Les hablaba la semana pasada de la novela de Phillip Roth “La conjura contra América” para ejemplificar la pesadilla que estamos viviendo. Esa novela es una ucronía, un género literario que mezcla historia con ficción, y que se basa en suponer que un hecho acaecido en el pasado no se hubiera producido, y plantear, a partir de ahí, una historia alternativa en la que suceden cosas que no son las que realmente pasaron. Dado que la predestinación no existe, el relato de la historia tiene causas profundas y hechos fortuitos, y es la combinación de todos ellos lo que ha dado como resultado lo que hoy tenemos, y en ninguna parte pone que debiera haber sido así.
Un subgénero muy prolífico de la ucronía es la historia alternativa de la IIGM, en la que los nazis no pierden, y o bien ganan globalmente o llegan a una victoria parcial en la que se reparten el mundo con otro contendiente, principalmente EEUU, en una visión alternativa de la guerra fría. Dos buenas novelas en este contexto, y con bastante fama, son “Patria” de Robert Harris, y “”El hombre en el castillo” de Phillip K Dick. En la segunda los EEUU han sido divididos en tres partes, la este conquistada por los nazis, la oeste por los japoneses, y una tierra de nadie en medio que hace de colchón entre ambas potencias, que rivalizan constantemente. En la primera novela el Reich ha ganado la guerra, estamos en Germania, la nueva Berlín, la mayor ciudad del mundo, con más de diez millones de habitantes, en unos años sesenta en los que el nazismo es la fuerza global dominante y su poder se extiende por todo el mundo. En estas novelas, y en muchas otras, el punto de giro de la IIGM se apoya en dos premisas clásicas. La no apertura del frente ruso por parte de Alemania, lo que le permite acumular fuerzas y ganar la guerra en occidente, y la no intervención directa de EEUU. Sin el apoyo norteamericano Reino Unido no puede continuar la lucha y acaba cayendo por los bombardeos aéreos y una incursión terrestre que conquista la isla. En no pocas de esas tramas Churchill tiene que huir de su nación al exilio, a Canadá o a Australia, y trata de formar allí una resistencia y una pequeña versión de lo que fue el Reino Unido, pero acaba fracasando y muere sin apoyos, en el olvido. La gran figura europea de la IIGM se convierte en un paria apestado en una historia alternativa en la que los malos, los nefastos, triunfan, y condenan al héroe de Inglaterra a una muerte vil y lejana. No hay mayor desprecio posible. En esas historias, por lo general, se mantienen movimientos de resistencia al victorioso Reich, pero suelen ser testimoniales, más de activismo que de acción, recordando un poco a la penuria de la resistencia francesa durante los tiempos de Vichy. Lo relevante es que leer esos textos permite comprender que, si se ganó la IIGM, fue porque se trabajó de manera denodada para ello, con el mayor de los sacrificios posibles, y que la victoria aliada no estaba ni mucho menos predestinada. En 1941la imagen de una Europa que, nación a nación, o estaba dominada por el Reich o por regímenes afines como el de Franco otorgaba una imagen de solidez al proyecto totalitario nazi que un observador externo que tuviera que hacer apuestas no sería muy generoso con los movimientos de una isla solitaria en el noroeste del continente, auténtica pieza maestra del puzle para mantener sometida a toda Europa occidental, y así permitir a los generales nazis, cuando las fuerzas se hubieran repuesto y reagrupado, lanzar un ataque devastador al este ruso, no cayendo nunca en el gran error de los dos frentes, insostenibles. La segunda moraleja de estos libros es que, además de que el destino no existe, la historia la escriben los vencedores. La derrota nazi elevó a los altares a occidente y a líderes como Churchill, De Gaulle o Roosevelt, y permitió descubrir la atrocidad infinita de los campos de exterminio. Tras una victoria nazi es probable que Auschwitz hubiera seguido siendo un gran complejo industrial y el exterminio que allí se producía se hubiera llevado hasta sus últimas consecuencias sin que hubiera noticias del mismo, sólo rumores que serían perseguidos con saña por el estado dictatorial que reinaría sobre Europa y gran parte del mundo. Estremece pensarlo, pero pudo ser así.
Zelensky es, desde que inició la invasión rusa, este domingo cumplirá el tercer aniversario, nuestro Churchill. Atacado por las tropas de una infame dictadura, perseguido por las fuerzas del dictador Putin, Zelensky pudo optar por huir de Kiev durante el asalto de los primeros días, como lo hizo el cobarde de Karzay y el resto del gobierno afgano tras la llegada de los talibanes, pero decidió quedarse, resistir y jugarse la vida. Ahí Zerlesnky se ganó su lugar en el sitio de los valientes en la historia. Y frente a él, la siniestra figura de Donald Trump no es más que la de un traidor, un cobarde, un indeseable que rema en pos de su propio interés y el del dictador ruso que inició la invasión. Ante la grandeza de uno, la infamia de otro. La historia se sigue escribiendo, día a día, hora a hora.
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