En euskera lagun quiere decir amigo. La gramática y vocabulario vasco y castellano son lo más alejado del mundo, pero ha querido la casualidad que las dos palabras que hacen referencia a ese mismo concepto tengan, en los dos idiomas, un sonido dulce, suave, marcado por esa g melosa, acorde con la grata sensación que nos provoca la amistad de aquellos que apreciamos como propios. Es una coincidencia curiosa, y reseñable. Libro en euskera se dice liburu. Lo lógico sería suponer que la palabra vasca tiene la misma raíz que la castellana, aunque no lo se. También es reseñable que el término vasco dulcifica nuevamente respecto a un castellano algo más rudo. Un libro siempre es un buen amigo (no me atrevo a traducirlo a euskera)
Lagun, la librería, es, como todos los locales que venden libros, un remanso de paz y oasis para los que amamos las letras, y en este caso concreto, un símbolo de la libertad frente a los totalitarismos que en el siglo XX y XXI han tratado de imponer su terror a la sociedad en la que se han desarrollado. Primero frente al régimen franquista y sus secuaces, luego frente al nacionalismo etnicista y su brazo armado, ETA, ese local ha sufrido todo tipo de agresiones, ataques y destrozos y, una y otra vez, el amor y lealtad de sus dueños seguía intacta para reparar los cristales, arreglar las puertas, limpiar ejemplares dañados y hacer que el local volviera a abrir lo antes posible. Ignacio Latierro, María Castells y José Ramón Recalde, estos últimos matrimonio, crearon un negocio que era un reflejo de sus inquietudes políticas y vitales. Si hubieran abierto una mercería, pongamos, quizás se hubieran ahorrado problemas, pero antes que las cuentas de pérdidas y ganancias para ellos había un compromiso social, una necesidad de divulgar y de dar a conocer la cultura, la creación de un espacio de diálogo y esperanza. Los libros eran la forma que ellos conocían para cumplir todo esto, y sin censuras, a ellos se dedicaron en cuerpo y alma. Era inevitable que los intolerantes les odiasen. El cerril fanático que no lee nada, o peor aún, que sólo lee el panfleto que su líder le obliga, tenía en Lagun el centro de sus odios, el espacio que debía ser exterminado, porque allí no se vendían certezas, sino preguntas. No se adoctrinaba a la gente, sino que se le dejaba escoger. No se le obligaba a leer lo que el poder dictase que era correcto, sino lo que se editaba por unos y por otros. Un lugar obsceno para el corto de miras, un sitio donde escandalizarse aquel que sólo cree una cosa y considera al resto inferiores. Un lugar lleno de pecado. Y como todas las censuras e inquisiciones son iguales, comienza con las amenazas, luego los ataques a los bienes y acaban tratando de matar a las personas que se les oponen. Los franquistas y sus basuras armadas hicieron mucho de lo primer y lo segundo, pero fue ETA, la asquerosa ETA, y sus cómplices batasunos, y sus colaboradores sociales, y el mirar para otro lado de tantos, empezando por el gobierno vasco, los que decidieron que Lagun no debía existir y sus dueños morir. Los ataques por parte de los batasunos se hicieron cada vez más frecuentes e intensos, llegando una vez a sacar cientos de ejemplares del local y prenderles fuego en una plaza aledaña, en un acto que es tan puramente nazi que, desde el infierno, Adolf estaría orgulloso de cómo su espíritu se reencarnaba en esa salvaje muchachada tan tan vasca. Pero los dueños de Lagun eran mucho más valientes que sus oponentes. Y por eso ETA decidió asesinarlos. Pegó un tiro a Jose Ramón Rekalde que a punto estuvo de matarlo, pero que no lo logró. Quiso la suerte que la trayectoria de la bala “sólo” le destrozase la mandíbula y le dejase un rostro algo deformado y un habla muy deteriorada, pero el aviso era claro. La escoria etarra y sus socios habían decidido quién tenía derecho a existir y quién no, y Lagun y sus dueños debían desaparecer. Pero no, no lo hicieron. Su valor, enorme, soportó humillaciones sin fin. ETA se disolvió, no el odio social que le servía de cobertura, pero Lagun aguantó.
Este fin de semana que viene, julio de 2023, la librería Lagun cierra por la bajada de ventas, porque el negocio no da para pagar los costes y porque la gente ya no pasa tanto por sus estantes para comprar los libros expuestos. Las cuentas de pérdidas y ganancias se han teñido de rojo y los ahorros de sus propietarios actuales ya no dan para más. Fallecidos ya los dueños históricos del local, la librería era un símbolo de la lucha de la libertad en tiempos oscuros, lucha que siempre hay que mantener porque el enemigo no descansa, y el lunes que viene ese símbolo ya no volverá a abrir las puertas. Mucho me duele afirmar que las poquísimas veces que he pasado por San Sebastián no he comprado allí, por lo que el artículo de hoy, además de ser un homenaje debido, es también un mea culpa por la parte que me toca en la ruina del negocio.
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