Creo que fue Hemingway, aunque no estoy seguro, el que contestó a la pregunta sobre cómo había llegado a la ruina de esta manera tan brillante. “En dos fases. Primero poco a poco. Después, de repente”. Y esa es la perfecta descripción de cómo suceden en la realidad muchos procesos, físicos y políticos, que se deterioran de una manera lenta e inexorable, bien por abandono o por acoso, hasta que no pueden más y se desploman en medio del estrépito y sorpresa de los que los rodean, que se había acostumbrado a tenerlos allí, como parte inmutable del paisaje. Nada menos cierto, la estabilidad de muchas de las cosas que damos por sentadas no tiene porqué serlo. Las sorpresas, a veces, están siempre a punto de suceder.
Trece años ha estado Siria sometida a una cruel guerra civil que ha marcado hitos en lo que hace a horror y depravación. Lo que comenzó como una revuelta civil contra la dictatura de Bashar Al Asad degeneró rápidamente en una cruel represión del poder y en el establecimiento de un combate entre resistentes y leales al régimen. La presencia del islamismo entre los resistentes y el apoyo de socios como Rusia o Irán a la dictadura de Damasco ha marcado estos años de conflicto de ida y vuelta, en el que hubo momentos en los que parecía que el régimen caía y otros en los que su posición se fortalecía mucho. En medio, cientos de miles de muertos, se estima que algo más del medio millón, y millones de desplazados internos y exiliados, cerca de seis millones en cada caso, que han dejado sus casas y ciudades en un país arrasado hasta los cimientos. La guerra había entrado en una fase de ofensivas dispersas y prácticamente desaparecido del radar de los informativos, aplastada por otras guerras, sin ir más lejos las que se suceden en su vecindario, y en estas dos semanas en las que los combates han vuelto se ha producido el absoluto desplome del régimen, de su ejército y de sus aliados, que al parecer han decidido dejar de apoyarle, o tal vez huir para salvar lo que puedan tras verse debilitados en otros frentes. La cuestión es que, sin que mucha gente se lo esperase, Alepo cayó hace dos semanas en manos de los rebeldes y, desde entonces, todo ha sido un viaje relámpago camino Damasco, donde Homs y otras localidades no han sido sino piezas que, como en un dominó, se han derrumbado con sólo realizar un pequeño empujón. La fiereza de la dictadura de Asad ha quedado convertida en un trampantojo, un monstruo ya sin pies ni cabeza, que estaba presto a caer a poco que alguien le diera un empujón. Comandados por la milicia islamista de HTS y su líder Al Jalani (quédense con este nombre) las fuerzas rebeldes han presionado y la dictadura se ha deshecho. La noche del sábado al domingo Damasco cayó sin apenas defensa por parte de unas milicias gubernamentales que o no existían, o se habían largado o habían optado por desertar. Un golpe asombroso que ha dejado a todo el mundo perplejo, empezando quizás por los propios oponentes, que no esperaban la velocidad a la que se han sucedido los acontecimientos. Y siguiendo por todo el mundo, que de una manera u otra ha participado en esa guerra y ha visto como las posiciones inamovibles durante años han pasado a ser meras rayas en el agua, en el mapa de un país que ahora mismo se encuentra tomado por fuerzas rebeldes de muy distinto tipo. Para los aliados de Asad su caída es una derrota en toda regla, y se puede ver cómo Irán y Rusia encajan un golpe duro. El chiísmo alauí, que era la confesión y etnia de la familia Asad, ha sido un aliado fiel de Teherán durante décadas. Ahora la nación persa pierde a una de las grandes piezas con las que jugaba en ese tablero, y con Hezbollah y Hamas semi deshechas, se convierte en el gran perdedor regional en un año, este 2024, que puede ser histórico en la región por los cambios que se están produciendo. Muchos de ellos inesperados.
La toma de un palacio presidencial, la exhibición de sus lujos y el saqueo de algunos de ellos son clásicos de este tipo de situaciones. También lo son la huida del dictador en busca de refugio. Al contrario que Gadafi, Asad logró escapar y Rusia, sin imágenes hasta el momento que lo confirmen, ha anunciado que él y su familia son acogidos en Moscú como exiliados. El número de dictadores que residen en la capital rusa sigue creciendo. La mayor parte de ellos retirados, escapados de las prisiones en las que convirtieron a sus naciones. Uno de ellos vigente, reinante sobre el Kremlin, contemplando hoy una nueva derrota para sus crueles intereses. Putin debe estar rabioso. Ha perdido Siria, y está por ver el futuro de sus bases militares allí.
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