El concepto de purga es viejo,
pero quizás quienes llegaron hasta el extremo en su uso y refinamiento fueron
los regímenes comunistas del siglo XX. Cada vez que el líder amado (y
todopoderoso) caía, y era sustituido por otro gerifalte igualmente amado (y
todo poderoso) los fieles al caído eran eliminados, muchas veces de manera
literal, mientras ascendían a los puestos de responsabilidad las camarillas del
nuevo hombre fuerte de la patria. Eran sabedores de que su destino, fortuna y,
desde luego, vida, estaban unidos a su líder. El fin de éste era su propio fin.
Y por eso lo defendían hasta el último de sus alientos.
Quizás inspirado en estos
profesionales de la purga, Erdogan ha puesto en marcha la suya en una Turquía
donde, a día de hoy, todo el mundo puede ser sospechoso. Es “normal” que tras un
golpe de estado se depure la cúpula militar y los golpistas y sus compinches
sean arrestados. No lo es tanto que sean exhibidos ante los medios como si
fueran vulgares delincuentes, humillando su imagen y dejándolos a la altura del
barro delante de las masas. Pero desde que hace un par de días se supo del
arresto de más de dos mil jueces, implicados según el gobierno turco en la
asonada del viernes, el concepto de “normal” en Turquía viene definido por lo
que Erdogan considere que lo es. Este macroarresto judicial viene a certificar
que la democracia, que era débil, y creció durante un tiempo a orillas del
Bósforo, se ha marchitado del todo. La independencia judicial, uno de los
sacrosantos pilares del estado de derecho y de los regímenes democráticos en los
que nos movemos algunos pocos afortunados, fue destruida en Turquía tras el
golpe del vienes no por cañones ni bombas, sino por el puño ejecutor de un
Erdogan al que nada ni nadie parece que vaya a ser ya capaz de poner freno.
Ayer mismo se supo que, dentro de este proceso de encarcelamiento masivo, que
va a dar mucho trabajo a los funcionarios de prisiones, el
gobierno decretó la suspensión de más de 15.000 funcionarios del Ministerio de
Educación. Se les acusa de colaborar con la cofradía de Fetula Gülem, el
clérigo al que Erdogan sitúa como cabeza intelectual del golpe del viernes.
También ayer el gobierno turco se atrevió, por fin, a pedir una orden de
extradición forma a EEUU reclamando la cabeza del citado Gülem, que vive en una
mansión sita en el estado de Pensilvania, con lo que pone en un brete aún mayor
al gobierno de Washington. Brete que comparte con el resto de cancillerías
occidentales. Turquía, un aliado estratégico, sito en un lugar convulso, miembro
de la OTAN desde hace décadas, abandona una vía autoritaria y se dirige a toda
velocidad a una dictadura absoluta en la que será Erdogan el único poder. ¿Qué
se opina al respecto en Washington, Berlín o Bruselas? Nada, de momento nada.
Ni una palabra. Se esperó la noche del viernes para ver quién iba ganando y,
una vez sabido, sumarse al bando victorioso. Pero la deriva de Erdogan hace que
el resto de socios se van obligados a posicionarse ante un comportamiento
completamente inadmisible. La UE ha hecho algunos comentarios sobre la
imposibilidad de retomar las negociaciones de adhesión con Turquía si sigue
esta deriva y se aprueba la pena de muerte, sabedora la UE de que su problema
de fondo no es la incorporación de nuevos países, sino evitar la marcha de los
que ya están dentro. La OTAN, que es la alianza estratégica en este caso,
permanece muda y, sospecho, asustada por el papelón que tiene ante la mesa.
En estas condiciones, vaticinar el futuro de
Turquía se antoja muy difícil, pero si parece obvio que la situación será peor
que la que existía antes del intento de golpe de estado. Las inversiones
extranjeras en el país caerán, su economía, ya tocada por el hundimiento del
turismo, se contraerá y las libertades pueden perecer ahogadas en la dictadura
del líder supremo de la nación. Si yo viviera allí me plantearía seriamente la
opción de largarme, si es que no estuviera ya detenido, junto con tantos miles,
acusado de no pensar igual que el adorado y todopoderoso hombre fuerte del país.
Es deprimente ver cómo la historia repite sus errores. Las purgas son sólo el
primer paso hacia las dictaduras. En ello está Erdogán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario