Puede que usted no sea consciente, pero vivimos toda una revolución demográfica que está cambiando profundamente la realidad social que conocemos y que, en el futuro, la va a alterar de una manera muy drástica. La demografía es de esas cosas que se mueven lentas, pero inexorables. Con una enorme inercia, sus tendencias son a largo plazo y altera el paisaje como la erosión, no lo notamos pero no hay manera de impedirlo. A largo plazo, el derrumbe de la natalidad va a crearnos sociedades muy envejecidas y en pocos años el número global de habitantes alcanzará un techo y comenzará a descender.
Pero a corto plazo son los movimientos migratorios los que determinan la cantidad de personas que habitan un lugar, y en España estamos en un momento muy especial. Ayer el INE publicó sus datos de estadística de migraciones y cambios de residencia para el año 2023, y el balance es espectacular. El saldo creció en 642.296 personas, una cifra enorme. Es el segundo valor más alto de los últimos años, sólo superado por el de 2022, donde el balance positivo casi alcanzó los tres cuartos de millón de personas. Para redondear las cifras, podemos decir que, desde 2020 casi medio millón de personas entran en España como inmigración neta. El crecimiento vegetativo de la población, nacimientos menos defunciones, arroja pérdidas desde hace ya algunos años, pero esta entrada de inmigración hace que la población del país no deje de crecer y se encuentre en máximos históricos. Si miramos la estadística de población del patrón continuo, a 1 de octubre de 2024 estamos al borde de los 49 millones de habitantes, cifra jamás alcanzada, y la posibilidad de llegar a los cincuenta millones es real, y a este ritmo se podría conseguir, quizás, a mediados de 2026. Recordemos que la fuente principal de este crecimiento es la inmigración, no una natalidad estancada. Esta afluencia de inmigrantes se concentra en las grandes ciudades, siendo Madrid, Barcelona y el levante las zonas más favorecidas por las llegadas. En esos lugares, y Madrid es un buen ejemplo, la sensación de que todo está lleno viene corroborada no sólo por el buen momento económico, sino porque la población global es mayor que nunca, y eso hace que se vea más gente que en cualquier otro momento. Este enorme incremento de población genera ventajas e inconvenientes, como todo en la vida. La gran ventaja es que supone sangre nueva necesaria, visiones vitales distintas y mezcolanza, que siempre es de agradecer. El crecimiento que experimenta la economía española desde hace unos años, bastante por encima de nuestros vecinos europeos, se debe en parte a este aumento de población, que demanda servicios y bienes y los produce, lo que hace que el tamaño de la economía crezca. Si curioseamos en las estadísticas de PIB el aumento es notable, pero si lo hacemos en las de PIB per cápita veremos que las cifras están estancadas desde hace tiempo. Atrapados en una baja productividad, la economía española crece en sectores intensivos en mano de obra, como los servicios, especialmente los ligados al ocio y turismo, y no apoyándose en otros sectores más dinámicos y tecnológicos. Crecemos, por así decirlo, por agregación. Somos más y el tamaño de la economía es más grande, pero al no generar una mayor riqueza diferencial nuestra renta se mantiene. Uno de los inconvenientes de este disparo súbito de población es el de la tensión en las infraestructuras, diseñadas para una población menor y con menores tasas de crecimiento. Redes de transporte, nodos de intercambio y otras estructuras similares se encuentran casi al límite de su capacidad, saturadas también por la entrada masiva de turistas, que hacen uso de ellas y se suman a los residentes. La vivienda es un problema esencial ante esta realidad. El número de pisos que se construyen es, evidentemente, incapaz de hacer frente a semejante disparo de residentes. No solo por el tema de los alojamientos turísticos, que también, Madrid y Barcelona han visto crecer su población residencial en bastante más de cien mil personas en el año 2023, y ese nada pequeño volumen de personas debe vivir en alguna parte. Si el stock de vivienda no crece, y la demanda sube, es inevitable que el precio de los pisos se dispare, no hay solución a corto plazo.
Si no pasa nada extraño es probable que estas tendencias se mantengan, con sus habituales altibajos. Un frenazo en la entrada de inmigrantes sólo se daría si, como pasó a partir de 2009, se produce una crisis económica que vuelve poco atractiva nuestra economía, y eso es algo que siempre puede darse. En todo caso estas enormes cifras de población nos dicen que nuestro país está cambiando de manera profunda y acelerada, y la sociedad en la que vivimos ya no es la que nos sonaba familiar apenas hace un par de décadas. ¿Soluciona esta entrada de inmigración el problema de la natalidad? No, ya les digo que no. Palía temporalmente algunos de los déficits de mano de obra, pero el envejecimiento progresivo, la sostenibilidad de las pensiones y el decrecimiento global fruto de la natalidad menguante no se arregla así.
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