Brady Corbet, el director de El Brutalista, plantea su proyecto de película como un reto al espectador. Con menos de cuarenta años, es exigente como si perteneciera a otra época en la que el cine era la principal referencia social y cultural de su tiempo. El formato de la película, su estructura, su montaje, su extensísima duración, la existencia de un intermedio forzado que se proyecta con cuenta atrás en la pantalla… todo parece hecho a la contra del público ávido de hoy, del que espera con ansia una sucesión de ventos sin freno en plan montaña rusa, que carece de paciencia. Si ese es su caso, no vaya a verla, se aburrirá mucho. Esto no es otra película de acción.
La historia no es muy complicada. Se cuenta la vida de Laszlo Toth, un arquitecto húngaro de origen judío que sobrevive al Holocausto y llega exiliado a los EEUU, donde trata de crear una nueva vida y, de paso, traer a su mujer y sobrina, que se han quedado en el Budapest tomado por las tropas soviéticas. El personaje es ficticio, pero es la figura de Walter Gropius, uno de los principales representantes de la escuela de la Bauhaus y, también, exiliado en EEUU, la figura que parece ser la inspiradora de la trayectoria que se nos muestra en la pantalla. La mayor parte de la trama consiste en el encuentro semi fortuito entre Toth y un riquísimo empresario, Van Buren, que vive en las afuera de la Philadelphia en cuyos arrabales reside el arquitecto, y del proyecto de memorial que el millonario plantea levantar en homenaje a su difunta madre, estructura multiuso que en la película adopta formas y conceptos que arquitectos modernos como Tadao Ando o Dhaniel Libeskind han hecho realidad en sus obras. La forma de contar todo esto es lo que condiciona la película, de tal manera que tenemos una trama que avanza de manera más o menos lineal, con interludios en los que se produce una progresión sosegada frente a saltos bruscos que generan dudas sobre lo que se ha visto y lo que no. El tono es sosegado y hay cosas que se insinúan y no se muestran, mientras que otras se explican de manera descarnada y alguna queda sin que el espectador, al menos yo, sea capaz de explicar completamente. La estética juega un papel fundamental en la película, y es muy especial, y eso hace que, ya le aviso, no sepa si debo recomendársela o no, porque habrá algunos a los que les subyugue mientras que para otros generará un rechazo frontal y supondrá un muro insalvable que les echará para atrás. Eso puede hacer que la opinión sobre lo larga que es y se hace la película sea de lo más discutido. A mi no se me hizo cuesta arriba, pero reconozco que si no se entra en el juego se puede acabar convirtiendo en un tostón para el espectador, ausente de la propuesta. Estructurada en una obertura,, tres partes y un epílogo (a mi modo de ver, lo más flojo de todo) la oscuridad de la vida de los personajes va creciendo a medida que, curiosamente, se muestra una imagen de los EEUU nada idealizada, llena de sombras, hipocresías, necesidad y discriminación. El peso de los orígenes judíos del protagonista y su familia no deja de crecer y la evidente falta de integración en la sociedad norteamericana, retratada como protestante y obsesa con lo económico, hace que el sionismo empiece a adquirir cada vez más importancia en las motivaciones vitales del protagonista y su entorno. También es profunda la crítica a la discriminación social, de tal manera que se muestra una nación en la que el progreso económico, que se vende como la vía para conseguir los sueños, no tiene nada que hacer frente a convenciones de clase, color o religión, dejando claro en todo momento quienes son los que manda y quienes los acogidos, que deben mostrar agradecimiento a los auténticos dueños del destino. En ese sentido, y aunque se esté retratando una época de crecimiento y esplendor en el país tras la IIGM, instalado ya en su papel de imperio global, es un film muy crítico con la idealizada visión de EEUU. Ya la imagen de la estatua de la libertad que se proyecta cerca del inicio, potente pero demasiado breve para causar el impacto que se busca, dice mucho más de lo que parece. Es la que se incluye en el cartel promocional de la película.
El reparto está sobresaliente, como era de esperar. Adrian Brody demuestra que nadie sufre en pantalla como él ni tiene una nariz tan personal como la suya. Felicity Jones y Guy Ritchie, como mujer del arquitecto y millonario que le contrata, recrean dos papeles muy difíciles, sobre todo el de ella, de envés complejo, donde son varias las personalidades que se muestran con una total credibilidad. En cierto sentido, el título también señala que el espectador va a ser sometido a un esfuerzo brutal de comprensión, de aguante físico. No me parece una obra maestra, de esas que marcan su tiempo, no se si quedan ya cosas de esas, pero sí algo muy distinto a todo lo que hoy en día existe en las salas. Un acto de cinefilia profunda. Y sólo por eso ya merece la pena verse.
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