Si todo sucede como está previsto, y nada indica que no vaya a ser así, hoy se votará la moción de censura en la asamblea nacional francesa y el gobierno de Michel Barnier se convertirá en el más breve de la historia de la actual republica francesa, con apenas tres meses de vida. En Francia las mociones son destructivas. Al contrario que aquí, que obligan a presentar candidato, allí se vota la reprobación o no del primer ministro vigente, y corresponde al presidente escoger un nuevo primer ministro que sea refrendado por la cámara. Es aquel un país presidencialista en extremo, y la figura del primer ministro se chamusca con velocidad, pero nunca como ahora.
Si sucede esto, se verá claramente el fracaso de la apuesta de Macron del pasado verano, y quedará más que clara la total inestabilidad política del país. Tras las elecciones europeas, en las que cosechó un mal resultado, Macron decidió disolver las cámaras y adelantar las legislativas. Las encuestas ofrecían la posibilidad real de que la ultraderecha del Frente Nacional de Marine LePen alcanzase una mayoría suficiente para gobernar, y subido a ese miedo, Macron diseñó una campaña de respuesta, que no le salió bien. El resultado final fue que el voto acabó dividido en tres grandes bloques; los macronistas, la extrema derecha y la coalición de extrema izquierda que, contra todo pronóstico, y por poco, fue la que alcanzó la primera posición por número de escaños. Tras estos resultados era obvio que Macron perdía el control de la asamblea, que hasta entonces había mantenido, y que era necesario un acuerdo entre dos de los bloques para lograr un gobierno estable. El Eliseo, tras dar vueltas, decidió no escoger al candidato a primer ministro propuesto por la extrema izquierda, la formación ganadora, y seleccionó a Barnier, un alto funcionario que lo ha sido todo en el poder francés y europeo. Tras muchos sudores Barnier logró ser escogido, pero gracias a que la extrema derecha lo consintió. Era evidente desde el primer momento que su gobierno era resultado de la concesión de LePen, y que ella decidiría cuánto iba a durar. Macron ha tratado durante este tiempo de fracturar al bloque de extrema izquierda, buscando que los socialistas, ahora una fuerza minoritaria en ese grupo, apoyen a su candidato y políticas, logrando ofrecer una imagen de transversalidad y de pactismo, asociada a la idea del macronismo como un movimiento alejado de la clásica división entre derechas e izquierdas. Lo cierto es que esos esfuerzos no han dado furto, y a la hora de votar el presupuesto el gabinete de Barnier se ha quedado sólo, y no ha tenido otra opción que aprobarlos mediante un decreto que conllevaba automáticamente la convocatoria de la moción de censura que se vota hoy. Legalmente Francia ha conseguido sacar adelante unas cuentas, pero no está nada claro que pueda haber un gobierno que las ejecute, que lleve a cabo las políticas e inversiones que en ellas se recogen. En definitiva, tras el resultado de hoy, la pelota vuelve al tejado de Macron, pero con un candidato menos, chamuscado por completo. La ley francesa impide repetir legislativas antes de que transcurra un año respecto a las pasadas, por lo que Francia se enfrenta a este panorama de descontrol como mínimo hasta el verano que viene. Da un poco igual la persona que Macron escoja para desempeñar el puesto, se va a enfrentar al mismo hemiciclo que ha triturado a Barnier. Sólo una cesión clara de los macronistas a uno de los dos extremos ideológicos le garantizaría estabilidad, a cambio de la destrucción política del movimiento, que en unas futuras elecciones legislativas quedaría completamente desdibujado. La propia figura de Macron se está erosionando gravemente en medio de todo este desmadre, y su autoridad, que es enorme dada la legislación gala, no podrá resistir mucho el declive de su formación y una opción real de perder la presidencia en la siguiente elección.
Estos días la prima de riesgo de la deuda francesa ha superado, por poco, a la española. La economía de aquel país no carbura. Las olimpiadas de verano ofrecieron buenos datos de visitantes, pero fue un espejismo. El PIB y el resto de variables languidecen, y el campo francés, junto con el resto de sectores, ve con miedo los futuros aranceles que pueda imponer Trump a los productos europeos cuando llegue al poder. El coche francés está, si me apuran, aún más en crisis que el alemán, con el conglomerado Stellantis descabezado y sus ventas a la baja. El caos político del país, problema y reflejo de problemas, no ayuda para nada, y me temo que se va a prolongar en el tiempo.
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