El domingo caducaba el acuerdo establecido entre Rusia y Ucrania por el que se permitía la exportación desde el país invadido de la enorme producción cerealística que cada año se cosecha allí. Este era el único acuerdo que existía entre las dos naciones desde que comenzó la ofensiva rusa. Principalmente a través del puerto de Odesa, el grano era cargado en barcos ucranianos, rusos o de otras nacionalidades, y atravesaba el mar negro rumbo al Mediterráneo y de ahí a cualquier parte del mundo. Miles y miles de toneladas de cereal han podido salir gracias a este pacto, lo que ha aliviado los precios globales, que se dispararon al inicio de la invasión.
El acuerdo era a tres bandas, porque Turquía, que actuó como mediador, es paso obligado de todo buque que quiera salir del mar negro, dado que controla los dos estrechos, el Bósforo con Estambul y los Dardanelos, y el mar de Mármara, que se forma entre ellos, por lo que si Turquía quiere puede cerrar ese paso a voluntad. Favorable a las tesis de Putin, ya comentamos aquí el otro día el ambiguo juego que está practicando Erdogán, pero en el caso del cereal su postura le permitió ganar muchos enteros ante las naciones del llamado sur global, que ven la guerra como un tema lejano y, lamentablemente, se decantan más a favor de Rusia que de la invadida Ucrania. Durante estos días ha habido conversaciones, auspiciadas por Turquía, buscando prorrogar el acuerdo, pero las cosas no han salido bien. Rusia está cada vez más hostil ante la rebeldía ucraniana y sangra por las heridas de una guerra que no está saliendo, para nada, como esperaba, mientras que Ucrania, que gana con la exportación, sabe que todos sus esfuerzos deben centrarse en la contraofensiva y en aniquilar todos los rusos que pueda, por lo que las posibilidades de cesión del Kremlin en cualquier otro aspecto serán prácticamente nulas. La primera consecuencia de esta ruptura ha sido un repunte en los precios globales del cereal, de momento no muy acusado, pero que habrá que seguir atentamente si se consolida con el tiempo. La escasez de grano y su coste están muy relacionados con el surgimiento de protestas y revueltas en muchas naciones en las que la alimentación de la población tiene escaso margen y es muy dependiente de productos concretos como el pan y sus derivados. Muchas naciones de África y Asia se pueden enfrentar a un problema de suministro de grano a medio plazo si, por lo que sea, lo que hoy es un pacto roto se mantiene así, y el miedo empezará a cundir entre sus poblaciones y los dirigentes si no se encuentran suministros alternativos. De todas maneras, debemos tener en cuenta que este grano que está saliendo ahora es fruto de la cosecha del año pasado, y que las cosechas ucranianas ya están siendo muy debilitadas por los esfuerzos de la guerra. No es sólo que enormes superficies de cultivo hayan sido pasto de los combates o se encuentren en terrenos disputados, sino que la propia población ucraniana encargada de las labores agrarias, principalmente masculina, se encuentra movilizada para hacer frente al esfuerzo bélico. La economía del país se encuentra en modo guerra, derivando todos los recursos posibles hacia las industrias de defensa, por lo que era de esperar que, aun con el acuerdo en vigor, el volumen de las exportaciones fuera cayendo poco a poco a medida que los stocks de producción excedentaria se fueran liquidando. La prolongación de los combates hacia el otoño de 2023 y el invierno del año que viene se traducirá en nuevas mermas en las cosechas de grano ucranianas, y bastante tendrá el país si es capaz de abastecerse así mismo. Para terceras naciones, el efecto de los combates pasará de un suministro menguante como sería de esperar a el corte total del mismo, por lo que desde ya deben buscar alternativas. El precio del grano nos dirá si, en unos meses, estamos ante un escenario de escasez global o no.
Turquía tiene intereses en que el acuerdo se recomponga, no por lo que le importe a Ankara el suministro de grano al resto del mundo, sino por mantenerse en un papel relevante en el conflicto, pudiendo estar tanto al lado de Putin como de los aliados occidentales, pero desde ayer Erdogan está un poco fuera de juego en este tablero. Como otros actores, su posición ahora es de espera, de calibrar el efecto de la contraofensiva ucraniana, que no avanza como debiera, y ver cómo se posicionarán los frentes de cara al otoño invierno, tratando de sacar partido de los movimientos que puedan surgir en esas fechas. Ucrania pierde una de las pocas fuentes de ingresos que le quedaban y su maltrecha economía, ya totalmente dependiente de nuestro respaldo, sufre un duro golpe.
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