Este año la cumbre de la OTAN, que el pasado revolucionó Madrid, se celebra en Vilnus, capital de Lituania, una ciudad a pocos kilómetros de la frontera bielorrusa y a algo más, pero no demasiado, del enclave ruso de Kaliningrado. No es por casualidad. Organizar la principal reunión anual de la mayor organización de defensa occidental a las puertas del enemigo ruso es una manera de mandar un aviso, una señal al otro lado de la valla, para que el agresor sea consciente de que hay un compromiso mutuo de defensa por parte de los socios. Naciones enanas, de juguete comparadas con Rusia como las bálticas, existen gracias a este compromiso.
La cumbre ha comenzado con un anuncio sorpresa que es positivo y con la constancia de una realidad que se está volviendo cada vez más sombría. La sorpresa ha sido el permiso otorgado por Turquía para que Suecia pueda incorporarse a la Alianza. Durante un año la petición de Suecia ha estado encallada por los caprichos del líder turco, pero el lunes, media hora antes del debate electoral, se produjo el sorprendente anuncio de que Turquía levanta el veto y acepta que Suecia entre. Durante el fin de semana había corrido por los pasillos la noticia de que Turquía elevaba el precio de la adhesión, exigiendo para que diera su sí el que la UE retomase las negociaciones con el país de cara a una futura adhesión, proyecto que lleva embarrancado desde hace muchos muchos años por motivos de todo tipo. A priori era una exigencia inaceptable de todo punto y la sombra de un fracaso en el tema sueco empezó a planear en la pequeña capital lituana. Por eso la sorpresa del anuncio ha sido mayúscula y, que yo sepa, no han trascendido las causas por las que Erdogán ha cambiado de criterio ni qué es lo que ha obtenido a cambio. Ya nos cobra Turquía un peaje a la UE por el control migratorio de la frontera, dinero que pagamos sin control para que Ankara haga de poli malo y evite entradas de inmigrantes desde las costas que controla. ¿Qué habrá obtenido ahora el sátrapa turco? Recién reelegido, afronta Erdogán un largo mandato y la sensación de que juega por libre con unos y otros, convirtiéndose en un socio poco fiable para todos. En uno de sus últimos movimientos inexplicados, ha entregado a Zelesnky, que le visitó, algunos de los miembros del batallón Azov que Rusia capturó tras la caída de Mariupol y que derivó a Turquía para que allí pasasen el exilio. Desde luego esa estancia en Turquía no era vista por el Kremlin como una mera escala de distracción sino como un lugar de encierro permanente. Con su gesto Ankara ha traicionado lo que acordó con Moscú, sin que nadie tenga tampoco muy claro el por qué. ¿Está Turquía tentando hasta dónde puede tensar las cuerdas de cara a llevarse el mejor de los réditos en cada uno de los escenarios? ¿Va de farol? ¿Está desorientada? Sinceramente, es muy difícil apostar por una respuesta ante esta sucesión de sorpresas. La del lunes, desde luego, fuer enorme, y ya sólo eso garantiza un éxito en la cumbre de la Alianza, porque formalizará la incorporación de un importante, estratégico y muy rico aliado. Si el Kremlin pensaba hace un par de años que la OTAN estaba muy cerca de sus fronteras, su despiadada guerra en Ucrania se ha traducido en que naciones que llevaban décadas instaladas en la neutralidad, como las nórdicas, han virado en meses para unirse al bando occidental, al que pertenecen desde hace muchas décadas en lo económico, político y social, pero no en lo militar. Para Rusia su guerra le ha hecho pasar de tener vecinos neutrales, como Finlandia, a vecinos OTAN, por lo que más allá del horror de los combates que se libran en territorio ucraniano, el resultado estratégico del movimiento del Kremlin es, se vea como se vea, un desastre para sus propios intereses.
Si lo de Suecia es lo bueno, lo gris tiene que ver con la incorporación de Ucrania a la Alianza. El cabreo de Zelesnky es creciente al ver como el resto de socios, palabras a parte, está muy de acuerdo en que su país no puede entrar en la OTAN mientras esté en guerra, entre otras causas porque eso supondría la puesta en marcha automática del artículo 5 y todos los países entraríamos en guerra directa contra Rusia. Por tanto, sólo tras el final de la guerra se podrá estudiar la entrada efectiva de Ucrania en la Alianza. El problema es que nadie sabe cuándo ni cómo va a acabar la guerra, y en qué estado estará Ucrania cuando eso suceda. Palabras, suministros, abrazos. Zelensky va a tener mucho de eso, pero no será socio de un club que sigue mirando con miedo lo que pasa en el frente de batalla.
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