Ayer por la tarde salí algo antes de lo habitual del trabajo, hice mi compra semanal de juguete y, aprovechando que hacía calor, pero sin exageraciones, bajé al parque que está junto a mi piso para leer un poco. Estar sentado en un banco bajo un árbol, leyendo, es uno de los mejores planes de verano que se me ocurren (ay, mis pocos lectores ya están huyendo). Quedaba poco para terminar el libro y en un banco que estaba a mi izquierda, delante, a una cierta distancia de mi como para que todos fuéramos ajenos pero la suficiente como para verlo todo en detalle, una pareja joven, diría que de universitarios, tenía una profunda crisis.
Me di cuenta de que ella estaba muy rígida mientras que él se movía bastante tratando como de decirle algo, cogiéndole las manos, pero sin que ella mostrase reacción alguna. La escena se repetía sin cesar. Hierática, fría, distante, la chica estaba sentada algo rígida, con su faldita, top y melena larga rubia sin moverse apenas, en un gesto de ignorancia. Cuando él le agarraba las manos ella hacía ademán de soltarle, de impedir que le tocase, de sentirse acosada, o sucia si él ponía las manos encima. El chico, un poco más alto, de pelo rizado y gafas grandes, pantalones convencionales y camisa vaquera de manga corta por fuera, no gritaba, no escuché en ningún momento una palabra más alta que otra en todo lo que duró la escena, no hubo exabruptos ni nada por el estilo, sólo distancia infinita. Pareciera que ella estuviera muy enfadada por algo que él hubiera hecho y la petición de perdón por parte del chico no estaba resultando muy fructífera. En un momento dado ella se movió de la esquina del banco que ocupaba a la opuesta, sin decir nada, sin cambiar de gesto, sólo se volvió a sentar manteniendo la postura seria. A los pocos minutos algo en ella se ablandó, no en su gesto, pero sí en el consentimiento para que él le tocase, cosa que hizo en manos y brazos, y que le llevó a abrazarla desde atrás, sin mirarle a la cara. Ella mantenía en todo momento el mismo rictus y sin decir palabra, pero era evidente que él, abrazado, le hablaba, le contaba cosas, le decía no se qué, todo en volumen bajo. Ella no respondía. No trataba como al principio de separar sus brazos de su cuerpo, pero supongo que conseguía que, pese a estar rodeada, no sintiera nada, y que él, pese a estar con ella, se sintiera como abrazado a una farola. La escena se mantuvo, con algunas variaciones de postura pero con la misma sensación de frialdad, durante no pocos minutos, hasta que en un momento dado él debió admitir que allí no pasaba nada, que si estaba tratando de pedir perdón no lo obtenía o que, en todo caso, era como una ola que no hacía más que romper contra un espigón inmutable, que ni se enteraba si le rociaba la espuma o no. Él se separó, siguió sentado junto a ella durante unos minutos, muy cerca, pero sin tocarla, con los brazos apoyados en las rodillas pero el gesto oculto, mirando al suelo. Al cabo de unos minutos se levantó mirando al frente, avanzó unos pasos y se giró para ver como ella seguía sentada en la misma posición, sin mirarle, sin seguirle. Volvió a avanzar y a girarse, dos tres veces el mismo proceso, viéndola desde cada vez más distancia, hasta que él desapareció de mi punto de vista, se introdujo en una zona más frondosa y abandonó la escena. La chica se quedó sola y, durante unos pocos minutos, nada cambió. Sacó un instante su móvil, cosa que ninguno de los dos había hecho en todo el tiempo de la discusión, hizo como que tecleaba algo rápido, pero en un par de minutos lo volvió a esconder en su bolsito, sin tocarlo más.
A los cinco minutos sacó un paquete de pañuelos de papel del bolsito y, sin distinguirlo bien, era evidente que los uso para enjuagare algunas lágrimas que tenía, sin caer en ningún momento en el llanto compungido o el aspaviento, una figura serena, reposada, pero que exhalaba tristeza por todos sus poros. Tras enjuagarse siguió sentada un breve tiempo y, al poco, se levantó del banco, despacio, como cansada, haciendo un leve esfuerzo para enderezarse, y se marchó lentamente en dirección opuesta hacia donde había partido el chico. Desapareció de mi ángulo de visión y la pareja se convirtió en recuerdo de una tarde de verano. Quizás su amor, que lo hubo, sea ahora también un recuerdo sobre el que el tiempo actúe, erosionándolo, llevándolo al olvido.
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