Probablemente, de todos los partidos que hay en España, el PNV es el que tiene más profundamente asentado el concepto del poder como motor y causa de su ser, y la posesión de las instituciones como algo a lo que una especie de derecho divino le ha otorgado para su encomienda. La profesionalidad de los burukides, jefes del partido, es conocida, y la manera en la que tratan al País Vasco como a su cortijo no tiene parangón con ninguna otra región ni partido en el resto del país. Ni el PSOE en Andalucía o el PP en Galicia han llegado a semejante nivel de simbiosis, de naturalidad a la hora de dejar claro que todo es su posesión.
Por eso extrañan mucho los movimientos que están teniendo lugar en el partido últimamente, que a los propios los tienen descolocados, pero mudos por obligación, y a los ajenos nos llaman mucho la atención. Asediado por el ascenso constante de Bildu, con unos resultados electorales menguantes en los que la demografía juega en su contra (se mueren los nacionalistas de toda la vida) desnortado por una evolución social en la que el clasismo en el que se ha envuelto el partido está desdibujado, y manteniendo una alianza contra natura para un partido muy de derechas como es él con alguien como Sánchez, las voces que clamaban una renovación han ido surgiendo desde hace tiempo en el seno de la formación, y ese cambio empezó a darse, de manera sorpresiva, cuando se decidió relevar a Urkullu, entonces Lehendakari, impidiéndole volver a presentarse, siendo sustituido por Pradales, un candidato más joven, completamente desconocido (han cambiado un triste por otro, como comentó mi brillante amigo BLL) en un juego de cromos que nadie entendió. Desde la dirección del partido, que siempre ha estado separada de la gestión del gobierno, el presidente Andoni Ortuzar clamaba por una renovación y comenzó un proceso para relevar a las jefaturas provinciales del partido, proceso que debía culminar con su propio cambio, pero finalmente Ortúzar sorprendió a todos cuando hace pocos meses comunicó, vía carta a sus militantes, que la renovación bien entendida no le afectaba, aunque sí a todos los demás. Otro movimiento sorprendente que nadie logró entender. Mientras Bildu seguía con la organización de su congreso en el que Otegi iba a volver a ser investido sin discusión alguna (es lo que tienes las organizaciones de herencia militarista, prietas las filas) el PNV se metía en una situación extraña en la que su principal líder era puesto en cuestión por lo bajinis, pero sin que surgiera un movimiento concreto que le pidiera dar el paso atrás que él había requerido a todos los demás. En pocas semanas este mar de fondo desembocó en un movimiento aún más sorprendente, porque surgió la candidatura no proclamada de Aitor Esteban, el portavoz parlamentario en el Congreso, sin que él dijera nada. Corrientes locales y portavoces no autorizados dejaban caer que esteban sería el líder adecuado, creando una narrativa en la que Ortúzar era, claramente, un estorbo. Una de las damnificadas por la renovación impuesta por Ortúzar fue Itxaso Atutxa, mujer de Esteban, y durante mucho tiempo responsable del partido en Bizkaia, que incluso llegó a sonar como posible candidata a Lehendakari en el caso, raro, que un partido tan machista como ese se atreviese a poner a una mujer como líder electoral (en esto coinciden con Bildu, otro grupo de rancios machotes). Los Atutxa son una de las familias más poderosas del partido en Bizkaia, y es obvio que el movimiento no proclamado de Esteban tenía mucho que ver con lo que ellos han visto sobre la situación del partido y la estrategia de poder. Finalmente, con una división del partido clara, justo antes de iniciar un proceso oficial de primarias, Ortúzar entregó la cuchara y renunció a su cargo, que será ocupado por Esteban. Ambos tienen 62 años, así que de renovación poco.
¿Qué ha pasado dentro de la secta peneuvista? ¿Ortúzar dio un golpe a algunos usando a Urkullu para ello y ahora ha recibido la venganza? ¿Cómo se han podido alentar las divisiones internas en una formación tan monolítica y profesional? Pocos entienden lo que ha pasado ahí, muchos creen que la renovación ha sido poco más que una especie de juego de tronos interno y no son dos o tres los que ven al PNV noquedado ante un futuro que no pinta nada bien para sus aspiraciones, con Bildu quizás en su techo, pero con la sensación de no ser El partido indispensable que siempre fue. Algo revuelto y poco habitual ha pasado en su seno.
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