jueves, diciembre 12, 2024

Un joker asesino en Manhattan

Como ahora hay cámaras en todas las urbes los asesinatos se ven mucho más claros. En la escena vemos a un sujeto de espaldas, que avanza camino del punto de fuga de la imagen. De repente, a su izquierda, asoma un sujeto más enclenque que va a ser el que le dispare a bocajarro, por la espalda, asesinando al primer personaje de una manera fría, casi como por encargo, con toda la premeditación del mundo. Vemos fugaz mente cómo saca la pistola y apenas duda al actuar. No hay instantes de vacilación, de pensárselo, no. El autor está decidido y lo hace con toda su voluntad. Las imágenes son muy incriminatorias, de esas que les encantan a los fiscales de las películas, sí, las norteamericanas.

El asesinado se llamaba Brian Thompson, un nombre anglosajón bastante convencional, y era el CEO, el Consejero Delegado de UnitedHealthCare, la mayor aseguradora privada del país, un ejecutivo de primer orden con ingresos enormes en un sector que en el aquel país factura cifras astronómicas. Tras el asesinato, que dejó a Manhattan asustada por la premeditación del crimen, el haberlo cometido a plena luz del día y la persona que lo había sufrido, comenzó la búsqueda del culpable, que fue grabado en varias ocasiones durante su huida, en general con el rostro tapado por la capucha de una sudadera, pero en una ocasión con él plenamente descubierto, en un momento en el que intentaba flirtear con la dependienta de un hostal, porque la necesidad de ligue parece que es algo irrefrenable y que no se frena ni por la tensión de una fuga. Finalmente atrapado, ha resultado ser un joven de menos de treinta años y que responde al nombre de Luigi Mangione, lo que ya por sí mismo le catapultaría a secundario de lujo en teleseries relacionadas con la mafia. Mangione proviene de familia acomodada, es un estudiante brillante, no ha pasado necesidades, no viene del lumpen ni nada por el estilo, no. Sufrió una lesión física hace pocos años de la que tuvo que ser operado y, al parecer, el seguro se negaba a cubrir sus gastos, por lo que empezó a rumiar venganza. Lo ha hecho con una planificación exquisita, siguiendo al responsable máximo de la empresa con la que tenía contratada su póliza, y dedicando tiempo incluso a grabar en los casquillos de las balas con las que iba a perpetrar su crimen palabras muy utilizadas en los formularios de excusa de las compañías para no hacer frente a los gastos que debieran según sus contratos firmados. Mangione ha actuado por pura venganza, por resentimiento ante una prestación que él pago pero que no recibió cuando debía. El caso es claro, asesinato, y la condena obvia para el tribunal que lo juzgue, pero la relevancia del asesinado y el siempre turbio mundo de la sanidad norteamericana, una de las más ineficientes del mundo, así como la fortuna de la empresa y del ejecutivo que ha fallecido, han hecho que se produzca un extraño e inquietante fenómeno. Las redes sociales han acogido en su seno a Mangione como un justiciero, como un vengador, alguien que ha hecho lo debido frente a la crueldad de las empresas aseguradoras, que se ha tomado la justicia por su cuenta y, de manera implacable, la ha ejercido. Ha dictado sentencia y ha procedido a hacerla realidad. Una ola de simpatía se ha extendido por las redes en aquel país ensalzando la figura de, no lo olvidemos, un asesino, alguien que ha decidido acabar con la vida de otra persona. Independientemente de lo que haya llevado a la ira a Mangione, y de la mala praxis de la compañía comandada por Thompson, ¿desde cuándo el asesinato es la manera de resolver algo? Esos que alaban al justiciero y aplauden su acción ¿estarían tan contentos si la persona asesinada sería un familiar suyo? ¿o ellos mismos? ¿Se han puesto por un instante en la piel de la familia de Thompson, en la pérdida irreparable que han sufrido? ¿Estamos todos locos?

En la película Joker, que es buena pero me dejo un amargo regusto, se produce una situación similar, un proceso en el que el cruel psicópata termina asesinando sin remordimiento ni justificación alguna, y es alabado por multitudes que lo jalean, que lo elevan como si fuera su héroe. Unas escenas que me parecieron brillantes por la forma en la que estaban rodadas y repugnantes por el mensaje que transmitían. Eso, que era ficción, se ha convertido casi en realidad, sin máscaras ni punturas en la cara, pero sí con un muerto, un asesino, una pistola y un crimen. Y la masa, que ya no es atrezzo, sino personas de verdad, a miles, alabando la violencia como solución de los problemas. Es aterrador.

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