Níger es un país que está en África que a la mayor parte de la gente no le suena de nada. Su vecino del sur, Nigeria, es algo más conocido, y apuesto lo que quieran a que muchos los confunden pensando que son uno sólo. Su capital es Niamey, situada en la parte sur del país, cercana a Nigeria, Burkina Faso y Mali, por poner algunos vecinos. El norte alejado de esa nación linda con Libia y Argelia es pleno desierto del Sáhara. Forma parte de lo que se llama el Sahel, la franja de países africanos, que van de Somalia a Senegal, que cruzan el continente y se sitúan justo en el lado sur del insufrible desierto. Son naciones ricas en recursos, atrasadas, de alto crecimiento demográfico, inestabilidad política y lugar de acción de milicias islamistas variadas.
A finales de la semana pasada hubo un golpe militar en Níger que destituyó al gobierno vigente y proclamó al típico militar lleno de galones como nuevo hombre fuerte del país. Se decidió suspender la constitución e imponer un régimen marcial de control de la sociedad y sus recursos, una vulgar dictadura. En el discurso que emitió el jefe de la junta golpista se hacía referencia a la inestabilidad que se vive en el norte del país, donde los islamistas atacan de manera esporádica y cruel, y a la necesidad del país de hacerse con un rumbo propio para dejar atrás las relaciones con Francia, la antigua metrópoli, país al que perteneció cuando París tenía un jugoso imperio colonial. En la calle se vieron algunas multitudes alabando la asonada y celebrando el nuevo rumbo del país, probablemente alentadas por los propios golpistas, para dar una cierta pátina de respaldo social a su asonada, y entre los miles de manifestantes que clamaban por las calles de Niamey se veía más de una bandera rusa. Eso, que a simple vista resulta chocante, no lo es tanto si tenemos en cuenta la presencia de milicianos de Wagner en la mayor parte de las naciones de África, especialmente del Sahel, y que el discurso que desde hace un tiempo emana desde el Kremlin hace referencia al pasado colonial de esas naciones, a la opresión que sufrieron por parte de los despiadados europeos, y el beneficio que para ellas va a ser colaborar con una Rusia que las quiere como son, naciones prósperas y soberanas. Este discurso es una patraña, que se basa en los ciertos agravios que las naciones africanas arrastran tras su pasado colonial, pero que no busca redimirlas ni que se recuperen de ellos, sino situarlas en la órbita de otra nación imperialista, Rusia, que en estos mismos momentos libra una lucha de opresión y exterminio sobre su vecina Ucrania. El mensaje de que Putin es bueno y ayuda a los africanos ha calado en parte de esas sociedades, vía préstamos, inversiones, cesiones de grano, suministros de armamento y todo tipo de programas de cooperación en los que Rusia y China han ido de la mano, tejiendo unas alianzas que, en algunos casos, han servido para que los gobiernos locales se inclinen en la balanza de apoyos y miren con rencor a occidente y con alivio a sus nuevos socios. Donde ese movimiento no ha sido voluntario se ha producido asonadas y revueltas, alentadas por el dinero y las armas rusas, como esta que vemos en Níger, y los dirigentes han sido reemplazados por fuerzas pro Kremlin. La verdad es que el papel de los paramilitares de Wagner ha sido muy decisivo en esa región para alentar movimientos en los ejércitos de países poseedores de instituciones débiles y sometidas a tensiones muy fuertes. La presencia cierta de Al Queda y ramas del estado islámico en las zonas limítrofes con el desierto ha ido militarizando cada vez más la lucha contra un terrorismo difuso, pero que es un problema de primer orden para estas naciones, y ha sido por tanto fácil para los ideólogos rusos y chinos usar sus cartas en este escenario convulso para aparecer como los que realmente ayudan a estas sociedades a lograr la seguridad y la paz. Los programas de cooperación europeos apenas son capaces de hacer nada ante la presencia de las milicias islamistas en amplias zonas de las naciones, y las misiones de seguridad encabezadas por Francia ya han fracasado en naciones como Mali, bien por su pequeño tamaño, su diseño inadecuado, el miedo occidental a las bajas propias o el recelo que para la población local supone volver a ver tropas de aquellos que les sometieron en siglos pasados. Rusia y China están sabiendo ocupar el vacío dejado por Europa.
Ayer en Niamey se produjeron violentas escenas mientras una turba de manifestantes atacaba la embajada francesa en la capital y trataba de asaltarla. A gritos contra el colonialismo y deseando larga vida a Rusia y Putin, las gentes, en un movimiento nada espontáneo, dejaban claro cuál es el rumbo que quieren seguir los nuevos dirigentes del país. Productor de un tercio del uranio que emplean las centrales nucleares galas, el papel de Níger en África es importante, y lo sucedido una evidente muestra de su total pérdida de poder e influencia en la zona. No sólo allí, pero en París, desde luego, tienen motivos para estar preocupados.