendencias de voto del PP y de no voto de
Podemos. Supongo que durante unos meses hacer referencias a encuestas
electorales será algo que de muy mala prensa a quien lo pronuncie, y las
empresas del ramo empezarán a pasar un “invierno” que ríanse del de Juego de Tronos.
Pero bueno, como no hay mal que por bien no venga, los economistas hemos
quedado, al lado suyo, como futurólogos bastante atinados, y eso para mi es, más
que motivo de orgullo, causa de asombro y sonrisa. Hace tiempo que los meteorólogos
se nos escaparon, pero en el pelotón de los predictores torpes cada vez somos más.
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