Este verano está siendo algo más suave que el pasado, cosa que no tiene ningún mérito dado que el de 2022 fue el exceso absoluto en lo que hace a calor y sequedad. Gran parte del mismo estuvo ocupado por una ola de calor continuada que no dio tregua durante semanas y semanas, en las que la previsión del tiempo era de una monotonía desesperante y cruel. En este año en el que estamos se suceden las olas, que lo son por los pelos por el criterio de duración, no por extensión, y lo cumplen en exceso por intensidad, con picos de calor enormes que dejan la marca de los cuarenta convertida en asignatura María, pero tras el pulso de calor la ola remite y empieza a bajar, dando algunos días de tregua de treinta y pocos.
De los tres pulsos que llevamos, el de esta semana es el más intenso en la zona centro, Madrid. Tanto de día como de noche, las temperaturas son altísimas y a ello se ha unido una capa de calima que, especialmente ayer, lo cubre casi todo, enturbia y ensucia como sólo ella es capaz de hacerlo. No hemos alcanzado los cuarenta grados en la ciudad, con registros en la estación de Retiro que llevan desde el lunes bordeando los 39, pero eso da un poco igual, a pie de asfalto la sensación es de varios cientos de grados. Las noches están siendo duras, y alguna de ellas, como esta recién superada, calimosas, por lo que la bajada de las temperaturas ha sido frustrante. A eso de las 23:30 cuando me fui ayer a la cama, el aire de la calle seguía siendo bastante más caliente del que tenía en casa, que no era muy fresco, por lo que, por segunda noche consecutiva, opté por no abrir ventana alguna. Son estas noches algo absurdas, en los que las personas que dormimos poco de normal vamos a la habitación en la que está la cama a pasar un rato más largo y aburrido de lo habitual gracias al calor. Con un pijama de verano, que no es sino una camiseta y una especie de pantalón de baño sin redecilla, se tira uno encima de la cama, sin nada por encima, y se queda quieto, esperando a que entre el sueño. Desde que me cambié de casa tengo aire acondicionado en el salón y en dos habitaciones, y esta noche he usado unos minutos el de mi habitación, al cuarto de hora de estar en la cama. Lo he encendido un cuarto de hora, más o menos, hasta que he notado que una pequeña brisa circulaba por la estancia, pero luego lo he apagado. Tenía el absurdo miedo de quedarme dormido con él puesto, lo que es malo para la garganta y la factura eléctrica, y tras apagarlo he intentado dormirme, moviéndome lo menos posible en la cama, o haciéndolo de una manera lenta, sin brusquedades, tratando de no forzar ni generar nada de calor. El mantra ese de que el calor seco es más soportable es cierto, pero hasta un punto, y requiere de un estado zen en los movimientos para no generar sofocos que, supongo, se alcanza tras años de práctica en recónditos y caros recintos budistas. Como no es mi caso, me limito a estar estático y a esperar a que el sueño llegue. ¿He dormido? De 01:00 a 03:45 si, por lo menos en ese intervalo de tiempo no he mirado al reloj ni he sido consciente de que podía hacerlo, pero luego ya no. A eso de las 04:00 me he levantado e ido al salón para abrir la ventana y ver si tenía sentido dejarla así, con la persiana subida. Sí, el movimiento de la cama al salón ha sido pausado, como a cámara lenta, sin ejercicio de posturas de caballero Jedi pero con la parsimonia de la sabiduría oriental en las palmas de los pies, buscando no sudar. Al subir la persiana la sensación que me ha dado es que, sí, hacía menos calor que a las 23:30 pero vamos, como la moderación de la inflación, que se mide, pero no se nota mucho. Pese a ello he optado por abrir la ventana y subir la persiana, por rito más que por eficacia. Luego he ido a la cocina, sin ser capaz de levitar en el paseo, y he abierto la ventana que da al patio, buscando generar corriente entre esa estancia y la sala, sin requerir que la corriente fuera fresca, sólo buscando que el aire se removiera, pese a su recalentura. Tras ello he vuelto a la cama y quizás habré echado alguna cabezadita, pero hasta las 06:50 en que me he levantado se me ha hecho el tiempo muy muy muy largo, tan inmóvil y sereno sobre el colchón.
Se levanta uno, desayuna poco y se lava con la sensación de que el descanso previsto y necesario ha sido como esas promesas de amor eterno, que se diluyen a la primera, o las hipotecas asequibles, que directamente no existen. A eso de las 07:00 si notas que hay algo de corriente en la casa, pero no es refrescante, y la luz que entra por las ventanas te indica que, en pocos minutos, además de irte de casa, debes cerrar las ventanas y bajar las persianas para tratar de conservar en las habitaciones un poco del aire que por ellas se ha movido. Sales de casa, coges el ascensor, donde el aire lleva estancado desde el siglo XVII y está horneado, y te preparas para un nuevo día en el que, en la oficina, se estará bastante bien, pero a sabiendas de que no habrá descanso. Ni de día ni de noche.
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