Poco a poco parece que decae la ola violenta que ha asolado Francia en estos días, pero el número de detenidos sigue aumentando noche tras noche, los actos vandálicos, más escasos, persisten, y la sensación de impunidad por parte de los atacantes aún es lo suficientemente amplia como para permitirles organizar ataques coordinados en los que el pillaje es la tónica común, aderezado con destrucción de bienes públicos y siembra de miedo entre el conjunto de la población. Se han producido ataques propios de mafia terrorista ante instituciones, alcaldes y cargos electos, destruyendo sus propiedades en auténticos intentos de asesinato.
La chispa que ha prendido todo fue la muerte, a manos de la policía, de un chaval menor de edad parado en un control en Nanterre, un barrio periférico de París, que se localiza algo más allá del barrio de la Defensa, el complejo de oficinas que domina el este de la capital francesa. Justo detrás de la opulencia de los rascacielos se extiende ese barrio, ejemplo práctico de lo que se denomina la Banllieu, la conurbación que se extiende más allá de París y que la rodea, un lugar de urbanismo duro, en el que la población mayoritaria o es inmigrante llegado en los últimos años o descendiente de aquellos que pertenecieron a las colonias francesas del siglo XIX y XX. Los niveles de renta de esos lugares son mucho más bajos que los de la capital que tienen a tiro de piedra, las condiciones de vida tienen poco que ver con las que asociamos a las capitales occidentales y la creencia religiosa de muchos de ellos, islámica, les enfrenta a una sociedad francesa que antaño era muy católica y ahora va, como muchas otras, camino del laicismo descreído. Los problemas sociales que aquejan a estos barrios son conocidos desde hace tiempo, y son serios, y los distintos gobiernos de la república no han hecho mucho para solucionarlos. ¿Es eso excusa para la ola de violencia que se ha desatado? No. Hay que tener claro que la respuesta violenta, en democracia, nunca es legítima. Nuestras sociedades pueden tener problemas de todo tipo, algunos de ellos son serios, enquistados, extendidos, y no se puede negar su gravedad, pero responder quemando, destruyendo y robando sólo sirve para eso, para quemar, destruir y robar. El caso ucraniano es aquel en el que la violencia se vuelve legítima, porque existe una agresión externa de otro estado, pero en nuestros países, en los que se da una burbuja de seguridad, derecho y procedimientos, actuar como hordas es algo que carece de sentido. Todos los movimientos sociales albergan en su seno a extremistas que buscan la violencia, la necesitan y la usan alegando excusas de todo tipo, para enmascarar su deseo de agredir a otros. Una de las cosas que todo movimiento debe hacer es confinar a esos violentos, separarlos, impedir que se hagan con el estandarte que une a todos. En Francia la actitud violenta es una de las características más llamativas de toda protesta, que acaba generando unos disturbios que en España, afortunadamente, son difíciles de ver. Sea cual sea la causa de la protesta, social, cultural, religiosa o de otro tipo, tras una manifestación convencional empiezan a aparecer exaltados que buscan bronca, y la montan ante una policía que en el país vecino está más que harta de ser ninguneada y despreciada por varias de las formaciones políticas. Con cultura y sociedad muy distinta, resulta llamativo ver como algunos de los comportamientos que vemos a diario en las urbes norteamericanas, donde los niveles de violencia son inmensos frente a los europeos, se trasladan a la periferia de un París convertido en el Minneapolis que ardía tras la muerte de George Floyd. En ambos casos, brutalidad policial mediante, la ira social arrasó con todo sin justificación.
Francia muestra, con estos incidentes, que hay algo profundo que no funciona en la sociedad, y lo peor es que los más beneficiados tras olas de ira como estas son los movimientos políticos que abogan por la simple mano dura como única respuesta. Es necesaria, sí, pero sola no basta. Es probable que las encuestas reflejen como Le Pen es la gran ganadora en estimación de voto tras lo sucedido, lo que agudiza la sensación de división social y enfrentamiento. Europa no es posible como proyecto sin una Francia centrada, próspera y que piense en el futuro, y ahora mismo el país vecino, cada vez, se encuentra más sumido en un marasmo que su enorme riqueza enmascara, pero que no es capaz de ocultar.
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