Asomarse al resumen de la actualidad nacional de este año es hacerlo a un tiempo deprimente, de degeneración y de desesperanza. Así de simple. Pueden ustedes verlo como deseen, pero esa es mi impresión. El desgobierno que padecemos ha aprobado una gran ley, la infame de amnistía, y un gran pacto, el injustísimo concierto fiscal para Cataluña. La primera vergüenza le permitió ganar la investidura y mantenerse en el poder, la segunda, el acceso de Salvador Illa a la Generalitat de Cataluña tras las elecciones anticipadas de mayo. El resto de la acción de Sánchez ha sido propaganda, humo, falacias y supervivencia en medio de crecientes, y apestosos, escándalos de corrupción.
El hecho que más ha definido el año y la degeneración a la que nos asomamos es la DANA de Valencia y todo lo que ha sucedido después. A finales de octubre un episodio de lluvias extraordinario, salvaje, que hubiera generado destrozos inmensos en cualquier parte del mundo en la que se hubiera producido, se desencadenó en lo alto de las cordilleras interiores de la provincia de Valencia, generando un tsunami de barro, agua y escombros que arrasó numerosas localidades de la comarca de la huerta sur, la zona que se encuentra justo al sur del nuevo cauce del Turia que bordea toda la ciudad de Valencia. La capital no se vio afectada, pero, a pocos kilómetros de ella, la destrucción y muerte han sido devastadoras. Nada humano se podía hacer para evitar que la lluvia cayera y originara la inundación, pero todo lo relacionado con la gestión, de la información antes del desastre, y del salvamento y limpieza después, han sido la perfecta descripción de una catástrofe política y social. No se si vivimos en un estado fallido, pero durante bastantes días fallido fue, con una necedad absoluta por parte de todas las autoridades responsables que podían haber evitado algunas de las muertes y salvado a algunos de los que luego fallecieron, y auxiliar a los miles de afectados que quedaron abandonados a su suerte. La Generalitat valenciana, presidida por Carlos Mazón, del PP, sólo estaba preocupada por sandeces y, ante la catástrofe, ni avisó ni advirtió ni respondió. Simplemente demostró que era una administración en manos de inútiles que, como tales, sólo son capaces de hacer cosas necias. El gobierno nacional desde la Moncloa, del PSOE, observó el desastre y vio la oportunidad de que su rival político se hundiera en la mierda, y de ahí esa frase clamorosa de un soberbio Sánchez diciendo que “si necesitan ayuda, que la pidan” dos días después del desastre, con cientos de muertos pudriéndose en el fango. Unos por incapacidad, otros por cálculo, todos cobrando de los impuestos de, entre otros, los ciudadanos desatendidos en medio de la mayor desgracias de sus vidas. Días y días de abandono, semanas de dejadez institucional, de lucha de competencias, de búsqueda de fotos que salvasen la cara a los dos máximos necios de este desastre. El día de la visita de las autoridades a Paiporta, uno de los municipios más arrasados, se vivieron comprensibles escenas de ira por parte de vecinos, que se enfrentaron a esos inútiles a los que pagan para que se crean que son gobernantes. Sánchez huyó, como buen cobarde que es, demostrando la nada absoluta que hay en su pose, tan teatral como vacía. Mazón se escondió para que no le zurrasen, buscando amparo en la masa de autoridades y cuerpos de seguridad, demostrando la nada absoluta que es y la estulticia que anida en su interior. Sólo hubo dos autoridades que ese día dieron la cara, aguantaron el barro y se mancharon en él. El Rey Felipe VI y la Reina Letizia. Sin duda, vivieron el momento personal más complicado de su reinado, con evidente riesgo para su seguridad, pero ahí estuvieron, haciendo lo que debían dado donde estaban. Ellos sí dieron ejemplo, y aguantaron con la gente que estaba muerta de asco y olvidada por los chulos de barrio que, cada vez más, ocupan puestos de gestión en nuestros gobiernos. Felipe y Letizia se ganaron el reinado en medio del barro y, también, el odio envidioso de no pocos políticos basura que sólo sirven para cobrar y figurar.
Sánchez, Mazón, y pongan a continuación los nombres que deseen, son nuestra clase política, el resultado de décadas de convivencia, sistema educativo y desarrollo social en libertad. Su degenerado comportamiento, su tacticismo, su obsesión por el control de los medios de comunicación para que les hagan la pelota (es lo único que les importó a ambos el día de autos y el siguiente) es fruto de nuestra sociedad. Su fracaso es también el nuestro, el reflejo de nuestra incapacidad como nación para dar reconocimiento y cuotas de poder a personas que lo valgan. A cambio, hemos nombrado a necios que expolian el presupuesto y a unos cuantos que se presentan como alternativa envueltos en banderas populistas llenas de falsedad. El lodo que aún hoy sigue en algunos garajes de Valencia es el perfecto resumen de este fracasado año 2024.
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