viernes, febrero 14, 2025

La conjura contra América, de Phillip Roth

Phillip Roth es un escritor norteamericano fallecido hace pocos años. Era uno de los más grandes en su oficio, y la academia sueca no le dio el Nobel, lo que supuso otro enorme baldón en el expediente de los sacrosantos nórdicos, que perdieron la oportunidad de asociarse a la calidad literaria de ese maestro. Reiteraron su error al no reconocer a Javier Marías antes que, también, falleciera. Judío residente en Newark, su origen permeaba toda su obra y era imposible entenderla sin él. No era sionista, pero sí se sentía con el alma algo desubicada. Su religiosidad era menor que su conciencia de ser parte de un grupo eternamente perseguido, siempre vulnerable.

Una de sus últimas novelas se llama La conjura contra América, y es una ucronía, un ejercicio de ficción sobre una historia alternativa, algo poco habitual en su producción literaria. En ella los protagonistas principales son los miembros de la comunidad judía de Newark, que viven con preocupación los acontecimientos que les llegan de Europa, donde se está produciendo el ascenso del régimen nazi y las noticias son, cada vez más preocupantes. En medio del rearme alemán, lo que trasciende es el crecimiento económico y apenas se habla de la creciente discriminación que sufre la comunidad judía y de la violencia generalizada que, contra ella, se extiende por el país. En los EEUU donde se radica la trama tiene fama y gloria Charles Lindberh, famoso aviador que fue el primero en cruzar el Atlántico en un vuelo sin escalas, en el “Spirit of Sant Louis”. Lindbergh es todo un mito en el país y desarrolla una intensa vida pública, en la que no esconde sus opiniones políticas, cada vez más escoradas hacía la admiración hacia el régimen nazi y la propia figura de Hitler. Todo esto es real y cierto, y el giro de la novela hacia la ficción se da cuando Lindbergh decide presentarse a las elecciones presidenciales de 1940 y con un programa aislacionista respecto a la guerra que ya se ha desatado en Europa, logra vencer a Roosevelt, que llevaba ya dos mandatos en el cargo. La victoria del antiguo aviador instaura un nuevo régimen en el país en el que no sólo se corta todo tipo de colaboración con el Reino Unido y la resistencia europea, sino que también se empiezan a implantar una serie de leyes segregacionistas destinadas al aislamiento de la comunidad judía, que ve cómo la persecución que les cuentan sus allegados europeos empieza a darse en sus propios pueblos. En Newark, donde reside la familia del protagonista Phillip, una versión del propio Roth en sus años de crío, las prohibiciones y redadas empieza a hacerse cada vez más frecuentes, y la clandestinidad es la única opción posible para tratar de sobrellevar lo que se les viene encima. Lindbergh construye poco a poco un régimen parta policial en el que la delación, el espionaje interno y la acción violenta son las bases del día a día. Los ciudadanos, enfrentados ante el riesgo de colaborar con un estado que se vuelve opresor o eludirlo para ayudar a los perseguidos, se ven obligados a escoger, y se muestran caracteres diversos que adoptan todas las posturas posibles, desde las más traidoras a las más nobles, enfrentados en todo momento a una disyuntiva entre el deber moral y la presión policial que busca cambiar el régimen norteamericano. Poco a poco el paisaje urbano de Newark y de algunos iconos asociados a las libertades, como pueden ser los monumentos a Lincoln o Washington empiezan a convertirse en meros decorados en los que el poder instala una sombra que los transforma por completo. La propia idea de los campos de concentración surge como posibilidad en el una de las reuniones en las que burócratas del nuevo gobierno buscan como atajar el problema que supone la enorme comunidad judía que reside en el país. Los Roth, y el resto de sus allegados, se verán cada vez más presionados y sin escapatoria. Y de paso, en Europa, la guerra continua y el continente, sin el apoyo de EEUU, se desangra.

Escrita de maravilla, como lo hacía Roth, la novela es deprimente, no sólo por lo que cuenta, sino por el hecho de que podía haber sucedido algo así. No era imposible que una facción aislacionista se hiciera con el poder en Washington, y es necesario recordar que, incluso bajo el tercer mandado de Roosevelt, la implicación norteamericana en la guerra europea fue indirecta porque en el país la población, en su gran mayoría, no quería verse involucrada en un nuevo conflicto. La novela relata una pesadilla que pudo ser y no fue. Leerla hace unos años suponía un placer estético y un resquemor. Hoy, con Trump en la presidencia, lo primero se mantiene, lo segundo se acrecienta de una manera casi insoportable.

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