Ayer terminó la cumbre de la OTAN en Vilnius, entre muchas fotos sonrientes y declaraciones de unida en las que el presidente ucraniano Zelesnky era agasajado por casi todos a la hora de recibir los mensajes más profundos. Suecia ya es oficialmente miembro de la Alianza, por lo que de esta reunión sí sale un fruto esperado, hay algo que celebrar. No consta que en Rusia se haya dicho nada al respecto, pero a buen seguro en el Kremlin que los suecos estén ahora unidos militarmente a EEUU es algo que nos les hace ninguna gracia. Menos risa me dan a mi sus amenazas y actos agresivos.
Pero lo importante es lo de Ucrania, y en este caso la cumbre ha sido un poco plof, si me permiten la expresión. Zelensky llegó enfadado, se enfadó cada vez más a medida que las sesiones avanzaban y se marcha dando las gracias a todos pero sabiendo que su país nunca entrará en la Alianza hasta que, al menos, se acabe la guerra. El compromiso de seguir suministrando armamento a Kiev por parte de occidente se mantiene, pero serán los ucranianos que mueran en el frente los únicos sobre los que recaiga la responsabilidad de garantizar el futuro de su país, porque no va a haber soldados occidentales de manera oficial en territorio ucraniano de mientras se mantengan las hostilidades. Kiev sabe que tiene muchos apoyos pero que lucha sola, y que el futuro depende de lo que sea capaz de conquistar en su territorio y lo que pueda repeler de la invasión rusa, de nada más que de eso. La contraofensiva, de la que se cumple más de un mes desde que se puso en marcha de manera un tanto desordenada, avanza muy despacio, y ha conseguido penetrar algunos kilómetros en el frente ruso, pero no está siendo nada parecido a lo que sucedió en el otoño de 2022, cuando parte del frente organizado por Putin se desmoronó por propia incompetencia y presión ucraniana, y las tropas de Kiev pudieron recuperar mucho del terreno perdido. Desde entonces el proceso de desgaste de ambos ejércitos se mantiene sin que haya movimientos significativos, y en esta situación es el ucraniano, el menor, el ejército que más sufre. Los abastecimientos de munición en el caso ruso parecen mantenerse estables, y sus malditos misiles, que según la inteligencia británica debieran haberse acabado hace ya bastante, siguen golpeando de manera irregular pero cruel las ciudades ucranianas. Por el lado occidental, la tensión en los suministros de armas a Kiev es muy alta, porque los stocks que había acumulados en los arsenales están bajo mínimos y la capacidad productiva apenas despierta tras años de letargo. La ventana de oportunidad que tienen Kiev en su contraataque se cerrará en un par de meses, cuando lleguen las lluvias otoñales y todo el campo se convierta en un barrizal que impida el rápido avance de equipos y personal de combate. Allí los inviernos empiezan pronto, y a finales de agosto se pueden empezar a dar las primeras noches de temperaturas realmente bajas. Es cruel decirlo, pero para los analistas occidentales Ucrania corre contra el reloj. Debe presentar éxitos palpables en este movimiento en el que está utilizando todas las piezas de infantería y carros que se le han suministrado, y cuya pérdida sería muy difícil de reemplazar por parte de unos ejércitos, véanse el español, que apenas cuenta con material propio. Si en dos meses las líneas de frente no se han movido de manera significativa hacia el este y la reconquista de territorios no es un hecho, el esfuerzo ucraniano habrá sido bastante poco útil, y la moral occidental se resentirá a las puertas de un nuevo invierno de posibles problemas energéticos, sin que sepamos aún que podamos contar con un frío escaso, aliado que nos ayudó en el pasado, y que no tiene por qué estar en el de dentro de unos meses.
Es probable que la bandera de la OTAN acabe ondeando en Ucrania, más lo es que, para entonces, Ucrania no sea la nación que era antes de la invasión. Si se produce un enquistamiento del conflicto o una cesión de territorio Ucrania puede asemejarse a una Alemania occidental de postguerra en la que la presencia occidental sirve como tapón para que las tierras del este en manos rusas no se extiendan, manteniendo al oeste del país en una situación de subsidio económico por nuestra parte, permitiéndole seguir vivo pero con escasas posibilidades de futuro. Y eso en un escenario de guerra terminada, cosa que a día de hoy nadie ve como posible a corto plazo. La resistencia rusa a las sanciones se ha mostrado poderosa y sólo la voluntad de los ucranianos de luchar es lo que ha impedido que el Kremlin logre sus planes. Esto va para largo.
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