La historia que relata la película es real, y aunque conocida, es una de las que menos se valora a la hora de analizar cómo nuestro mundo es como es. El desarrollo de la bomba atómica y su uso cambiaron por completo las reglas de la guerra, y no sólo supuso el final de la II Guerra Mundial y el entronizamiento de EEUU como líder mundial, sino una nueva era en la que, por primera vez en la historia, el hombre sí poseía los medios para destruirse a sí mismo. Todas las guerras anteriores a esta eran, por definición, limitadas, porque el grado de destrucción que se podía alcanzar era cada vez mayor, pero siempre concentrado en un punto. Uno escapaba de allí como fuera y salvaba el pellejo. A partir de Hiroshima ya no hay a dónde escapar.
Uno de los personajes que aparece en la película, Edward Teller, es el creador de la bomba H y el que espolea a EEUU para crear su arsenal de armamento nuclear y el conjunto de vectores que le permite alcanzar cualquier punto del mundo y, en su caso, destruirlo. El proceso de creación de ese arsenal se dio casi en paralelo entre EEUU y la URSS durante las décadas de los cincuenta y sesenta, dando lugar al escenario de destrucción mutua asegurada, lo que en inglés se llama MAD (y que corresponde, que cosas, a la palabra española loco). En este equilibrio del terror cada uno de los contendientes tiene capacidad de destruir no sólo al otro, sino al mundo entero, y sabe que el inicio de una guerra global supone el final de nuestra historia como humanos. El crecimiento de los arsenales de las dos superpotencias se produjo mientras terceros países iban accediendo al club nuclear no tanto con el objeto de atacar a otros sino con la idea, espeluznante pero certera, de que tener la bomba impone el miedo, y eso les protege de las intenciones agresivas de otras naciones. China, Reino Unido, Francia, India, Pakistán e Israel, este último de manera no oficial, son los países que a día de hoy tienen armamento nuclear declarado, con capacidades muy inferiores a las rusas y norteamericanas, pero lo poseen, y eso los hace respetables. Hay un nuevo país que hace no mucho se ha unido al club, que es Corea del Norte. El régimen de Kim llevaba tiempo buscando tener la bomba por ser esa la garantía de su supervivencia, la pieza que infunde el miedo que garantiza la respetabilidad, y en cuanto pudo hizo una prueba subterránea para que todos los que miden en el mundo lo detectase. Y desde entonces Pyongang ha pasado a ser un lugar más respetado, o temido, como quieran. Irán la busca, y su proceso de enriquecimiento de uranio no es sino una cortina de humo vestida de investigación civil con fines energéticos que trata de obtener material fisionable propio para desarrollar la bomba. De tenerla, empataría con Israel y el equilibrio del terror se daría en una de las zonas más conflictivas y llenas de odio del mundo. Oppenheimer crea la bomba como respuesta ante una guerra que no cesa, y en su ilusión está el que ese artefacto sea el que acabe con todas las guerras, pero no tarda demasiado tiempo en darse cuenta de que su creación ha dado a luz un nuevo mundo mucho más peligroso, en el que la caja de pandora de la guerra nuclear se ha abierto y ya no se puede cerrar. Los cerca de 250.000 muertos de Hiroshima y Nagasaki pesan como una losa sobre él, no tanto al principio, pero sí cada día que pasa desde que la IIGM es historia y se da cuenta de lo que ha hecho, y su papel como antibelicista crece en un mundo polarizado en el que el riesgo de una tercera guerra entre occidente y el comunismo es cada vez mayor. Sabe que en esa guerra no ganaría nadie, pero observa atónito como los arsenales crecen, en una acumulación absurda de riesgos, en una carrera en la que la posibilidad de un simple error basta para que la humanidad se consuma en el infierno por ella misma desatada. La película muestra esto con una intensidad mayor a medida que nos adentramos en los últimos años de vida del protagonista.
Ha querido la casualidad, la suerte o vaya usted a saber qué que no se hayan producido errores fatales que nos hayan llevado a la destrucción de manera absurda. En los ochenta hubo alguna posibilidad de que se desatase la guerra entre EEUU y Rusia por falsas señales que, afortunadamente, fueron no tenidas en cuenta. En la crisis de los misiles de Cuba quizás es cuando estuvimos más cerca de la conflagración declarada, pero afortunadamente no sucedió. Pero el armamento nuclear sigue ahí, y vemos como el mafioso de Putin lo utiliza de farol para amedrentar, y el hecho de que ayudemos a Ucrania pero pelee sola se debe, sí, a que en frente el enemigo tiene armas que nos arrasarían en minutos. Oppenheimer cambió las reglas de la guerra y del mundo, y fue de los primeros en darse cuenta de ello.
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