En la Cultureta Gran Reserva, que presenta Rubén Amón en Onda Cero los viernes de madrugada, hay una sección en la que Álvaro Imbernón ofrece sus críticas ajustadas de obras de teatro, películas, libros… que no ha visto o no ha leído. Tira de los tópicos elogiosos que llenan las fajas de los ejemplares recién editados, supuestamente obras maestras en todo caso, para realizar una ácida visión de la vida cultural donde a veces hay mucho de impostado, de cartón piedra queriendo parecer sólido mármol. La sección dura unos pocos minutos y tiene bastante gracia, y mala uva.
A mi me falta la mala uva y más la gracia, pero voy a hacer algo parecido al comentar el debate de anoche, que vi de manera fragmentada, a trozos, y que pasadas las once y cuarto de la noche se fue a negro porque apagué la televisión. Ya dije a los que me preguntaron que no tenía especial ilusión ante el evento, y que lo vería forzado. Al empezar, en un plató luminoso, con ambos candidatos sentados en los extremos de una mesa que a Putin le hubiera parecido enana, la estética recordaba a la de las entrevistas de trabajo, o a la reunión de ejecutivos. Creo que es mejor atriles con candidatos de pie, que sufren más, pero supongo que los estrategas impusieron la silla y la distancia controlada. A priori los papeles estaban bastante claros. Feijóo, por delante en las encuestas, y novato en este tipo de encuentros, acudía a la defensiva, a no cometer errores, saliendo a empatar si me apuran. Sánchez, por debajo en las encuestas, con más experiencia en este tipo de encuentros, debía salir en tromba, a usar el debate como la gran palanca para relanzar una campaña que sigue estando basada en la sucesión de entrevistas en medios donde se lamenta de lo mala que es la sociedad con él. Sánchez tenía ayer mucho más que ganar y Feijóo que perder. Por lo que pude ver, que no entender, porque la superposición del discurso de ambos fue constante, la sensación que me dio fue casi la contraria. Feijóo no usó una táctica de ventajista arrinconado, sino que pasó al ataque, eso sí, con sus formas, que no son las de Rajoy, pero tienen un aquel. La seriedad y la falta de tonos elevados es una de las características del gallego, y pese a que no tiene experiencia en debates, hizo un papel muy interesante, tratando de llevar la iniciativa en todo momento. Sánchez tiró de experiencia, pero se le vio incómodo. Necesitaba delante un candidato reactivo, alguien que le siguiera un juego algo bronco, donde las cualidades de aplomo presidencial que le gusta exhibir sacan ventaja, pero no se encontró con ese oponente en ningún momento. En el bloque económico, que fue el primero y es el único que vi en su totalidad, Sánchez tenía más posibilidades de defensa y ataque que en el resto, porque el último año de la economía española ha sido objetivamente positivo, pero ni aún así logró situarse frente a un candidato popular que tiró de números, que ambos se arrojaban sin que nadie fuera capaz de seguirlos ni contrastarlos. En los pactos del PP con Vox, que es donde más daño podía hacer Sánchez, Feijóo tiro de escapismo, de elusión, y se sacó de la manga la firma de un acuerdo que forzase a ambos a abstenerse en caso de que su oponente ganase las elecciones para no depender de extremistas. Era una jugada que, desde una posición de presumible ganador, no suponía riesgo alguno para el candidato popular, y que el oponente que se encuentra en desventaja en los sondeos nunca podría llegar a firmar, pero el efecto de presentarse como una alternativa que busca huir de los populistas (aunque pacte con ellos como se ve en varias CCAA) se logró. El tono general del encuentro, sin llegar a ser faltón, pero con interrupciones constantes y discursos simultáneos no ayudaba a entender nada, y los moderadores pintaban menos que yo en una fiesta de modernos. Me dio la sensación de que ganador del encuentro ya había y, con cientos de grados en la noche madrileña, quité la tele.
Leyendo hoy los titulares de la prensa afín a Moncloa uno extrae esa misma conclusión, que la oportunidad que tenía Sánchez en este debate para dar un golpe en la campaña se ha diluido, por deméritos propios y por éxitos en la táctica de su oponente. Para los medios que apoyan a Feijóo la sensación es de victoria, porque partiendo de escasas expectativas el resultado obtenido ha sido bastante mejor de lo que nadie esperaba. Para los forofos de uno y otro bando poco habrá cambiado. El volumen de voto que se puede mover con un debate similar es escaso, salvo desastre absoluto ante las cámaras, y crece la sensación de que la victoria del PP dentro de dos semanas es un hecho. Otra cosa es la gobernabilidad. Sí, Imbernón lo hubiera contado con más gracia.
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